Si bien suena alarmista, caminar al borde de un precipicio brinda dos perspectivas, como casi todo en la vida: por un lado, la inminente caída al abismo. Por otra parte, el reconfortante paso en tierra firme. Entre ambas sensaciones yace una cadena de decisiones que dictan el curso de acción; el movimiento que se convierte en salto o afianzamiento. Es triste admitirlo, pero hace tiempo que Costa Rica camina por el borde, resbalando con cada paso.

Hace algunos meses me referí al origen y la naturaleza de lo que entonces parecía una escaramuza politiquera más. El argumento se mantiene aún, a pesar de que sus dimensiones ya desbordaron cualquier escenario analítico que se hubiese podido prever.

Sin embargo, como bien lo ha apuntado este medio (en reiteradas ocasiones), es iluso pensar que el bochorno que vemos y leemos diariamente se haya generado espontáneamente. Lo que hoy afecta al país no es más que el fruto de años bolas pateadas, negligencia y de ataques en pleno al Estado Social costarricense (o lo poco que ha venido quedando de él).

La clase política costarricense, entremezclada con los grandes grupos económicos, dio paso libre a los intereses de los grupos con gran capital por mucho tiempo. Aún después de saberse la maraña de artilugios financieros que son de uso común para recortar al mínimo las contribuciones impositivas, nada pasó. No sorprendería que al salir de este enfrascamiento, si es que se sale, nada vaya a pasar.

La miopía pseudo-patriótica de quien acuse esta crisis a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional no puede justificarse. Lo que el grupo de “Rescate” Nacional cosecha hoy es producto de una tradición elitista, usurera y de tendencias autodestructivas de muchos años, involucrando a muchos actores. No sorprende que los grupos más pudientes del país acumulen cada vez más mientras que la pobreza haya plantado su bandera en la zona del 20% desde hace décadas.

El país ha ignorado los problemas estructurales con la desidia de quien no lava los platos y luego se pregunta porqué hay moscas. Los ricos no pagan como ricos, si es que acaso pagan, mientras que los que tienen menos dan proporcionalmentre más a cambio de servicios deficientes. Con este tropiezo histórico, se pueden ver los peñones donde la institucionalidad se estrellaría al caer.

Costa Rica ha logrado ignorar la clara brecha económica que se ha agigantado con el tiempo. En el país de los igualiticos, la distinción social se ve y se siente. A todo esto hay que sumarle el incendiario discurso populista de figuras politiqueras criollas; unas conocidas de siempre, otras resucitadas más allá de su contexto. Ni entrecerrando los ojos se puede ver el fondo del abismo que consume una a una las piedras que caen, o dejamos caer.

El escenario político solamente es superado por el socioeconómico, si es que se compara lo tenebroso de sus realidades y futuros. Aún hay tiempo y espacio para sujetarse y afianzar el rumbo sobre tierra firme, lejos del borde. Ello implica resposabilidad social de toda persona y entidad involucrada para acercarse, dialogar y, sobre todo, dejar de lado la mezquindad politiquera y usurera que hoy nos empuja al precipicio.

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