Por Abigail Rodríguez Bustamante y Priscilla Bogantes Gómez – Estudiantes del D Squad Club

Durante la última década Costa Rica ha vivido una proliferación de Academias dedicadas a la enseñanza de disciplinas artísticas (ballet, jazz, danza popular, flamenco, bailes urbanos, entre otros), o deportes artísticos como la gimnasia rítmica; este auge artístico ha generado un aumento en el número de pequeñas empresas. El flujo económico ha provocado que estos lugares cumplan el sueño a diversos costos, incluso con modalidad de becas para cientos de niños(as), adolescentes e inclusive adultos que han encontrado en las disciplinas artísticas un refugio, un espacio seguro, una herramienta para adquirir disciplina, condición física y el mejor instrumento para expresarse y tener una voz mediante el movimiento y esfuerzo físico. Pero ¿qué otros beneficios ha traído este auge al país y a la población?

Estas academias son la salida laboral de aquellos estudiantes formados de manera universitaria en Danza. Además de la formación de estudiantes que han podido representar al país fuera y dentro, están trayendo de vuelta la costumbre de asistir a teatros y auditorios. Con sus presentaciones anuales mantienen dichos locales reservados para eventos masivos, también el alquiler regular de locales para su servicio habitual y aquellas academias líderes y bien posicionadas incluso atraen escuelas internacionales para ser los anfitriones de competencias y talleres. Gracias a la diversidad de estos centros muchos profesionales dedicados a la educación artística optan por talleres y certificaciones.

Sin embargo, muchas de estas academias, fieles a las estadísticas negativas de PYMES que mueren jóvenes dentro del mercado, han tenido que cerrar, o su permanencia se encontraba peligrando al inicio del 2020, por la baja concurrencia, aumento en alquileres y servicios, y la gran dificultad de adquirir los materiales para los nuevos cuidados sanitarios que abril y marzo trajeron al país. Para muchas de ellas, especialmente las pequeñas o las que ya venían luchando por mantenerse, la pandemia fue su estocada final, que nos les permitió adecuarse con éxito, o del todo, a la modalidad de clases virtuales en las nuevas plataformas de las cuales debieron echar mano para mantener a la población conectada.

Incluso aquellas que se han mantenido y que se afianzaron mediante clases virtuales han sufrido de alguna manera, primeramente, por la incertidumbre del pago de alquiles y servicios —aún sin utilizar los espacios—; segundo, por el lastimoso hecho de prescindir de los servicios de colaboradores que se mantienen con el régimen de servicios profesionales.

Una cuarentena que no parece tener fin es el peor enemigo de estos comercios que adquirían ganancias de mensualidades, venta de artículos de danza, y que reponían costos e inversiones en sus funciones, sin duda para todas, para las más grandes y las más pequeñas, las bajas económicas han sido fuertes, tanto para llevar al cierre temporal o definitivo de muchas de ellas. El costo humano y afectivo de ver finalizado un emprendimiento y la fuente de ingresos de otras personas es devastador. Los estudiantes no la llevan menos difícil, aunque gracias a la tecnología muchos mantienen su lugar seguro y su rato de esparcimiento a una pantalla de distancia.

La inseguridad de que estos negocios retomen fuera de la pandemia existe. El cierre de centros y de programas de becas deja a estudiantes sin la disciplina que les apasiona, y que es hasta terapéutica física y emocionalmente.  Los colaboradores suspendidos, especialmente aquellos formados profesionalmente en danza, ven con desesperanza el futuro laboral de su pasión no solo a nivel país. Económicamente, las pérdidas alcanzarán a teatros, dueños de locales comerciales y emprendedores; humanamente, la pérdida del trabajo de años desvanecido dejará no sólo a dueños y colaboradores devastados, sino a todos los estudiantes cuyos salones vieron una vez expresarse mediante el arte más bello de todos: la danza.