Por Elvira Fernández – Estudiante del Club de Debate
Las enfermedades, los desastres naturales y los conflictos bélicos son situaciones que, aun cuando no necesariamente somos responsables de cambiar, muchas veces representan un cambio drástico EN la dinámica de la sociedad. Con respecto a el panorama actual, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha declarado que “la crisis que se cierne sobre los países en desarrollo amenaza con devastar sus economías y acelerar la desigualdad (PNUD, 2020). Por suerte, el sistema internacional cuenta con diversas formas de ayuda humanitaria. El problema es que no da abasto y aún tenemos diversas poblaciones que se ven afectadas de manera más intensa por el desastre, y que incluso se encuentran en posiciones vulnerables. A modo de ejemplo podemos mencionar las crisis de refugiados, en la que, para finales del 2019, ACNUR (2019) reportaba un desplazamiento global que superaba los 70 millones de personas. Entonces, si observamos estos problemas desde un punto de vista de privilegio, ¿por qué las situaciones de crisis nos vuelven más hostiles y discriminatorios?
Para poder entender el problema, es importante destacar que partimos con que, usualmente, las situaciones de crisis siempre afectan de forma más fuerte a las poblaciones vulnerables, principalmente por razones económicas, puesto que estas cuentan con menos recursos para sobrevivir en un ambiente de conflicto, sobre todo cuando prevalece la desigualdad social. Sin embargo, lo que se busca ampliar es la relación que tienen las poblaciones privilegiadas con la afectación a los menos afortunados. La realidad es que fuera de solidarizarse, lo que vemos es que, en situaciones de crisis, la sociedad tiende a culpar al más débil y esto podemos atribuirlo a dos razones: la primera es que es un hecho que la pobreza es un impedimento para el desarrollo sostenible; según Naciones Unidas (2019), las desigualdades estructurales y la cultura del privilegio es el segundo mayor obstáculo para el desarrollo. Los altos niveles de desigualdad existentes en la región conspiran contra el desarrollo y son una poderosa barrera para la erradicación de la pobreza, la ampliación de la ciudadanía, el ejercicio de los derechos y la gobernabilidad democrática. Sin embargo, muchas veces lo que sucede es que este sector de la población, más allá de ser integrado, termina siendo tildado de estorbo para el crecimiento económico y social del país.
La segunda razón puede estar más orientada a factores culturales y nacionalistas. Podemos ver que, en Costa Rica, un país sumamente diverso, aún existen personas con una mentalidad discriminatoria hacia personas extranjeras, a las que en muchas ocasiones se les atribuye la responsabilidad de una serie de problemas que afectan al país de diferentes formas. Esto es un fenómeno complicado, porque el debate siempre termina orientándose a la analogía de ¿quién vino primero: el huevo o la gallina? Esto porque aún no podemos determinar si el problema está en la falta de medidas sociales, migratorias y de política pública, o en el actuar de las personas pertenecientes a estos grupos vulnerables.
Se considera que la responsabilidad está en quien decide responsabilizarse, aun cuando el Gobierno tenga la responsabilidad de representar los ideales del pueblo entero, es necesario ver más allá y tener la capacidad de humanizar los problemas y entender que para lo que algunos es un problema mínimo para otros puede ser una cuestión de vida o muerte. El futuro es incierto, pero es esencial la solidaridad y, sobre todo, la empatía para poder entender que las necesidades de muchos van más allá incluso del instinto de supervivencia. Entonces, la invitación es a tomar conciencia, a escuchar y que, cuando sea nuestro turno de decidir o emitir un juicio, tomemos en cuenta todo lo que sucede, pero que no sabemos porque no le llega luz.
