“Quédate en casa” nos dicen quienes en su casa tienen todo: familia, alimento, techo, vestido y la tranquilidad de saber que mañana, como todos los días, van a poder trabajar.
Fuimos el primer cierre. Casi 3 meses han pasado ya desde que se nos notificara que debíamos detener nuestras operaciones. Para nosotros no hubo un comunicado directo de las autoridades, solo un eco en la pantalla de un televisor diciendo que a partir de ese momento todos los casinos debían cerrar. La preocupación fue instantánea y las preguntas comenzaron a llenar el aire y a rebotar por las paredes de nuestro lugar de trabajo. Nos veíamos unos a otros con miles de dudas: ¿es cierto que debemos cerrar? ¿Cuándo vamos a volver al trabajo? ¿Cuánto tiempo se va a mantener el cierre? ¿Me van a despedir? ¿Cuándo vamos a volver al trabajo? ¿Qué es una suspensión de contrato? ¿El seguro social solo nos cubre 3 meses? ¿Cómo voy a pagar mis deudas? ¿Cuándo vamos a volver al trabajo? ¿Cómo voy a comer? ¿Qué pasa si ya no puedo pagar la casa? ¿Cuándo vamos a volver al trabajo? ¿Cuándo vamos a volver al trabajo? ¿Cuándo vamos a volver al trabajo? Ese día volvimos a casa temprano, con un nudo en la garganta y el desconcierto de no tener respuesta a ninguna de esas preguntas. Debíamos quedarnos en casa, pero justamente ese día se nos llenó la casa de tristezas, frustraciones y miedos.
Las empresas trataron de ayudarnos a mantener la calma diciéndonos que todo pasaría y nos convencimos de que pronto podríamos volver. Los primeros días de encierro fueron llevaderos, muchos padres y madres aprovecharon para compartir con sus hijos, algunos se tomaron un descanso de la rutina y otros lo tomaron como un tiempo de aprendizaje y reflexión. Sin embargo, poco a poco, conforme iban pasando los días, aquellas primeras dudas se convertían en un elefante que nos presionaba el pecho con sus patas delanteras. ¿Cuántos de ustedes se han sentido tan abrumados que se han metido a darse una ducha con la intención de aclarar sus ideas y han terminado hechos un ovillo en el suelo, llorando como niños pequeños, sin aire y con la frente entre las rodillas porque ya las fuerzas no les dan? Entre nosotros, muchos hemos llegado a ese punto innumerables veces, es casi parte de nuestra cotidianidad. ¿Y cómo le explicas a tus hijos por qué su madre o su padre llora todos los días? Se puede llegar a sentir miedo de muchas maneras, pero temerle a amanecer porque cada nuevo día viene lleno de incertidumbres es algo que en nuestra salud mental ha calado muy profundamente.
Somos un gremio de más de dos mil trabajadores y trabajadoras que de un día para otro, sin mediar ninguna advertencia, nos quedamos sin empleo. Somos más de dos mil personas que se acuestan cada noche preguntándose qué será del mañana: ¿Podremos comer? ¿Nos irán a sacar de nuestra casa? ¿Podré comprar las medicinas de mi hija/o? ¿Y si me enfermo? ¿Cómo voy a pagar todo lo que debo?
Sé de compañeras y compañeros que han hecho uso de su creatividad para poder salir adelante, montándose pequeñas empresas o vendiendo productos y servicios a las personas de sus comunidades, pero que no les alcanza nada más que para pagar recibos; también sé de varios que se han tenido que enfrentar a situaciones inimaginables para poder llevar alimento a sus hogares y hay algunos que incluso han visto en peligro su integridad física para ganarse algo de dinero para el arroz y los frijoles del día siguiente, yo me encuentro entre estos últimos.
Luego de 4 años en una empresa que me generó estabilidad económica y laboral, que me permitió crecer de manera personal y académica y en la que además pude escalar profesionalmente, llegando a puestos con personal a cargo y responsabilidades importantes, la única opción que me quedó fue tomar mi bicicleta e inscribirme en una de estas plataformas que ofrecen servicio exprés.
