La premisa típica de los economistas neoliberales es que hay que cuidar los excedentes de los ricos para que estos los inviertan, pero en realidad lo que genera inversión es que la población tenga capacidad adquisitiva de los bienes y servicios que se producen con la inversión. Siempre se nos ha dicho que es la inversión la que genera riqueza, pero antes se requiere capacidad adquisitiva de la gente. Entonces, hay que cuidar los ingresos de la gente antes que la acumulación de los ricos, pero en el capitalismo se protege primero al gran capital, mientras se suelen descuidar las condiciones económicas de las mayorías.
Cuando se asume que el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita es una medida representativa de la situación económica de un país se olvida que riqueza y desarrollo no son lo mismo, y que la riqueza está muy lejos de distribuirse de forma homogénea en toda la población. De hecho, si se toma la lista de países según el Índice de Desarrollo Humano (IDH), se verá que los países que lo encabezan no son los más ricos, sino los que tienden a hacer las inversiones sociales más altas, a tener los sistemas fiscales más progresivos y a lograr las desigualdades más bajas en el mundo. Una inversión en estos países tiene altas posibilidades de ser exitosa debido a que la población en ellos tiene una capacidad adquisitiva alta.
Si un rico tiene muchos excedentes, solo los invertirá si tiene probabilidades favorables de ganar. ¿Y de qué depende su ganancia? De que la gente le compre sus bienes o servicios. Sin consumo no hay rico posible. ¿Y de qué depende que la gente consuma? De que tenga ingresos que se lo permitan. De esta manera, si el rico no tiene muchos excedentes, pero la gente sí tiene ingresos suficientes, entonces se puede pedir un préstamo con mayor probabilidad de éxito. Es decir, el incremento de la inversión y el empleo depende más de la capacidad adquisitiva de la gente que de la acumulación de excedentes en una élite.
Hagamos un experimento mental. Imaginemos una sociedad donde una persona tiene toda la riqueza y el resto de la población no tiene nada, ¿de qué le sirve invertir si la gente no podrá comprar nada de lo que les ofrezca? Ahora imaginemos una sociedad donde todos tienen más o menos lo mismo, alguien podría vender por ejemplo vegetales y la gente le podría comprar, permitiéndole eso obtener una ganancia que después podrá reinvertir en ampliar su actividad, hasta que necesitará contratar empleados, si y solo si las demás personas tienen capacidad adquisitiva. Es muy paradójico ver empresarios quejarse de la quiebra de sus negocios cuando pasan luchando por empujar los salarios a la baja: ¿de dónde creen que sale la posibilidad de las personas de convertirse en sus clientes?
De este modo, podríamos afirmar que una sociedad que cuida los ingresos de toda su población tiene más posibilidades de ser exitosa económicamente que una que se enfoca solo en los intereses de acumulación de la élite. Sin embargo, los gobiernos latinoamericanos suelen cuidar más la acumulación de los ricos que los ingresos de las mayorías, lo cual constituye una de las razones por las que esta es la región más desigual del mundo.
Piénsese por ejemplo en cualquiera de las personas más ricas del mundo: ¿podrían serlo si la gente no tuviera capacidad para adquirir sus bienes o servicios? Tomemos el caso de Jeff Bezos, el dueño de Amazon y el individuo más rico del mundo, con un capital estimado en más de doscientos mil millones de dólares, cantidad que no podría gastar ni viviendo varias veces. ¿Podría esta persona ser rica sin la capacidad de consumo de la gente? De ninguna manera. Es decir, es la sociedad mundial quien lo hace rico a él, y no al revés.
Cuando se habla de impuestos es crucial hacer estas distinciones, porque siempre nos han dicho que hay que crecer para distribuir, pero lo que se está argumentando aquí es exactamente lo contrario: hay que distribuir para crecer. América Latina es la región más económicamente injusta del mundo y urge de justicia distributiva. Más impuestos a los pobres no, a los ricos sí. Esta fórmula ha probado ser exitosa en los países más desarrollados e igualitarios del mundo, el siguiente paso es hacer una inversión pública inteligente, estratégica y equitativa.
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