Lo que el mundo atravesó en el 2008 fue una debacle económica de proporciones casi apocalípticas, el gobierno estadounidense literalmente “salvó” a Wall Street y la industria automovilística, no porque quiso, sino porque no tuvo opción. Si usted cree que los especuladores aprendieron una lección con la burbuja de las hipotecas basura, piense de nuevo, la codicia es un motor invaluable. Llega un momento en que el dinero no basta, sino que la adrenalina del riesgo es el motivador más frecuente de los bolsistas (con bienes ajenos claro). Solo un empleado de poca monta fue a la cárcel (scape goat) y los bonos para ejecutivos se dispararon hacia las nubes. Si conoce Nueva York y le gusta eso, indague acerca de la curiosa interacción que existe entre los corredores de bolsa y las bailarinas de clubes nocturnos, es una simbiosis para tesis doctoral y no siempre se trata de sexo.

Nassim Nicholas Taleb, filósofo, matemático, economista y profesor, nacido en Líbano, nacionalizado estadounidense, sorprendió en el 2007 con su segundo libro: “El cisne negro: El impacto de lo altamente improbable”. Esencialmente en esa obra, Taleb definió un cisne negro como un evento inesperado que cambia el mundo; que no permite explicar el futuro usando el pasado como referencia y concluyó que nuestra mente no está hecha para entender los riesgos. El ejemplo paradigmático de un cisne negro es el atentado a las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001.

Un poco de contexto. En este artículo no voy a comentarles de un cisne negro, sino de una situación que viene gestándose casi desde el 2010, sino antes. Empezó tímidamente, y en la actualidad, podría llegar a ser la siguiente gran burbuja en reventar. El 14 de julio de 2008, la revista satírica norteamericana The Onion (La Cebolla) publicó un artículo sobre la crisis que lo decía todo, o casi todo. "Una nación plagada de recesión demanda una nueva burbuja para invertir" rezaba el titular. "La economía norteamericana no puede sobrevivir solamente en base a inversiones sanas. La demanda de una nueva burbuja de inversiones ha empezado hace algunos meses cuando explotó la burbuja de las hipotecas subprime y dejó al mundo de los negocios sin una fuente cómoda de beneficios". La revista fabulaba en clave de humor: "América necesita otra burbuja. A estas alturas, las burbujas son la única cosa que nos mantiene a flote". Más allá de lo mordaz y lo satírico, se esconde algo de verdad en esto, el expresidente Trump eliminó en 2017 -vía orden ejecutiva- hasta un 75% de las regulaciones empresariales.

Desde que China abrió su economía al mundo a finales de los años setenta, su crecimiento ha sido imparable, pero su población también demanda bienes y servicios. La Asamblea Nacional Popular de China aprobó una nueva ley el 15 de marzo de 2019 que rige la Inversión Extranjera (IE) en China, y que entró en vigencia el 1 de enero de 2020. La nueva ley abarca la inversión extranjera directa e indirecta a través de: el establecimiento de una nueva compañía financiada por fondos extranjeros, de forma individual o con cualquier otro inversor; la compra de acciones o valores de una compañía china; la inversión en un proyecto en China, de forma individual o con cualquier otro inversor; la inversión a través de cualquier otro método permitido por la ley. Eso es permitir abiertamente el ejercicio del capitalismo por parte de extranjeros en China, no hay más que agregar.

La otra cara de la moneda. Poco a poco, de pequeños a grandes, los operadores financieros norteamericanos encontraron otra manera de ganar sustanciosas comisiones a través de un método que parece formalmente “legal” pero que es muy cuestionable por partida doble. A través de un mecanismo llamado fusión inversa, que consiste en tomar una compañía estadounidense que cotiza en la bolsa, pero nunca ha sido exitosa, es decir un “cascarón” (Shell), una empresa privada china adquiere las acciones de la empresa pública norteamericana mediante un intercambio de acciones (fusión inversa), de modo que los accionistas de la empresa privada pasan a poseer las acciones de la empresa pública. El equipo que llevó a cabo la transacción utiliza su experiencia para promocionarla, y las acciones comienzan a subir. El sistema es tan complejo como sencillo a la vez. Se trata de empresas chinas que se fusionan con empresas americanas que cotizan en la bolsa para así entrar en el mercado de valores de Estados Unidos. Son empresas que vienen gozando en los últimos años de un crecimiento espectacular que atrae inevitablemente a inversores ávidos de beneficios y ganancias fáciles.

Por supuesto los bancos y las grandes empresas financieras son los primeros en vender acciones de esas prometedoras compañías a sus clientes. Los números son espectaculares y las rentabilidades millonarias, pues al final, tras la crisis del 2008, el mercado mira a China porque es un país en ferviente expansión económica. ¿Hermoso no? Pues no. En la apertura de la bolsa, enjambres de directivos asiáticos tocan la campana con enormes sonrisas. Se organizan fastuosos eventos con grupos de rock donde se mercadea el “potencial” de estas compañías en territorio estadounidense. Y el factor más importante es que también, a menudo afirman contar con el aval de famosas compañías de auditoría internacionales, lo que el gran público no sabe es que estas prestigiosas empresas funcionan, a veces, mediante franquicias y eso cambia todo el escenario.  El engaño consiste en que el crecimiento espectacular de estas empresas chinas se basa en unos números que no son reales y en vez de una mega infraestructura se puede tratar de poco menos que un taller artesanal, el gobierno chino no va a hacer nada al respecto, o al menos no lo ha hecho hasta ahora.

Ninguna de estas compañías asiáticas tiene la capacidad ni los conocimientos necesarios para montar este circo, lo que evidencia que son los propios bancos y grandes empresas financieras americanas los que han propiciado o montado toda esta maraña. Y encima lo hacen con el respaldo de algunas compañías de auditoría internacionales que delegan en los chinos la responsabilidad. Otros seres de rapiña detectaron la sangre antes de la explosión de la burbuja y les ha ido bien, actuando con discreción. ¿Cómo? Apostando en corto, es decir, prediciendo en contra de estas empresas norteamericanas que se fusionaron inversamente con las chinas y a las que parece irles de maravilla en su valor accionario (por favor no se pierda la película: The Big Short, del 2015, dirigida por el genial Adam McKay). ​Posiblemente no existe demasiada información en los grandes medios masivos de comunicación de lo que está sucediendo, porque este es un timo que está en desarrollo. Créanme que no me agrada ser agorero de noticias tan infames, y, además, espero estar equivocado, pero no estoy seguro de eso.

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