Somos ese chiquito que cuando pierde se lleva la bola. Somos esa persona que se escuda en el no me toca a mí. Somos esa persona que se hace de la vista gorda, esa que no quiere que la toquen. La egoísta. La que serrucha el piso a los demás porque no tienen canas. Somos esa persona que cree que se merece sus privilegios. Somos esa persona. Todos y todas. Nadie quiere nada y todos queremos todo.

Ya mucho se ha hablado de la compleja situación en la que estamos, ya no sabemos ni para donde ver, en quién confiar y cómo resolver. El rancho está en llamas y tenemos, como país, un problema al frente tan cerca que parece que no lo podemos distinguir. Parece que no queremos verlo, que no nos importa. Las personas que están al frente tomando decisiones, las personas líderes, no pueden ver más allá de sí mismas y sus ideales. Nadie está dispuesto a ceder, no tenemos como país la inteligencia emocional para hacer a un lado nuestros intereses particulares, nuestras visiones de derecha, izquierda o centro. Al final, ningún lado va a ganar e igual se van a llevar la bola.

Por supuesto estoy generalizando en esta incapacidad, habrá muchas personas que se salen de la norma, pero es preocupante que no sean la mayoría. Ante la noticia de la apertura del diálogo nacional hace menos de una semana tuve esperanza en la metodología, en la capacidad de generar una experiencia de negociación que nos permitiera, mediante el pensamiento crítico, resolver. Pobre ingenuo. Ayer, se cancela la negociación y solo queda esperar, de nuevo. Tener fe en una metodología de encuentro, empatía y trabajo común que nos regale al final a un Otto Guevara y un Albino Vargas abrazados. Que nos regale un país que no esté tan distante.

Esta no es la primera ni será la última vez que enfrentemos problemas mayúsculos como este, no será la primera vez en que se le toquen los derechos adquiridos a algunos. No será la primera vez en que la única forma en la que podamos salir de esto más o menos unidos sea mediante la negociación, sea mediante quitarme del centro del mundo para hacer espacio a los que están al lado. No podemos seguir siendo tan egoístas ni seguir eligiendo la ceguera.

Es necesario que nuestros nuevos liderazgos se sacudan los derechos de piso, las canas y los no me toca a mí. Es necesario que no lideremos desde una visión partidista o gremial, es necesario que lideremos desde la objetividad de los problemas, desde lo que nos pasa a todos y todas como país. Es urgente que seamos más críticos y menos políticos. Los problemas como los que tenemos enfrente no tienen colores ni papeletas, la culpa es compartida y la única forma de hacerle frente es desde el encuentro.
Ante esto, solo puedo pensar en la importancia de las maestras y maestros de preescolar, en la importancia de una formación empática y afectiva para las generaciones que vienen. En lo crucial que resulta que desde pequeños aprendamos a compartir y no ser egoístas. Pensar que talvez mediante la educación la próxima vez que nos toque resolver lo hagamos mejor. Al final de cuentas, la niña tenía razón, sí cabemos todos si no queremos estar siempre en el centro. 

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