Somos una sociedad con hambre de certezas y muy pocas respuestas concretas.

Desde el principio de la historia, el anhelo humano es comprender, para ello hemos desarrollado mecanismos técnicos e intelectuales, pero la realidad se nos muestra como un compendio de relaciones complejas, que no admite causas únicas.

Esto genera ansiedad, todavía una gran parte de nuestro pensamiento se basa en la ilusión de encontrar estas respuestas totales, y es algo que nos pasa en la política, lo emocional, lo ético, lo económico, la vida en general.

Buscamos explicaciones que de una vez por todas nos resuelvan el mundo, entonces surgen tentadoras las “grandes respuestas” que “alguien esconde”, pero que curiosamente están al alcance de un click en redes sociales, y que nos revelan toda la maquinaria “oculta”.

Una vez que entramos ahí, y aceptamos las teorías que “todo lo explican”, nos hemos “iniciado” y somos parte de esa “minoría despierta”, que comprende el “secreto”.

Si les parece que estoy siendo sarcástico, no se confundan, estoy describiendo el fenómeno con el mismo vocabulario que se utiliza para promover desde teorías de conspiración, doctrinas religiosas extremistas, hasta la izquierda más rancia anclada en la revolución de octubre.

Se tratan de posturas intelectuales que apelan a esa necesidad casi infantil de tener la razón en algo, o pretender saber algo, y que curiosamente terminan contraviniendo incluso las formas de pensamiento en las que dicen inspirarse.

Doy ejemplos:

  • Los terraplanistas se consideran a sí mismos científicos, aunque estén dispuestos a negar el resultado de sus propios experimentos empíricos.
  • Los dirigentes religiosos decididos a ignorar todo el pensamiento ético desarrollado por teólogos de su propio credo, con tal de justificar el odio.
  • Los líderes de izquierda que dicen ser la voz del pueblo y que basan su poder en el despotismo y el culto a la personalidad.

¿Cuál es mi punto?

Mi punto es la importancia de mantenernos críticos frente a las respuestas sospechosamente convenientes, vivimos un momento complejo, y estas posturas son cantos de sirena en medio de todo el miedo que podamos estar sintiendo.

Es muy reconfortante frente a la incertidumbre, pensar que hay un orden, un sentido, una conspiración siniestra, en lugar de admitir el simple caos y el andar indiferente del universo. La pregunta es: ¿Cuál es el objetivo detrás de afirmaciones fantásticas?

En algunos casos existen intenciones concretas de sembrar dudas y desinformación en la arena política, en otros hay de plano un negocio con base a remedios milagrosos, pero también hay quienes no responden a estas motivaciones, y por lo mismo nos parecen dignos de credibilidad. Soy de la idea que en estos casos por lo general hay un ego inmenso buscando notoriedad tras las teorías de conspiración.

Me gusta la imagen budista del “preta”, una criatura fantástica que siempre tiene hambre, condenada por su propia mezquindad. Todo lo que toca sus labios se vuelve humo, es la condena de nunca estar satisfecho, nunca suficientes likes, nunca suficiente atención.

Así es como políticos olvidados salen de sus pirámides ideológicas para ofrecernos soluciones inmediatas que carecen de base científica, y nos dicen: “Yo solo digo que prueben”. Valiente forma de quitarse toda responsabilidad.

Faranduleros venidos en expertos en todo, que nos explican como: “Las mascarillas debilitan la salud, y todo esto es culpa del des-gobierno”. Las teorías de conspiración son una trampa porque parecen darnos sentido, pero también porque acarician nuestro ego haciéndonos sentir que comprendemos algo oculto a los demás. Es el comienzo del delirio…

No hay forma de establecer un diálogo si de base se piensa que se tiene la razón, y es muy probable que un diálogo honesto nos revele que no existe una causa única para los fenómenos sociales, económicos, y del cosmos en general.

En 1953 Arthur C. Clarke publicó El fin de la infancia, una novela de ciencia ficción donde imagina un primer contacto con una raza extraterrestre. Más allá del contexto fantástico de la obra, la novela es una metáfora de nuestra especie, obligada a confrontar sus creencias, mirar más allá de sus límites individuales, y dar un paso hacía la vida adulta, dejar atrás la infancia intelectual, con sus poses egocéntricas, comenzar a vernos como un nosotros diverso, inmersos en un universo complejo.

Hace poco me dejaron un comentario en mis redes sociales, explicando como todo lo que está ocurriendo en el país es un montaje del gobierno para mantenernos bajo control. Me limité a preguntarle a mi interlocutor: ¿Y cuál sería el objetivo de hacer eso?

Sigo esperando una respuesta.

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