En enero del 2018, sentado en un famoso restaurante en Cartago, tuve la oportunidad de escuchar una conversación entre compañeros de trabajo en la mesa contigua. Ellos discutían acerca de porque confiar nuevamente en el PAC después de 4 años del Gobierno de Luis Guillermo Solís.

Uno de los amigos alegó que ponía su confianza en el apoyo de Ottón Solís al nuevo candidato. Después de todo, él era el fundador de este partido, una persona siempre incomoda con altísimos estándares de ética y austeridad en la función pública.

Días antes, Ottón Solís había respaldado la candidatura de Carlos Alvarado en una conferencia de prensa. Pidió votos para él y como acto simbólico le cedió su característico sombrero. Con esto, garantizaba que un personaje como él, siempre sincero y directo, no permitiría que un nuevo gobierno del PAC se desbocara lejos de su clamor original de una ética estricta, cosa a todas luces se cuestionaba en el gobierno de saliente, después de los escándalos del llamado cementazo y hueco fiscal.

Con su persistencia y tenacidad característica, Ottón Solís acompañó a Carlos Alvarado en todas las etapas del proceso de ambas rondas electorales. En concordancia con su elevado perfil, fue nombrado garante de la ética para el futuro gobierno.

Apenas pasaron dos meses del nuevo gobierno, cuando inesperadamente, Ottón Solís renunció a este rol como garante. Había recibido un atractivo puesto en el BCIE que lo obligaba no solo a dejar este rol, sino que también le impedía siquiera pronunciarse sobre temas políticos.

Dicho puesto puso una mordaza a su principal contribución durante su carrera política: la crítica constructiva. Implicó también aceptar un salario “absurdamente elevado” como lo calificó Ottón hace pocos días y trabajando en una institución que manifiesta una falta de transparencia sobre salarios, totalmente opuesta al discurso de él y su partido.

Aun hasta hoy carecemos de contar con el Ottón Solís que habíamos conocido casi por dos décadas y en quienes miles de costarricenses depositaron su confianza en tiempos de campaña. También el ala fundadora del PAC quedó huérfana, sin su más grande defensor y mayor representante totalmente fuera del ruedo.

¿Dónde está el Ottón Solís que se hubiese pronunciado fuertemente ante actos como los nombramientos ilegales de la Cancillería al inicio de este Gobierno? ¿Hubiera solicitado la renuncia de Welmer Ramos ante el pronunciamiento de la Procuraduría? ¿Qué hubiese dicho Ottón sobre el escándalo de la Unidad de Presidencial de Análisis de Datos? ¿Qué diría él sobre el reciente, nada transparente y costoso paseo presidencial en helicóptero a Punta Islita?

Vale la pena mencionar todos estos antecedentes porque los políticos deben comprender el peso de sus acciones y palabras. Entendemos que Ottón Solís pudo haberse cansado de la lucha que implicó su rol crítico y ser una figura política relevante durante todos estos años, pero en política, cada acto es tomado por el electorado como una promesa y en tiempos de campaña esto cobra mayor peso y significado.

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