El 24 de octubre la Organización de las Naciones Unidas cumple el 75 aniversario de su creación, durante la Conferencia de San Francisco. Esta celebración, a diferencia de las anteriores, no reunirá en la sede en Nueva York a los mandatarios de sus 193 miembros. Por el contrario, ocurre en una coyuntura muy particular, que coloca a la ONU en una posición compleja, evidenciando las falencias que la han caracterizado en las últimas décadas.

La ONU ha atravesado distintos momentos, como el de la Guerra Fría, en los cuales su margen de maniobra era muy limitado, pues dependía de las decisiones de Estados Unidos y la Unión Soviética, como miembros con derecho a veto en el Consejo de Seguridad. Mientras que la Asamblea General —la instancia democrática del sistema, pues se basa en un Estado = un voto, sin importar el tamaño— estuvo sumergida en las luchas ideológicas del siglo XX.

En otras oportunidades logró impulsar iniciativas globales, que en principio recibieron el respaldo de la mayoría de sus miembros. Entre estas destacan la adopción de los Objetivos del Milenio y los de Desarrollo Sostenible en el marco de la Agenda 2030. Asimismo, hay que reconocerle -gracias al margen permitido por las superpotencias del mundo bipolar- las operaciones en favor de la paz y la seguridad con el mecanismo de “Cascos Azules”.

Sin embargo, lo cierto, es que el aporte de la ONU ha sido limitado, pues no ha logrado consolidar la visión de una entidad que convoque a la humanidad como un todo. Y como toda organización intergubernamental queda sujeta a la voluntad de los Estados miembros.

Con el fin de la Guerra Fría (1989-1990) se consideró que había llegado el momento de reformar a la ONU para adaptarla al nuevo esquema del sistema internacional. Entre las iniciativas estuvo su democratización y un cambio en la conformación del Consejo de Seguridad (el órgano menos democrático, pero el más poderoso en la toma de decisiones). Por supuesto, que esto no fue aceptado por los cinco miembros permanentes (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia), quienes consideraron que perderían su posición privilegiada. De ahí que los intentos de reforma no prosperaron.

Así el 75 aniversario le llega a la ONU en uno de los momentos más críticos de su gestión, que no es comparable con los puntos de mayor tensión bélica desde 1945. Con el multilateralismo y el institucionalismo internacional bajo ataque por los gobiernos nacionalistas. Por eso cabe rescatar la declaración del rey Felipe VI, al iniciarse el martes 22 el nuevo periodo de la Asamblea General, cuando señaló “se requiere un multilateralismo reforzado, más inclusivo y mejorado”, porque “a causa de la pandemia, la humanidad está viviendo una crisis global inédita que pone a prueba a nuestros países y al sistema de Naciones Unidas, pero que también demuestra cuán necesaria es la cooperación internacional”. Mientras que lo que ha ocurrido en los primeros 20 años del siglo XXI es precisamente lo contrario, pues hay un esfuerzo para desmantelar la globalización y favorecer el unilateralismo de las grandes potencias, sobre todo China, EUA y Rusia.

A ese panorama poco alentador para la ONU, se suma una oleada de noticias negativas, como las dificultades para controlar la pandemia, la aceleración de los problemas ambientales (al mismo tiempo que el aumento del negacionismo), la “guerra tecnológica” y el trato de la gran banca mundial a oligarcas y redes criminales. Pero la gran falencia es la ausencia de un líder mundial capaz de indicar la ruta a seguir.

En resumen, como señaló Antonio Guterres, secretario General de la ONU, “la pandemia ha dejado al descubierto las fragilidades del mundo” y, agrego, de la ONU. En estos momentos en que el lema de la organización para el 75 aniversario es “necesitamos la cooperación internacional más que nunca”. Pero hay que reconocer, como lo hace Javier Solana, que estaríamos peor sin la ONU, por eso hay que hacer un esfuerzo para revitalizarla.

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