Salir a la calle sorteando carros, camiones y buses para hacer una entrega a domicilio es ya de por sí riesgoso, pero en esa labor exponer la vida no se reduce solo a eso. Recuerdo una vez que debía realizar una entrega en Cuatro Reinas de Tibás; iba en mi bicicleta, eran las 8 de la noche y no conocía el lugar, la aplicación Waze era la que me guiaba. En un punto del recorrido llegué a una calle muy oscura y muy sola, más adelante había un grupo de cuatro jóvenes en una esquina y al divisarme dejaron de hablar entre sí para cambiar su actitud a una depredadora, algo me decía que aquello no estaba bien, mi reacción fue lanzarme al otro lado de la vía, pues en aquel punto no podía devolverme. Al pasar frente a ellos sentí un fuerte impacto en la parte trasera de mi bicicleta y me desequilibré, miré hacia atrás y pude ver cómo aquellos cuatro hombres venían corriendo hacia mí, a puro golpe de miedo y adrenalina pude estabilizar la bicicleta y di pedal hasta que ya las piernas no me reaccionaron más. Cuando por fin me detuve no sabía en qué sitio me encontraba, el Waze marcaba que estaba a 2 kilómetros del lugar donde debía hacer la entrega y al revisar mi bicicleta encontré un clavo de unas 3 o 4 pulgadas atravesando de lado a lado la llanta trasera. Me quedé viendo la carretera, dos carros pasaron de largo y pocas veces me había sentido tan abandonada como en ese momento. Quise llorar de rabia, de frustración, de dolor, de miedo... y así lo hice; llega un punto en el que duele tanto por dentro que ya no importa llorar aunque el mundo entero te esté viendo. Decidí caminar hasta donde debía hacer la entrega, pensé que quizá podrían darme el número de un taxi para volver a mi casa, me levanté y empecé a andar. Mientras caminaba, por mi mente pasaban muchísimos pensamientos, cómo era posible que ahí estuviera yo, en medio de la noche, en un lugar desconocido, con una bicicleta a rastras y el miedo en las entrañas para ir a entregar una porción de pollo frito y un fresco, todo para poder desayunar al día siguiente.
Sí, son muchas las situaciones por las cuales hemos pasado para poder salir adelante, esta historia es una de tantas que me han sucedido. Sé que mis compañeros y compañeras podrían contar mil historias más acerca de cómo se han enfrentado a esta crisis y de las cosas que han tenido que hacer para llevar alimento a sus hogares, pero llega un punto en el que ni el dinero ni las fuerzas nos dan para continuar. Hoy lo único que queremos es poder volver a trabajar. Hemos estado en casa cinco meses, sufriendo ataques de ansiedad y depresiones, teniendo miedo, padeciendo pérdidas de cabello, presión alta, dolores de espalda, de cabeza, de piernas y con la piel llena de alergias y llagas porque en nuestra salud mental y en nuestro cuerpo se ven reflejadas todas estas situaciones de estrés a las cuales nos exponemos.
Tal vez muchos no lo saben, pero existe todo un protocolo propuesto por los diferentes casinos para resguardar de manera adecuada la salud de su fuerza de trabajo y de sus clientes, no obstante las autoridades se siguen negando a escuchar nuestros planteamientos. Quizás aún nuestros gobernantes no logran ver la cara humana de nuestro colectivo y se han ceñido en catalogarnos como lo que no somos, lo que afecta negativamente nuestra imagen ante la comunidad en general.
Somos personas diligentes y laboriosas que, como muchos otros, estamos pasando grandes necesidades y queremos sacar a nuestras familias adelante, pero también somos personas responsables y comprometidas con nuestra salud y la de nuestra clientela. Si hemos presentado todo un protocolo para nuestra reapertura, es porque estamos listas y listos para cumplir con todas las normas necesarias para resguardar la integridad de cada persona relacionada con nuestro gremio, tanto trabajadores como clientes.
Solamente pedimos que atiendan nuestro clamor. Somos más de dos mil personas pidiendo que por favor no nos cierren las puertas, que nos escuchen, que realmente evalúen nuestras propuestas y que nos den la oportunidad de volver a trabajar.
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