Existe una frontera tácita e invisible entre la gente que gusta de los perros y los que prefieren a los gatos. No me pregunten por qué, solo muy pocos humanos logran convivir felizmente con ambas especies. A mí los mininos siempre me han parecido sospechosos, son muy independientes, un poco altaneros, acarician cuando les da la gana, se dejan querer si les place y tiene una mirada conspiratoria. En resumen, no me fío de ellos, los dueños son ellos, pero no les importa comunicar ese dato a sus vasallos. Tengo una amiga que adora a su carísimo gato de raza “Sagrado de Birmania”, el fisgado tiene ojos azules, y un garbo que intimida, se mueve con aires de realeza, y vale más de lo que pagué por el primer pick up usado que tuve en 1989 cuando empecé mi vida laboral.

Ya se dieron cuenta, que lo mío son los perros; de niño, mi padre me regaló un pastor alemán llamado Rayo, era muy disciplinado y germánico: mi papá le daba una orden para que no me dejara entrar a nadar a un lago, río o mar después de comer, y el can me halaba sin lastimarme, pero mi piel no tocaba el agua. A medida que yo crecía, mis perros disminuían proporcionalmente en tamaño: Schnauzers, Chihuahuas y mi adorada Nanuk (oso polar en lengua Inuit), zaguate y negra hermosa, inmune a todos los males, que traje de Santa Cruz de Guanacaste, donde trabajé unos años, y me recuerda esa época con gente linda que me dio tanto cariño. La cosa es que vivo con ocho perros en total y la ayuda de familia que me ayuda a cuidarlos. Decir perrijos es un eufemismo, no distingo entre especies, excepto para la zoofilia y me gusta recordar que los seres humanos también somos animales.

El comienzo.  Hasta no hace mucho, se tendía a pensar que los perros provenían de Eurasia, pero, según un artículo de la revista Science, el equipo liderado por Olaf Thalmann, demostró que los primeros perros surgieron en Europa hace más de 18,000 años a partir de lobos domesticados por los humanos cazadores-recolectores, según el estudio de investigadores de la Universidad de California en Los Ángeles. La reseña se basa en análisis genéticos comparados de lobos y perros de todos los continentes, y apunta que la domesticación inicial de los perros se produjo en Europa (y no en África o Asia como habían indicado otros estudios), y comenzó bastante antes de lo que se creía hasta ahora. Compararon el ADN mitocondrial de una amplia variedad de razas de perros y lobos modernos con ADN mitocondrial de fósiles caninos de decenas de miles de años de edad. Este sistema de análisis ha permitido explorar relaciones genéticas de manera más exacta que las técnicas tradicionales de estudio de fósiles (con el inconveniente de la degradación de estas muestras). En las secuencias genéticas de todos los perros modernos se encuentran características genéricas similares a los antiguos perros y lobos europeos. En cambio, los lobos fuera de Europa no tienen ninguna característica genética que los relacione directamente con los perros actuales, lo que indica necesariamente el origen único de los perros en los lobos grises europeos.

Los autores sugieren que los lobos salvajes podrían haberse acercado a los humanos cazadores-recolectores atraídos por los restos de carne y hueso que dejaban después de su alimentación. Este artículo contradice la hipótesis planteada por otros expertos hasta ahora, que indica que la domesticación de los perros se produjo cuando los humanos se habían ya especializado en la agricultura, y los lobos se acercaban a las aldeas en busca de restos de comida. Al parecer, el proceso fue más complejo, y que consistió en una coevolución de cánidos y humanos. Los mismos lobos podrían haberlo desencadenado, posiblemente con el creciente acercamiento de jaurías silvestres en busca de alimento a los asentamientos y sitios de cacería de las bandas de humanos.

El comportamiento oportunista de los lobos más curiosos habría facilitado una creciente familiarización con la gente, y favorecido la selección genética natural de los individuos más mansos y sociables. Al mismo tiempo, se habría despertado el interés por esos animales en los humanos y llevado a que estos procuraran acentuar la selección reproductiva de los cánidos más sociables y, posiblemente, dotados de otros rasgos deseables, tanto físicos como de conducta. Independientemente de que dicha selección haya sido intencional o accidental, sus efectos se acumularon con el transcurso del tiempo y las generaciones, y se fueron acentuando las diferencias de esos cánidos crecientemente domésticos con sus congéneres silvestres.

