"Parece un bloc de cemento en medio Chepe". Esta u otras frases similares han salido de la boca de una vasta cantidad de personas tras asimilar el impacto visual que el nuevo edificio de la Asamblea Legislativa causa en comparación con las otras estructuras josefinas.

Eso mismo es lo que intenta el estilo arquitectónico en el que se basa dicha estructura: El Brutalismo. Criticado por la intimidante e inhumana apariencia que le acusaban, este movimiento tomó cierta popularidad en Europa, siendo adoptada generalmente por los gobiernos comunistas entre los años 20 y 50.

Su ruda, inusual e inacabada apariencia, incluyendo su ausencia de ventanas, uso de materiales pesados y obsesión por la geometría excéntrica, hacen del brutalismo un movimiento interesado por dar un mensaje que, sea de exigir autoridad o respeto según el fin de cada edificación, un buen recibimiento dependería de la época y el contexto social de las personas que estarán obligadas a ver día a día, semejantes tributos a la brutalidad, digo, al brutalismo.

Costa Rica no es ajena a dicho arquitectura ya que, si volteamos la mirada, desde la estructura de la Contraloría General de la República hasta uno de los edificios de la Caja Costarricense del Seguro Social tienen ciertos aires de Brutalismo, pero quizá esta palabra no cobre tan rico doble sentido como lo hace con la Asamblea Legislativa.

Ahora bien, muchos coincidimos que durante los meses de su construcción, observar a aquel gigante elevándose no generaba más que inquietudes sobre el por qué de su apariencia. Y no fue hasta este lunes 19 de octubre cuando empezaron a cobrar sentido todas estas premoniciones. Nuestra intuición lastimosamente no falló teniendo esta semana varias de las aprobaciones legislativas más brutales de los últimos años: el obsceno recorte de 4100 millones de colones al Ministerio de Cultura y Juventud, y la aprobación de la pesca de arrastre, todo eso en menos de una semana de trasladar a los diputados a los nuevos despachos del excéntrico edificio.

Es así como este hilo de incertidumbres se adorna de una lógica tan amarga, ya que los funcionarios legislativos gozan hoy de una percepción social tan acorde a la apariencia de su nuevo recinto.  Tal como el sinsabor de boca que generan las novelas distópicas como las de George Orwell, tenemos que aceptar que, brutalismo o brutalidad, el prefijo que perdurará en la historia para siempre no será otro más que el de: “Brutal-”.

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