«Rescate Nacional». Rumiemos un momento su nombre. Analicemos las partes de ese nombre que ha ocupado los titulares de las noticias más destacadas de los últimos días. No será difícil: son solo dos palabras. 

El primero: Rescate. Cuando hablamos de rescate, el concepto incluye de manera implícita otro actor: el que hay que rescatar, ya sea porque se ha perdido o está en apuros. Quien rescata es un héroe, alguien capacitado para realizar ese emprendimiento, pues un incompetente no podría salvar a otra persona.

El segundo: Nacional. Resulta, pues, que quienes se cobijan bajo este nombre no buscan un rescate limitado, sino que pretenden que abarque a Costa Rica entera. Es un adjetivo que denota una misión bastante ambiciosa.

Juntos, Rescate y Nacional dan cuenta de una enorme tarea de dimensiones heroicas. 

Y si hablamos de héroe, hablamos de misión, una que conlleva sacrificio e incluso martirio. Notemos que cuando invocamos el recuerdo de los héroes, se nos viene a la mente la imagen de un ser humano que va más allá de sus fuerzas y que no tiene reparo en enfrentar peligro alguno con tal de hacer prevalecer los más altos valores de la justicia y la verdad.

Si hilamos los conceptos, entendemos por qué, desde su génesis, Rescate Nacional llevaba implícito el enfrentamiento físico en el que ha derivado. Aunque alguno de sus líderes reniegue de los tintes violentos que ha alcanzado.

Quizás, con el afán de revivir sus nostalgias patrióticas, quiso emular al movimiento de Liberación Nacional que encabezara Pepe Figueres y que culminara en sendos enfrentamientos civiles allá por el 48. No sería raro, puesto que Corrales ha sido miembro destacado de este partido. No pretendo decir que los miembros de la bancada verdiblanca tengan deseos bélicos; pero sí me atrevo a sugerir que quienes se han sumado a este nuevo movimiento tienen ínfulas de revolucionarios. No en vano, meses antes de presentarse en sociedad bajo este nuevo título, pretendían impulsar un proyecto de ley que permitiera revocar al presidente mediante referendo. Poco después, le hacen exigencias a Casa Presidencial como si fueran representantes democráticos. Invocan a los héroes de 1856, emulan discursos del 48 y hasta se identifican con Cristo. Quizás pretendan ir hasta las últimas consecuencias y, como los héroes del 56, del 48 y Jesucristo, confían en convertirse en mártires. Ojalá que no; lo último que esta Costa Rica del siglo XXI necesita son más víctimas. Porque eso es un mártir: una víctima apropiada y reivindicada por quienes triunfan, hayan sido aliados o enemigos.

No queremos mártires. Queremos ganadores. Y que esos ganadores seamos todos.

Preocupa muchísimo el tono violento de este movimiento. No importa ya si las pedradas, las quemas, los golpes y los balazos vienen de sectores dentro de ese movimiento. Preocupa que se siga justificando. Preocupa que no estén dispuesto al diálogo, sino que pretendan ser legitimados. Su informalidad preocupa, sus exigencias preocupan, su majadería preocupa. Ofende, además, que culpen al gobierno de las consecuencias de los actos que ellos perpetran. Una estrategia cobarde, típica de lo más bajo de nosotros: hacernos los pobrecitos y etiquetar a los demás como salados. Escupen en la cara del pueblo y nos dicen que debemos aguantarnos y agradecerles por lo que hacen.

Ni van a lograr que los reconozcamos, ni van a tomar el control. Tristemente, sí están logrando desestabilizar al país, lesionar la democracia y aumentar la ingobernabilidad. Las estrategias de los guerrilleros ya no funcionan. Pulverizar nuestras estructuras solo hará que el edificio que nos ha costado dos siglos en construir les caiga encima y los aplaste. Y con ellos a nosotros. Y ahí sí seremos todos mártires.

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