Todo parece indicar, entonces, que los perros actuales se originaron en lo que hoy es Europa central, y que desde allí se extendieron con asombrosa velocidad por la mayor parte del Oriente próximo, China y Siberia, cosa que no sucedió con ningún otro animal doméstico hasta tiempos mucho más recientes. Siguieron luego su itinerario expansivo y arribaron al Japón, África, el sudeste asiático, Australia (es necesario indicar que el dingo australiano no es un perro, es una subespecie de lobo) y América.

Muchas familias, prefieren como mascotas los llamados perros de raza (que son producto de la selección artificial humana). Sin embargo, estos perros solo representan el 15% de todos los canes que existen en la actualidad, el 85% restante son zaguates o perros callejeros. En general, se cree que los zaguates proceden del cruce entre perros de raza, pero no es así, esto es un error común. Estos perros han surgido de la evolución por selección natural de los primeros cánidos que se asociaron a los humanos, por eso tienen ventajas evidentes: los zaguates son más resistentes a las enfermedades por supervivencia, y en el imaginario popular se dice que son más agradecidos.

El lobo es la primera especie y el único gran carnívoro que los seres humanos hemos domesticado, afirma Robert Wayne, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA).

Sin ánimo de menospreciar a los gatos, ni a la gente que los quiere. Nuestros sentimientos hacia los perros son recíprocos, y la ciencia ha descubierto que existe una razón para ello. Varios experimentos llevados a cabo por un equipo de científicos del departamento de Ciencia Animal y Biotecnología de la Universidad Azabu (Japón) han demostrado que la hormona del amor, la oxitocina, es la que, con la evolución de este animal junto a su mejor amigo, ha creado una conexión tan fuerte como la que se crea a nivel biológico entre padres e hijos. Así, el simple contacto visual entre el perro y su dueño fortalece sus vínculos afectivos, esto también lo concluye el estudio que recoge la revista Science. Humanos y perros refuerzan sus vínculos biológicos en un circuito neuronal impulsado por la oxitocina, de la misma forma que se construye el lazo entre individuos de la misma familia. Y la manera de crear y reforzar este vínculo es sencilla y directa: una simple mirada recíproca. En un experimento, perros y dueños fueron conducidos a una habitación donde permanecieron durante 30 minutos, mientras los científicos observaban sus interacciones. Los niveles de oxitocina de ambas especies (medido a través de su orina) aumentaron tras el contacto visual prolongado. Así, cuanto más contacto visual habían tenido los dueños con sus perros, mayor fue el aumento en los niveles de esta hormona en el cerebro. “Cuando perro y dueño se miran, ambos muestran un aumento de la oxitocina”, afirma Takefumi Kikusui, líder del estudio. Posteriormente, el mismo experimento se llevó a cabo con lobos domesticados. Al contrario de lo que ocurrió con los perros, los lobos no buscaron la mirada de los humanos, aun habiendo sido criados por ellos y sus niveles de oxitocina no aumentaron. Los lobos que tienen una relación muy estrecha con sus criadores no pueden estimular la oxitocina en ellos, posiblemente debido a la falta de contacto visual. El uso de este contacto visual hacia el dueño es diferente entre los perros y los lobos, y esta es la razón por la que los lobos no tienen este tipo de vínculo con los humanos, explica Kikusui.

En la etología canina, que es la ciencia que estudia el comportamiento natural de los perros, se determina que son empáticos con su grupo social, y se ha comprobado que pueden localizar a un compañero que sea agradable hasta para jugar. Si una persona es generosa con ellos, nunca la olvidarán, aunque pase mucho tiempo, pues tienen una excelente memoria olfativa y visual; si fueron maltratados lo recordarán también y no demostrarán el mismo afecto.

Es conocido el refrán popular que reza: “mientras más conozco a la gente más amo a mi perro”. Cada uno de ustedes debe determinar si aplica en sus vidas. Cuando el vínculo inter- especie: lobo (perro)- humano nació, los sapiens de entonces eran animistas, es decir, no se sentían superiores que la Naturaleza, y trataban a las plantas y otros animales como iguales, porque todo era sagrado, incluso los perros. Su trato era igualitario. Lamentablemente, hoy los perros son considerados cosas y no seres sintientes, por eso, deploro la explotación para su reproducción masiva con fines comerciales y también el abandono al que son sometidos por esta especie tan dañina para el planeta que es el ser humano.

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