"La injusticia, dondequiera que ocurra esa una amenaza a la justicia en todas partes".

Martin Luther King Jr.

En diciembre de 1986 era yo asistente personal de doña Dora María Guzmán Zanetti, primera magistrada en la historia judicial costarricense.  Tenían entonces 23 años y a tan temprana edad la vida me concedió el enorme privilegio de ser escogido por ella para que trabajara en su despacho.  La había conocido como mi profesora de derecho procesal penal, con una rigurosidad académica e inobjetables atestados profesionales.  En fin, una gran jurista.  Al trabajar con ella, además conocí a un ser humano extraordinario en todos los ámbitos de su vida.

En esa época debió hacerse el nombramiento del presidente de la Sala Tercera de la Corte, cargo que recaía, hasta entonces en el magistrado más antiguo.  Fue una sólida tradición hasta que el machismo no soportó que una mujer ocupara el cargo.  En su desagravio escribí un artículo con la intención de darlo a conocer al país y humildemente pretender desagraviarla.  Lamentablemente me pidió ella que no lo publicara.  Su modestia y su prudencia me callaron entonces.

Con gran satisfacción pude observar que el programa radial de la Universidad de Costa Rica, titulado Mujeres de ley cerró su ciclo con una entrevista a doña Dora.  Cuál fue mi sorpresa que, aunque muy de pasada, mencionó ella este incidente, con lo que me siento librado de aquella censura de 34 años atrás y me voy a permitir publicar esta nota en que lo reproduzco, ad literam:

“Me propongo con estas líneas dar a conocer al país un hecho que en mi criterio tiene relevante importancia en la actividad judicial del país, especialmente en la administración de justicia.  Me refiero al nombramiento de la Sala Tercera Penal de la Corte Suprema de Justicia efectuado en la sesión de Corte Plena del 1o. de diciembre en curso.  Para destacar esa relevancia es preciso comentar una tradición que hasta esa histórica sesión fue inveterada en la práctica judicial: la presidencia de cada una de las Salas que componen la Corte Suprema de Justicia le corresponde al Magistrado con más años de servicio.  Ello se fundamenta en la necesidad de mantener armonía y concordia en cada uno de estos altos Tribunales evitando la lucha entre magistrados por aquel cargo, obviándose los sinsabores que campañas como éstas dejan irremediablemente.  Naturalmente, es ésta tan sólo una tradición, mantenida por distinguidos magistrados y caballeros que no constituye ningún imperativo categórico impuesto por ley.  Recientemente con el nombramiento del Presidente de la Sala Primera se cuestionó tan arraigada tradición con la candidatura del distinguido Magistrado y quien fuera mi porfesor Lic. Edgar Cevantes Villalta.  De innobjetables condiciones personales e intelectuales, pero no el más antiguo de la Sala y por eso no fue electo.  En mi criterio fue esta una de las razones más fuertes que en su contra se confabularon.  Este sano principio sólo puede ser quebrantado cuando medien razones de orden intelectual y moral que ameriten el no nombramiento de un magistrado que no sea el más antiguo.  Pues bien, en aquella sesión de 1o. de diciembre de 1986 correspondía hacer el nombramiento del Presidente de la Sala Tercera.  La magistrada, Dra. Dora Guzmán Zanetti (única mujer magistrada en la historia del país) era y es la más antigua, además de acompañarla una sólida preparación académica y humanista en dos continentes, ser profesora universitaria, así como casi 30 años de experiencia judicial. ¡Sin más ni más 12 magistrados le negaron su voto!  Aunque suene extraño que lo plantee un hombre, ante esa insólita votación surge irremediablemente la cuestión: ¿Su condición de mujer le impidió ocupar el distinguido cargo? ¿Qué criterios objetivos maneja nuestro más alto Tribunal?  Los señores magistrados tienen la palabra...”.

En una mirada retrospectiva, tanto tiempo después, puedo afirmar sin equivocarme que hace rato nuestra Corte Plena es una absoluta vergüenza.

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