No es posible abarcar toda la historia del consumo y distribución de drogas ilegales en Costa Rica porque ello conlleva serios problemas de espacio, tiempo y definiciones legales. La Convención de las Naciones Unidas contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas, de diciembre de 1988, también llamada Convención de Viena, es un instrumento jurídico internacional de gran valor, que no contiene un catálogo taxativo, ni lo pretendió en su momento, de todas las sustancias ilícitas que pueden llegar a prohibirse, para ello existe normativa complementaria, a nivel nacional de los estados parte, y también supra nacional. En todo caso, hoy, existen drogas de diseño, más fuertes y adictivas que en los años 80, que superan en mucho la epidemia del crack, o el apogeo de la cocaína en la Florida y Nueva York de los años ochenta. La situación es muy compleja y el abordaje mucho más profundo de lo que se puede describir en esta pieza.

Costa Rica presenta dos características de las cuales nos sentimos muy orgullosos, pero, que a su vez presentan aspectos que pueden ser enfocados como vulnerabilidades. Por una parte, tenemos 32 parques nacionales, 51 refugios de vida silvestre, 13 reservas forestales y 8 reservas biológicas, que abarcan más de una cuarta parte del territorio nacional. Además, en un acto de lucidez histórica, se abolió el ejercito como institución permanente desde mediados del siglo pasado. Estas dos particularidades, aunadas a la explosión de violencia en México (guerra entre carteles y con las autoridades) y Colombia hizo que las organizaciones criminales de la droga buscaran nuevos territorios. Veamos: Honduras, no es un terreno fértil por su extrema violencia, Guatemala es muy próximo a México, El Salvador no es seguro para los negocios “en grande”, siendo que lamentablemente, las maras azotan ese país, que consume droga, pero no tiene las condiciones de bodega. Nicaragua, conducida por una dictadura de más de cuarenta años, gestiona sus propios negocios ilícitos sin competencia interna. Por lo que, los parques nacionales de Costa Rica se convirtieron en sitios de almacenamiento ideal para el trasiego de la droga del sur al norte inicialmente.

Los carteles mexicanos encontraron a un país vulnerable y desprevenido, con lugares remotos y selváticos donde ocultar su mercancía. Ya la BBC inglesa reportaba en diciembre de 2011, en el artículo "Costa Rica in the Crosshairs", que esta situación no era nueva, según el analista de seguridad Michael Porth en colaboración con el periodista costarricense Carlos Arguedas, indicaban que esta situación se presenta desde principios de la década de los 80. Arguedas no consideró que la ausencia de un ejercito perjudicó necesariamente a Costa Rica, como se indicará, él tenía razón, aunque no sé si coincidimos en el por qué. En 1986, las autoridades advirtieron un aumento sin precedentes en los decomisos de droga: de 30 a 40 kilos anuales se pasó a 600. Porcentualmente, ese indicador significa que algo estaba ocurriendo a través de nuestro territorio. Era evidente, que Costa Rica había ganado creciente importancia como un lugar de transbordo de droga.

No es un secreto que los principales puntos de recepción de sustancias ilícitas, se encuentran en la provincia de Limón, en una zona de un Parque Nacional cribada de canales, situada sobre el Mar Caribe, en la frontera con Nicaragua. Sin embargo, también hay trasiego por el Pacífico. Lo que ha cambiado con el tiempo, desde los años ochenta hasta nuestros días, es que no toda la droga se trasiega a Estados Unidos de Norteamérica o Europa, sino que comenzó a almacenarse también para un creciente mercado local, es decir, un sector importante de costarricenses se convirtió exponencialmente en consumidores finales de diversas drogas en todos los estratos sociales. Desde lo más evidente y visible, en barrios marginales, hasta en los usuarios de alto poder adquisitivo. Precisamente, la creación de una oferta y demanda local cambió todo: surgieron grupos más o menos organizados que abastecían una zona relativamente pequeña de territorio, pero nunca tuvieron, la logística, ni el alcance de los grandes carteles mexicanos. Imitaron de aquellos la diversificación delictiva, especialmente en la extorsión de los pequeños comerciantes de su zona, con menor o mayor suceso, pero esa demarcación limitada, tuvo la consecuencia del surgimiento de muchas micro bandas y de frágiles y efímeras alianzas entre grupos, lo que generó mucha violencia y titulares de sangre, así como el nacimiento de un nuevo “empleo”: el sicariato.  De hecho, una situación inusual surgió de la idiosincrasia tica, en el Reporte de Situación Costa Rica 2018, el Organismo de Investigación Judicial, indicó que los llamados “mini carteles criollos” no respetan las jerarquías, como sí lo hacen los carteles mexicanos. Eso ha generado una enorme desconfianza de los capos del país del norte, que están conscientes que pueden ser traicionados por sus colegas costarricenses, y una explicación posible, es que, como no tenemos ejército, no se ha interiorizado en los ticos, el orden, disciplina, respeto a los mandos, propio de los estados que sí tienen un ejercito como institución permanente. En Costa Rica pasa lo opuesto, funciona la llamada “ley del serrucho”, a lo interno del grupo, se busca tomar el poder de la mini banda, para disfrutar de todos los beneficios del liderazgo de una agrupación criminal. En México, el “Chapo” Guzmán llegó a capo porque supo respetar la jerarquía durante muchos años, no es que ello sea un buen modelo a seguir. Pero, ello no suele ocurrir en Tiquicia y sería una posible explicación a las purgas internas en las pandillas de narcotraficantes costarricenses.

Lo cierto es que para muchas personas, especialmente jóvenes, el narcotráfico aparece como una forma de salir de la pobreza y aumentar su sensación de poder y adrenalina. Generalmente, los reclutados, los muertos y los que ingresan al sistema penal suelen provenir de ambientes socio económicos desfavorecidos. Mientras los “peces gordos” podrían hacerse pasar por sus vecinos honorables y filantrópicos, que viven en urbanizaciones de mega lujo donde le piden a la gente que ponga su cédula en una cámara para poder entrar. En mi opinión, esos tiburones de la maldad son los más peligrosos, porque se ocultan a plena luz del día y se mimetizan como gente de bien. En cada paso que dan hay una estela de sangre invisible.

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