Hace unos años, por mi trabajo en los Centros Cívicos por la Paz, conocí a una adolescente de Cartago de 17 años que tenía una bebé recién nacida. Su madre la había echado de la casa y el muchacho con el que tuvo la niña desapareció cuando conoció de su embarazo. María Fernanda logró alquilar un cuartito sin ventanas, con apenas un bombillo y un colchón. No le importaba el lugar, lo que le dolía era no contar con nadie. Sola, íngrima aprendía a ser madre.

En esos tiempos que andábamos por los Diques, comunidad en exclusión social, con problemas de acceso al agua, a la electricidad, con situaciones de venta de drogas y de violencia, ahí encontramos a María Fernanda. Nos recibió con alegría y rápidamente nos hizo saber su situación.

Pronto las cosas empezaron a cambiar para ella, no solo por los apoyos económicos de las instituciones del estado, sino porque dejó la soledad y se incorporó a las actividades de formación artística del Centro Cívico por la Paz.

Con Xóchitl Ávalos liderando el taller de teatro, vimos florecer no solo a María Fernanda sino a decenas de adolescentes que estaban en condición de exclusión y que, gracias a ser parte de una comunidad, sintieron fuerza para hacer de su palabra un instrumento.

Así de generosa es la adolescencia y la juventud que responde rauda y veloz a los tímidos gestos que la sociedad adulta le propone.

En esta sociedad tan polarizada que se basa más en la reacción que en la construcción, donde cada quien piensa más en lo suyo que en lo común, deberíamos volver nuestra mirada y nuestra escucha a la adolescencia y a la juventud, ejemplo de flexibilidad al cambio, apertura a lo nuevo y, sobre todo, deseosa de comunidad. Aprender de ellas y ellos, eso nos falta. Una resiliencia no de volver a un estado anterior, sino de crear un estado mejor.

El poeta Benedetti se preguntó a sus 83 años en Memoria y esperanza, “¿no será que debemos prestar más atención a los jóvenes? (…) me pregunto, cada día que pasa, si el mundo no estará así porque no les dejamos lugar a los jóvenes.”

Es verdad que la adolescencia y la juventud incomoda a los poderes y a los poderosos. Pero también es verdad que con eso señala lo que no anda bien. Ya lo había escrito yo en otro lado, que la adolescencia tiene un radar hipersensible para detectar las injusticias. Y no es que la adolescencia y la juventud estén exentas de errores, no. Tampoco es que saben qué quieren a ciencia cierta. Lo que sí es claro es que saben lo que no quieren, lo que no está bien, lo que no debería ser.

Nos toca reconocer que, en estos momentos de crisis, es hora de incorporar la palabra y la diversidad de quienes están en condición de exclusión, esa adolescencia y juventud por la que estamos tomando decisiones que les incumbe.

Si les incumbe, preguntémosles.

Cierro con palabras del poeta Benedetti: “A la juventud no hay que encerrarla en un claustro; como mejor funciona es al aire libre. Ahí es cuando el sol la ilumina, la lluvia la riega, el viento la despeina”.

¿No será que debemos prestar más atención a la adolescencia y a la juventud?

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