¿Cuánto tiempo tardará, podría tardar, o debe tardar el nuevo documental de Netflix, Una vida en nuestro planeta, en posicionarse en el primer lugar entre los “10 más populares en Costa Rica hoy…”, según consigna habitualmente la plataforma?
Espero que poco. Debería ser poco. Deseo que la gran mayoría de personas ya lo hayan visto, estén pensando verlo. Que lleguen a verlo.
Pertinente, revelador, esperanzador, urgente, entretenido, contagiante, nostálgico, exhortativo, obligatorio. Sencillo disparar epítetos a la hora de referirse y describir esta obra. El que es la cereza en el pastel del vasto, invaluable y eterno legado del señor David Attenborough, para con la humanidad.
Un capo. Privilegiado. Una autoridad a la que merece toda la pena prestarle atención. Un personaje que muchas y muchos de pronto no reconozcan, ubiquen y referencien con facilidad, pero cuya obra de seguro sí recordamos, valoramos, apreciamos, y disfrutamos en algún momento de nuestra vida.
Este señor, científico, naturalista, y pionero en la documentación de la naturaleza, es responsable de programas tan emblemáticos como “La vida en la Tierra” y “Planeta Azul”, entre muchos otros metrajes donde se condensa, expone e inmortalizan cientos y miles de especies con las que nosotros los humanos, hemos compartido esta maravillosa nave espacial, bolincha azul, con la que flotamos en el espacio.
Dividiría este documental en varias secciones, siendo una de estas, una verdadera película de terror. Apenas para el Halloween que muchas personas se prestan a conmemorar. Si usted es una de ellas, no busque más. Difícilmente habrá algo más espeluznante que el pronóstico que la comunidad científica tiene para la Tierra a partir del año 2030.
Extinción masiva de especies, liberación exagerada de metano en la atmosfera, derretimiento de los polos, desaparición de arrecifes de coral, pérdida de masa boscosa, incremento de la temperatura promedio a niveles no compatibles con la vida como la conocemos, entre muchos otros fenómenos ya desencadenados, in crescendo y que se tornan más que amenazantes. Es claro que ya mismo se tienen que accionar, a todos los niveles, las alarmas.
Este cóctel de infortunios, debe motivar a que procedamos como colectivo a hacer lo que tuvimos que empezar a hacer, hace 10, 20, 30 o más años. Dirigir todos nuestros esfuerzos a menguar, minimizar, y disminuir el impacto tan nocivo que nosotros los muñecos y muñecas jinetes del antropoceno, venimos generando a un ritmo galopante. A un ritmo lacerante.
Posterior a una introducción muy bien ilustrada, encontramos una oda a todas las generaciones de curiosos niños y niñas que tuvimos la oportunidad de convertirnos en exploradores y enfrentarnos con la naturaleza y muchas de sus criaturas.
Es muy triste saber que este privilegio no estará al alcance de las futuras generaciones, y que nosotros mismos, sin percatarnos de ello, como se apunta, no tuvimos acceso, ni la oportunidad de coincidir en tiempo y espacio, con la totalidad del stock y plenitud de especies que han habitado junto a nosotros, y que, por cientos de años, han orquestado un equilibrio perfecto con cada una de sus acciones y su andar natural. Dicha limitación, esta restricción, ante la relación inversamente proporcional (desde que “nos robamos el fuego”) entre la biodiversidad del planeta y la dinámica anti-natural de nosotros, los autoproclamados: “Especie más inteligente”.
Para terminar, y después de un repaso sobre nuestra falta de norte y desubique, vienen los guiños. La mejor parte. La que levanta y repone la ilusión. La que embiste la esperanza. Cimentada en ese mal abonado y equivocado ingenio humano. Si en alguna medida y bajo algún arreglo muy creativo de parámetros, en realidad somos los más inteligentes del reino, pues toca poner todo ese raudal de inteligencia, innovación y sofisticación al servicio de nuestro querido planeta. Y sobre todo, al servicio de nuestra permanencia en él.
Y si de guiños hablamos, ¿cómo no va a haber uno dedicado a este pequeño pedazo de tierra en que habitamos los ticos y ticas? Se hace casi obvio, obligatorio, y de manual, que nuestro país aparezca en cada lista y referencia, de países liderando un cambio a nivel ambiental. Estamos llamados a seguir potenciando esta contra, a seguir llevando la bandera que, desde hace años, y gracias a grandes compatriotas visionarios, se nos reconoce, llevamos. Estamos llamados a ser potencia. A ser ejemplo. Inspiración. A ser modelos. Embajadores. A ser soldados. Toca no des-oír ese llamado.
Toca sacar el rato. Toca ver, compartir, comentar, cuestionar esta pieza de arte y realidad. Toca reflexionar en función a “Una vida en nuestro planeta”. Toca ponerlo de número 1 en el Netflix.
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