Ejercer el poder político es una de las tareas más complejas que existen. Implica, entre otras cosas, la representación de intereses y voluntades ciudadanas, bajo una dinámica permanente de negociación entre sectores muchas veces antagónicos entre sí.

Lograr un sano equilibrio entre las demandas de los distintos sectores, el rumbo que se ha fijado tanto por áreas temáticas como en la línea temporal de ejercicio del poder, así como un eficiente uso de los recursos públicos acorde a la realidad nacional, aumenta la complejidad de este ejercicio.

Hacerlo, de manera correcta, pasa obligatoriamente porque toda acción política implique en sí misma un ejercicio de responsabilidad. Para ello, es fundamental contar con una misma escala de expectativas y exigencias tanto cuando se ejerce el poder desde el oficialismo, como cuando se ejerce desde la oposición y aun cuando fuera de dicho ejercicio, se aspira a un cargo en cualquiera de las dos anteriores posiciones o se lidera alguna organización económica o social.

Variar la escala dependiendo de la posición donde nos encontramos, solo refleja oportunismo e inconsistencia, porque evidencia que exigimos más de lo que alguna vez estaríamos dispuestos a hacer, o que buscaremos justificaciones que no le aceptaríamos a nuestros adversarios. Ejemplos abundan, basta con seguir de cerca las redes sociales de algunos políticos y dirigentes sociales dentro y fuera de nuestras fronteras.

Ahora bien, ejercer acciones políticas en momentos de crisis, implica aún más responsabilidad, seriedad y consistencia, porque es precisamente en los momentos más complejos donde se determina la verdadera capacidad de liderazgo y articulación de habilidades negociadoras para la toma de decisiones oportunas.

No obstante, es precisamente en momentos de crisis, como los que atraviesa el mundo en la actualidad, donde evidenciamos un aumento exponencial en la irresponsabilidad y el sentido de protagonismo de buena parte de quienes ejercen el poder político. Quienes, fácilmente, se ven seducidos por el uso de cortinas de humo mediáticas porque logran varios cometidos de corto plazo especialmente relacionados con protagonismo y falsa, pero satisfactoria ilusión, de que se hace algo productivo.

Asimismo, y dado que el liderazgo no se improvisa o al menos no de manera creíble, es muy común que los vacíos de poder que dejan figuras con debilidad en sus propuestas y desatención de los temas de fondo, sea llenado total o parcialmente por figuras que se autoproclaman como representantes populares.

El error en estos casos es que, por debilidad de las autoridades legítimas, se termine validando a actores externos otorgándoles algún tipo de legitimidad que no proviene ni de la soberanía popular, ni de ninguna otra fuente legítima, sino tan solo del aprovechamiento de situaciones coyunturales o descontentos generalizados.

Por otro lado, conviene tener presentes algunas obviedades políticas que son comúnmente ignoradas, por quienes tienen la responsabilidad de ejercer el poder o que aspiran a hacerlo: no tomar decisiones, suele ser la peor de las decisiones. No asumir la cuota de responsabilidad al delegar el poder o postergar decisiones, es nefasto para la democracia. Generar altas expectativas y defraudar, es una provocación innecesaria. Anunciar propuestas sin sustento técnico, es equivalente a una burla de mal gusto.

Pero también, quejarse sin proponer nada, solo por llamar la atención, es de populistas irresponsables. Jugar con la desesperación y vulnerabilidad de la gente, es imperdonable. Desear que a un gobierno (el que sea) le vaya mal, es desearle el mal a todo un país. Molestarse porque alguien sí hace bien su trabajo, es de mediocres.

Todo lo anterior podría ilustrarse con ejemplos, caras y nombres nacionales e internacionales, pero creo que, si ha llegado a este punto del artículo, usted mismo los fue ilustrando, porque son señales muy fáciles de identificar.

Así que no importa en dónde se encuentre y el sector o los intereses que represente o que desea que sean representados, porque la acción política la ejercemos todos en mayor o menor medida cuando tomamos decisiones públicas, ayudamos a tomarlas o exigimos que se tomen; el punto es hacerlo con responsabilidad, porque el deterioro de la institucionalidad y de los sistemas democráticos, solo abre la puerta a plataformas populistas que salen muy caras y dolorosas para todos.

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