Éramos menos, sí, muchos menos, la Avenida Central a veces lucía semivacía durante ciertas horas del día; el punto usual de reunión era la Plaza de la Cultura, ahí se filmó el video de “Julieta” del grupo Manantial, fue la década del auge del talento nacional.

Yo me iba a la rockola de la Soda El Imán a poner siempre la misma canción: “Llegaré” interpretada magistralmente por William Fallas. En una cabina telefónica, José Capmany y Enrique Ramírez (Café con leche), me entregaron una tarjeta rota que decía algo así como: “rumbo al éxito y a la fortuna”, fina ironía, y se enrumbaron hacia Cuesta de Moras, despreocupados y contentos. Todos muchachos, todo por descubrir.

En el Cine Variedades me pedían cédula de identidad porque tenía cara de niño, y ahora me calculan más edad de la que tengo, y yo siento que la faz que me corresponde no viene del espejo, sino que sigo siendo el mismo carajillo que se coló en un quinceaños de una sala de eventos en barrio Aranjuez y que le preguntó a la mamá de la cumpleañera que quién era la homenajeada, fueron tiempos de flacura, estudios y lucha.

Los lugares cuestionables en la década de los ochenta tenían letreros de neón, y mientras más alto el copete, más a la moda, ¿cuánta laca se vendió por centímetro capilar? De mi grupo de amigos, fui el único que no entendió el mensaje oculto de “Persiana americana” de Soda Estéreo.

El amor nunca fue gentil conmigo en mis años mozos, pero eso me dio una ventaja evolutiva, lo que ahora se llama resiliencia. Recuerdo que por la Escuela Buenaventura Corrales en el Edificio Metálico había un parque con peces y patos, nunca vi un asalto en ese lugar, la gente parecía descansar entre semana.

Dicen que todo tiempo pasado fue mejor, yo no estoy de acuerdo con esa afirmación, creo que como dice Serrat, no hay otro tiempo que el que nos ha tocado, y que la buena actitud mejora cualquier talento que nos haya sido otorgado. Fue en ese tiempo que escribí un poema que conservo inédito y del cual tomo prestado el título para este artículo, porque a pesar del ruido, el desorden, el caos y el exponencial crecimiento de la ciudad, es posible aún amar en San José.

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