En pleno siglo XXI, el auge del flujo masivo de información por medio de redes sociales y plataformas digitales es una realidad inherente propia de la cultura popular moderna. La aparición de nuevos diplomáticos, pensadores y los llamados influenciadores, es una tendencia que sube como la espuma dentro del entorno digital actual.

Es sencillo ingresar a Twitter, Instagram o Facebook y darse cuenta de cómo (a pesar de la diversidad de navegantes) cada vez es más común encontrar una línea de pensamiento similar. Jóvenes liberales, ideales e irreverentes, inundan estos espacios con sus políticas y pensamientos basados desde su punto de vista. Lastimosamente, en algunos casos la óptica de estos influencers es privilegiada y aunque ciertas intenciones sean positivas, la soberbia con que unos defienden sus pensamientos de los otros hace que el debate social propio del ambiente en las redes, pierda riqueza.

Opiniones respaldadas por likes, elevan a estos individuos a un punto superior en comparación al resto de personas y los proyectan como pensadores dignos de un Olimpo futurista donde la utopía solamente es lograda si las personas siguen los pasos de estos pseudo-ídolos del internet.

El individualismo, el desconocimiento generalizado, entre otras características negativas, convierten el espacio digital en un ambiente tóxico que, en vez de aportar, divide a la sociedad dentro de un mar de discordias. Si el potente poderío de las redes estuviese dirigido hacia los verdaderos sectores que sí se esfuerzan por mejorar la condición del país, el internet en general sería el arma más poderosa que tendría esta nación de paz.

Basta con echarle un vistazo al ranking de starngage sobre ticos con más seguidores en Instagram para notar el material que al tico promedio le gusta consumir en redes, donde en el top diez, solamente aparece un medio de comunicación entre nueve modelos que rozan el millón de follows.

En resumen, ambos polos comparten la culpa de que el poder en las redes sociales sea un espejismo de cambios positivos. En el caso de los seguidores, ser perseguidores de ideales distantes a la realidad o consumir contenido vacío (pensando en todas las posibilidades con la tecnología actual), da de que hablar tomando en cuenta la gran cantidad de quejas expuestas en estos espacios a cerca la verdad del país.

Por otra parte, mientras sigan existiendo ídolos en las redes que piensan en particular y en el beneficio personal, aunque aumenten exponencialmente los números en pantalla, en la realidad seguirán siendo un espejismo de todo lo positivo que manifiestan detrás del celular. Mientras más influencers aparecen en las redes y entre más se pavonean por sus cientos de interacciones, más crece esta interrogante: ¿Cómo esperás que no te sigan en redes, si le decís a la gente lo que quiere escuchar? El cambio real se logrará, cuando entre en comunión lo que se dice con lo que se hace y también cuando se utilicen las herramientas que el siglo XXI regala, para el provecho de todos y no de unos cuantos.

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