Un día como hoy no dejo de recordar un amigo que acuñó la expresión que lleva por título este artículo. El sabrá y compartirá conmigo que es un buen momento para usarla.

Nuestros representantes legislativos, nuestras autoridades gubernamentales y nosotros como sociedad, como colectivo, es lo que merecemos en una jornada tan funesta como la de hoy, en el que por más alucinante y contradictorio que suene, se aprueba en segundo debate, la pesca de arrastre. Leyó bien, se aprueba la pesca de arrastre en Costa Rica. Y todo apunta que no habrá ningún veto que pueda frenarla.

No podía haber un mejor año para enmarcar menuda gesta, que este 2020. Muchos y muchas, motivados por la distopía en que vivimos, se han adjudicado licencias para hacer las tonterías más impensadas posibles. Al margen de la lógica, razonabilidad, humanidad y responsabilidad mínimas que un tomador de decisión requiere.

Algunos pocos, una minoría nos encontramos sumamente indignados, algunos furiosos, otros frustrados y desmoralizados. Conocemos el impacto que una decisión como esta trae en distintos niveles.

En el ámbito económico, cientos de familias las cuales dependen de la pesca artesanal se verán sumamente afectadas por esta práctica aventajada y poco sostenible. Se estiman en más de 15.000 los pescadores artesanales. Según estudio hecho por FAO 65% de estos ubicados en la provincia de Puntarenas.

La pesca de arrastre arrasa con los camarones, su objetivo principal, y de manera indiscriminada con la fauna de acompañamiento. Esta segunda, más que potenciales croquetas para gatos, constituye el alimento de las demás especies de peces. Y sin alimento para peces, pues, no hay pes-ca-dos. Sin pescados, no hay pesca. Y sin pesca, no dinero, no ingreso, no sustento. Disparidad, deterioro, desplazamiento y exclusión social. Disparo al pie.

Dejando de lado el antropocentrismo que nos caracteriza, y habiendo resuelto el afán económico de turno, se nos revela un problema aun mayor, un problema de “equilibrio general” que a mi francamente hace que “se me pare la peluca”.

Más allá de los camarones, que nos comeremos o no, y la fauna de acompañamiento, léase peces, tortugas, tiburones, rayas y demás; esta práctica de arrastre atenta contra nuestra sostenibilidad como especie, aunque suene exagerado.

Tenemos el océano hipotecado. Desde prácticas de desalinización, pasando por plásticos y micro-plásticos conquistando los mares, hasta aguas residuales, jabonosas e indecentes vertidas sin contemplación. Ahora y como si fuera poca cosa, dirigimos toda la maquinaria al exterminio de numerosas especies responsables de una simbiosis de la que dependemos mucho más de lo que sospechamos.

Apoyar la pesca de arrastre, institucionalizar su práctica y darle un espaldarazo, repercute de manera directa en la cadena trófica y la armonía del ecosistema marino. Votar a favor de esta práctica es declararle la guerra a los peces, bacterias, algas y corales (o lo que queda de ellos) responsables en conjunto, del secuestro del 50% del CO2 que se emite en nuestro planeta.

La pesca de arrastre y cualquier voto en su favor, va en contra del principal sumidero con el que contamos para mantener la temperatura de este planeta en niveles humanamente habitables. Por obviar esto, por ignorar esto, por desmeritar esto, es que merecemos ese “aplauso al revés”.

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