23 años
Cuentan que mi bisabuela cuando le preguntaban la edad mentía: se sumaba cinco y seis años y esperaba con ilusión la sorpresa de los demás... ese: “no parece, ¡qué bien que se mantiene!”.
Eso es lo que sé de ella yo que la conocí poco y nunca pude hablarle: ella sabía húngaro, algo de ruso, algo de alemán y yo castellano no más...
Mi bisabuela tiene hasta ahora, el récord de longevidad en una familia en la que eso tiene poco mérito. Todos vivieron mucho pero no en cantidad de años sino de guerras, de migraciones y de los hábitos que permiten soportar esas debacles.
Hoy, no podría estar viva mi bisabuela: hace 30 años tenía más de 90. Pero, lo que estamos viviendo nos ha hecho, entre otras cosas, celebrar que a nuestros padres, a nuestros abuelos se les noten los años y desear, tres veces frente al queque: ¡que los sigan cumpliendo!
COVID: si te he visto, no me acuerdo
“Mi abuelita tiene Alzheimer”, cuenta Daniela mientras yo intento tragar finito y me distraigo pensando que, esa frase, por ejemplo, es una de las que siempre hay que escribir en primera persona o no escribir.
“Hace más de tres años que lo supimos y siento que nunca me voy a olvidar de ese día, el del diagnóstico, el de explicarle a ella que lo que no entendía de lo que le pasaba era por eso y que no entendía qué era eso ni lo que le pasaba”, ella sigue y yo me prometo en silencio aguantar el relato con valentía sensible, como lo merecen.
“Siempre hemos vivido juntas... casi siempre también con mi mamá y alguien más: mi abuelo y algunos tíos; después, menos tíos, después murió mi abuelo, los otros han ido y vuelto. En fin, su casa que siempre ha sido también la mía es un lugar de paso para muchos. A mí me daba miedo que ella olvidara la dirección, que saliera y no encontrara el camino de vuelta, como en las películas: nunca pasó”, ¡qué suerte! — Pienso yo, y no digo nada.
Entonces Dani me cuenta que hace tiempo empezó a hacer un álbum, como el de los bebé, pero en orden inverso... desde el presente (qué comidas le gustan a su abuela, sus “hazañas de cada día” en metros recorridos, en chistes, en cuántas de las matas de su jardín florearon) hasta el pasado ya va por la mitad y no corre con tanta prisa, los recuerdos de los primeros años son los que menos se le “escapan” a su Tita.
“A veces me olvido que tiene Alzheimer... a veces le sirvo poquita comida para que pueda repetir tres o cuatro veces sin tener que decirle que ya habíamos terminado y que más le va a hacer daño... a veces, pienso en el tiempo en que era al revés: ella me escoltaba a mí hasta la puerta del baño y esperaba del otro lado que le anunciara que ya estaba. Es cansado, sí pero también tiene algo tierno”.
Dani asumió ser cuidadora de su Tita parcialmente hace tiempo —solo iba a la U y muy de vez en cuando salía a alguna parte; los otros miembros de su familia hacían vaca para que tuviera algo de dinero, así la pensión de Tita se destina a que la señora se dé gustos no más—... No solo el amor, hace que la decisión tenga sentido: la nieta, cuando se gradúe será trabajadora social.
“Digamos que es la práctica... un TCU personal, no sé. Que de alguna manera me estoy adelantando, aunque vaya más lento que algunos de mis compañeros: aquí, con ella y yendo a citas, también, aprendo”.
Desde marzo la labor de Daniela se intensificó: sus clases son virtuales. Sus salidas, nulas. A Tita, la CCSS la atiende a domicilio, en la puerta le deja su medicación. El resto de la familia asumió lo demás.
“Es duro. Al principio cuando veía la conferencia de prensa me daba miedo pensar que ella fuera a asustarse... pero no se da cuenta que es diferente cada día... que lo que dicen es más grave. A veces pregunta por alguno de los “actores” si falta, pero no más”.
Daniela no quiere que su Tita se enferme de COVID. A su edad piensa que el virus sería implacable, letal. Además, le basta con saber que tiene Alzheimer para que se le nuble la mirada.
“Mi abuelita, si se muere o cuando se muera, más bien, a lo mejor no se da cuenta. Tiene Alzheimer así que no nos va a extrañar. Ya casi no echa nada en falta, ni piensa -creo- en la falta que va a hacernos”, cuenta Daniela y sonríe. Yo también.
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