Solo así darán el salto nuestros padres y abuelos: de nuestra mano.
A mami parecía que hasta le gustaba ir a hacer fila al banco, dar vueltas y pagar recibos. Varias veces le dije “¿para qué, si lo podés hacer en la computadora?”. Ella igual prefería salir aunque se angustiara si al olvidar hacerlo se le pasaban fechas de vencimiento o llegaba y estaba cerrado.
Así que a la pandemia lo único que le puedo agradecer es que por fin tuvimos ambas el tiempo (y yo la paciencia) para enseñarle a hacer esas transacciones desde una computadora.
La verdad ella también tuvo paciencia, paciencia consigo misma.
Las primeras veces tuve que estar a la par suya, guiar los intentos tímidos con los que escribía sus claves, daba enter, cliquear. Y ella que aprendió mecanografía, no podía avanzar sin que el meñique estuviera en la A; aunque tardara más, ahí tenía que ponerlo.
Eso fue en abril, y ya estamos por febrero 2021. Esta señora pensionada (que no me deja revelar su edad) ya revisa correos sola, descarga archivos, y se conecta por Zoom con mi hermana. La misma señora que hace un año ni siquiera usaba el wifi de la casa. ¡El de su propia casa! El que pagaba y no disfrutaba.
Abre su laptop roja (la pidió de ese color), paga sus recibos, hace transacciones SINPE y cuando algo sale mal no se angustia. Hasta llama al Banco a reportar que “esa página no sirve”, y efectivamente no sirve. Ya sabe reconocer cuándo es error suyo y cuándo no.
Ya no tengo que estar presente mientras va haciendo paso a paso sus movimientos. Con Netflix, es igual. El único reclamo que me ha hecho es que solo le recomiendo películas tristes, y que “en ese telefonillo tan chiquitillo” no se lee bien. Hay que buscar uno con pantalla más grande porque ya se da sola sus gustos pidiendo Uber Eats y pide los medicamentos por el app de la farmacia.
Su dedito índice ya no se desliza con miedo. Ya agrega al carrito. Compra. Ordena. O cancela.
Lo que más le gusta es buscar videos sobre Padre Pio en Youtube. Ya lo hace sola. Eso, y descargar Sudokus.
Todo eso sucedió a la fuerza cuando ambas entendimos que para no arriesgarse saliendo a hacer filas era importante sentarnos a aprender. Que había que repetirlo una y otra vez, tantas veces como fuera necesario, apuntarle los pasos en un papelito y repasar hasta que se le hiciera costumbre.
Y ahí, en esos ratos de “Mujer, no te desesperés, tené paciencia, repetilo”, en esos ratos entendí que muy por encima de la tecnología lo que importa es lo humano. Y así como ella tuvo paciencia para cambiar y lavar mantillas (pañales no, mantillas), la misma que me enseñó a usar una cuchara ahora requiere de mi tiempo y mi paciencia para dar este brinquito a la virtualidad. Para mí es un brinquito, pero ahora entiendo el shock que puede ser para ella. Y no, no es ninguna anciana, no es ninguna inútil, no es anticuada, simplemente necesita el aparato, la red y a mí, alguien que la guíe.
Aunque tuviera la red o el aparato, lo indispensable es la guía.
En casa todos nuestros adultos mayores necesitan eso. Me contaban algunos compañeros de los CAP´s de Movistar que a veces les toca a ellos en la tienda, ser quienes expliquen a nuestros clientes adultos mayores cómo es eso de los gigas, enseñarles a encender un celular, o enviar fotos y documentos por primera vez via WhatsApp.
Probablemente usted y yo aprendimos a contestar llamadas con un teléfono de juguete repitiendo “aló” por toda la casa, y fuimos torpes al marcar los números en el disco con esos dedos regordetes de chiquitos. Casi todo lo aprendimos viéndolos a ellos: hoy se cambian los papeles.
Este es el momento de sacar el rato, la paciencia y el amor para explicarles este lío de contraseñas, gigas, aplicaciones. Porque nadie, nadie nace aprendido, y por más que insistamos en decir que algunos procedimientos son “intuitivos”, no lo son para todos.
Podrá llegar 5G, existir wifi público en todos los parques o regalarles la tablet o el celular más chuzo que todo eso sería inútil si no hacemos por ellos lo que hicieron por nosotros. “Vení y te enseño, para que lo hagás vos solo”.
Si se quedan atrás, a veces no es por falta de wifi o de herramientas, es porque no hemos sacado el rato para acompañarlos.
Donde falla lo humano, se pierde la conexión más importante. Que no sea nuestra falta de solidaridad lo que le impida a esa generación conectarse a todo, como quieran, cuando quieran, para lo que necesiten.
Todos vamos para viejos, además. Ojalá alguien lo haga por nosotros cuando toque.