Con el título ¿Necesitamos la Feria del Libro virtual? Daniel Garro escribe un artículo en el que no responde su pregunta. No quiero aventurar mi suposición de lo que él pretendía responder pues me niego a ubicarme en el mismo terreno especulativo que sustenta dicho escrito.
El autor reconoce en su primera frase que la Cámara del libro «adelanta una poca información» con respecto a la Feria Internacional del Libro en Costa Rica 2020, que «ya generó más preguntas e inquietudes que cualquier otra cosa». Sin embargo, con esa poca información, sin los «detalles sobre el funcionamiento de dicha plataforma», sin lo que «todavía no se sabe», lo que «no se explica», se dedica a especular sobre lo que entendió —mejor dicho, no entendió— y cubrirse con la bandera de «los independientes» entre los cuales, valga decir, se encuentra de total y pleno ejercicio del oficio, Uruk Editores, el esfuerzo que dirijo.
Habría sido apropiado, si de verdad la poca información le generaba preguntas, que las hiciera en lugar de especular sus propias respuestas.
Supone «falta de solidaridad» de la Cámara porque propone una serie de categorías de participación denominadas, como se acostumbra en miles de eventos de todo tipo y en todo el mundo, con nombres de materiales como el platino, el oro, la plata, el bronce, el aluminio y el papel. Por supuesto, es sustancialmente más caro el primero y mucho, mucho más económico, el último. ¿O pretende que todos paguen dos millones? ¿O más bien que hasta las empresas mayores paguen catorce mil colones?
Le parece que las denominaciones de aluminio y papel son odiosas, valoración subjetiva a la que tiene todo el derecho pero que difiere de la mía, pues tengo en gran estima al papel, sobre el cual imprimimos los libros desde hace siglos y que él compara con chuica, ignorando por cierto que durante muchos siglos el papel se fabricaba justamente de chuicas.
La categoría denominada «papel» está pensada precisamente de manera solidaria para los autores-editores que ofrezcan veinticinco, cinco, siete o menos títulos. Pero, más importante, y esta es otra de las preguntas que le faltó a Garro, la Cámara gestiona para estos y otros pequeños —o incluso medianos y grandes— la creación de páginas web gratuitas por medio del programa Nidi de la empresa Nidux en asocio con el Banco Nacional, o con el también autor-editor Christian Herrero, afiliado a la Cámara, que incluirán carrito de compras, depósitos a sus cuentas bancarias y, en el caso de Herrero, la administración de los envíos.
En las ferias realizadas en la Antigua Aduana siempre hay cuotas de actividades limitadas. Como tampoco preguntó, por qué no aparecen las opciones de actividades para todos, ignora que más bien en este caso todos los participantes podrán tener una cantidad ilimitada de actividades pregrabadas. Las cuotas que ahí aparecen, como siempre, van a depender de las propuestas de cada expositor.
También ignora, y no pregunta, que ya antes la Cámara había hecho una reunión virtual con sus asociados en la que se explicaron algunas características que tendrá la feria y que en esta primera quincena de setiembre se anunciará al país el evento y se darán muchos más detalles del funcionamiento del mismo.
Y hay algo que ahora soy yo quien ignora: ¿qué pretende al arrogarse el derecho de interpretar que Uruk Editores, la editorial que yo dirijo, realiza su festival «Lluvia de libros» como un esfuerzo por obtener mejores resultados al actuar por nuestra cuenta, como si lo que hacemos fuera alternativo a la feria? No nos preguntó. No, Garro, no. Hacemos nuestro festival, entre otras cosas, como experiencia previa a la feria. Le puedo asegurar que otras de las empresas que usted menciona ya están contratando sus puestos.
Le ruego que no vuelva nunca a usar falazmente las actividades de Uruk para justificar sus especulaciones.
Eso sí, si lo quiere, me puede llamar y con muchísimo gusto le podría responder sus preguntas y cuyas respuestas yo conozca. Se lo ofrezco a título personal, igual que aclaro que este artículo no es una respuesta oficial de la Cámara.
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