Voy a limitarme a narrar los hechos, tratando de prescindir de la emoción, pero sobre todo respetando a todos los lectores, sin pretender imponer un sistema de creencias, porque eso sería colonizar como decía Saramago, una falta de respeto.

Lo que voy a contarles acaba de pasar en septiembre de 2020, la señora que vive conmigo, que es como mi familia y yo pedimos —a través de un sistema de transporte alimentario— unas viandas de una conocida cadena de comida rápida o chatarra, unos productos para saciar el hambre, no imaginé la mala decisión que estaba tomando, ni que las cartas de la baraja estaban marcadas.

Apenas probamos la lechuga, sentimos que estaba vieja o “pasada”, los alimentos tenían un sabor extraño y a mí me ganó la gula. No guardé el recibo de la compra, ni una muestra de los mismos. La señora vomitó y tuvo diarrea a los dos minutos de ingerir la “comida” eso la salvó, porque su organismo expulsó lo que fuese que estaba ahí. Yo en cambio, para mi desgracia, contuve en mi cuerpo lo comido; a partir de ahí fui como el cangrejo para atrás en un proceso regresivo y debilitante.

Creí que era una pega, y vino una matrona a sobarme, me dolía mucho el brazo izquierdo, por lo que creí que me había curado al sentir un alivio temporal. Sin embargo, los mareos continuaban, no tuve diarrea, pero sí una fuerte deshidratación, visión borrosa y cierta temperatura, comencé a pensar en la COVID-19, aunque no había roto la burbuja.

Pedí vacaciones en el teletrabajo porque las funciones cognitivas no me estaban respondiendo y porque me pareció irresponsable trabajar en condiciones disminuidas. Para no alargar la historia, súbitamente me vi en una ambulancia hacia un hospital privado de San José.

Mis venas no son buenas para poner una vía, escuché decir a médicos y enfermeros, (pensé que no hubiese sido un buen drogadicto), cuando al fin lograron colocar la vía, yo estaba completamente desorientado, no sabía dónde estaba, ni quién era, ni en que tiempo me hallaba. De repente, me colocaron una especie de papel plateado, delgado, tenía mucho frío.

Según me contaron después, me dio un paro cardio respiratorio (no lo recuerdo) y estuve unos minutos clínicamente muerto; me informaron luego que la información del deceso para el Registro Civil se llena ahora en línea y es muy rápida. Pese a ello, me aplicaron un desfibrilador, que no es como se ve en las películas, golpea y duele mucho, me dejó morado parte del pecho.

El impasse. Lo que fueron casi cuatro minutos terrenales, fue un tiempo enorme donde estuve, no vi ningún túnel de luz, sino que de inmediato me vi rodeado de formas sin cuerpo, pero podía reconocer la identidad de cada una de ellas. Mi nana que falleció el año pasado, mi papá, mis abuelos, ex jefes muy queridos del Poder Judicial, tíos y tías fallecidos, san Francisco, san Charbel, el Padre Pío, la Virgen María, y un señor, evidentemente judío, de tez morena, que me miró con mucho cariño y dijo mi nombre, era Jesús. En realidad, era una multitud, escéptico como soy, pregunté capciosamente, si las razones por las que me habían mandado al infierno en la tierra eran ciertas, se me respondió, que esas diferencias las marcamos los humanos, no ahí, y que era amado.

Recuerdo haber experimentado una paz y aceptación que no puedo traducir con palabras, estaba feliz y no echaba de menos nada de lo que hasta hoy había sido mi vida. En un momento dado, se me dijo que no era mi momento, pero que volvería al Cielo, y yo pedí que me dejaran ahí.

Visto en retrospectiva, intentando hacer un análisis de lo vivido, por fe acepto la experiencia tal cual, aunque estoy abierto a una tesis opuesta que la ciencia pueda explicar. Lo cierto es que después del cultivo que me practicaron, la bacteria que me infectó es altamente resistente a los antibióticos, y me dijeron los médicos que me ayudó el hecho que no había abusado del consumo de los mismos y que mi sistema inmunológico está en óptimas condiciones, así que, de esa manera puedo contar el cuento.

Lo que cambió en mí, es que ya no me afano por el ego, agradezco todo, amo estudiar y es lo que quiero hacer, lo que pueda lograr está bien y lo que no, también. Mis pequeñas alegrías son inmensas, ver los gorriones comiendo en mi jardín y de alguna forma tengo la seguridad de que la vida continúa.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.