Redondear para abajo
Este año, he sentido igual de lejos a mis primos ticos y a los porteños; de cerca a mis amigos de acá que a los de allá; incluso a los que por más de un motivo tengo desperdigados por el mundo. Después de casi treinta años de haber migrado, por primera vez extraño, extrañar.
Todo y todos me quedan, de pronto, a un “click” de distancia y, como nunca antes, si calculo bien la diferencia horaria, puedo saber a ciencia cierta que está haciendo cada cual: no hay muchas opciones, es cierto, tele-trabajar, tele-estudiar, comer, dormir, dar una vuelta bien embarbijados.
La comunicación fluye. ¡No me perdí ningún cumpleaños! Sé que estoy redondeando para abajo, viéndole ventajas al confinamiento, solo porque la cuarentena me agarró con más de cuarenta años.
Leo menos, duermo peor, pero me siento parte del mundo… yo que tanto sé de márgenes. Eso sí, sigo atenta a lo que le pasa a los demás, segura de que la patria es donde nos atrevemos a sembrar sueños y de dejar constancia, quedarme sin preguntas, asomarme a todos los universos posibles e ir a buscar y compartir, luego, las historias individuales que después, cuando el tiempo esté a nuestro favor, harán la Historia.
De esperanza saben… los liguistas
“Ya, a estas edades, uno no se cocina con poca leña”, dice don Antonio mientras limpia con cloro la cuesta para que el moho no haga patinar los carros. Él, que no llega a los sesenta, tiene tres hijos, cuatro nietos y no se asusta fácilmente.
Sin embargo, el 2020, le ha hecho apretar los puños y las mandíbulas más de una vez. Por dicha, reconoce, por ahora no ha perdido el trabajo, ni le han recortado el sueldo, pero no siente seguro: “es que no hay que ser muy estudiado para pensar que si al patrón no le va bien, a uno tampoco; si al país o al mundo digamos le toca una crisis brava, entonces, todos perdemos”, dice y sabe que lo suyo –la jardinería y el mantenimiento- no son labores esenciales así que si toca recortar gastos…
No se anima a ir más allá de los puntos suspensivos. Tampoco a pronosticar para cuándo nos vamos a “apear de la ola, van a inventar la vacuna, o los chiquillos volverán a la escuela”.
“Toca apañárselas, digamos yo, la moto que es mía se le dí a mi hijo para que se enrolara en mensajería que ahora tiene mucha salida eso. Por mientras, al trabajo, voy caminando. Es un ratillo pero es una salvada… más conveniente que montarse a un bus que es algo que hay evitar”, cuenta y reconoce, que no son pocos sus privilegios.
Su rutina cotidiana, la cambia según los horarios de las restricciones y, para los suyos, la organización familiar ha sido clave: “Lo que alcanzamos a juntar entre todos los que tenemos ingresos, lo dividimos parejo y sin arrugar la cara porque lo importante es que alcancen los datos de los celulares, la comida y lo más básico. El sacrificio no es tanto si uno compara con otros casos de gente conocida y, por dicha, sobre todo, que hay salud”.
Confiesa que es creyente pero no religioso, más bien de esos de “a Dios rogando y con mazo dando”; que no extraña para nada los bares ni las fiestas, ir al estadio, un poco; lo que sí le pega duro es haber espaciado las visitas a su mamá y su papá.
“Eso es lo que a uno lo pone más a pensar. Mis viejitos que viven a 37 kilómetros de Puriscal ya cogiendo hacia Parrita. Eso es bastante largo de Escazú, donde estamos los otros y es retirado, bien solo. Lo bueno es poca gente pasa y las posibilidades de que me los vayan a contagiar se reducen pero uno los extraña y ellos ni digamos”.
“Figúrese que en lo que llevamos, solo dos veces he ido hasta allá. A mi cuñado le quedó desocupada una casa que tenía para alquiler y entonces uno llega hasta ahí, se baña, se muda con otra ropa y sigue sin ver a nadie hasta donde ella, comparte un ratito, manteniendo la distancia y se come alguito y ya a devolverse. Nos turnamos los hijos y espaciamos las visitas para que ella no se sienta tan sola, pero eso es triste y a los nietos y los bisnietos, diay, le tocó no verlos del todo, con suerte, piensa uno, para Navidad, quizás”.
Don Antonio no duerme bien, aunque no sienta miedo reconoce que está inquieto, como esperando malas noticias: “He intentado fumar menos, pero la tensión no ayuda; le he mermado algo, pero estoy enviciado y si lo dejo me enfermo, no de COVID sino de los nervios. Me dan nauseas, me late la cabeza y no me aguanto ni yo… Eso es algo que no viene bien, ahora. Más bien hay que tratar de estar de buenas, para contagiar… digo yo que esperanza, será, porque así como señales positivas tampoco es que haya muchas, ¿verdad?”, pregunta y se contesta a sí mismo, asintiendo con la cabeza mientras remata la explicación señalando su camiseta de la Liga Deportiva Alajuelense.
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