La presidenta de la Corte Interamericana, en nombre propio, de los jueces y de todos los funcionarios, expresa su más profundo pesar por el fallecimiento de Gilda Pacheco, amiga y compañera de ideales.
Reseñar las cualidades personales y profesionales que hicieron de Gilda un ser humano excepcional, trasciende los límites de estas líneas. En apenas breves trazos podríamos intentar aproximarnos a su rica y compleja figura.
Gilda dedicó su vida a la vida de todas y todos, propios y extraños. Desde muy joven descubrió la inequidad, la injusticia, el dolor, la miseria, la discriminación, la violencia, todo lo que destruye las vidas de mujeres y niñas, de hombres y niños, en nuestra sociedad y en todas las sociedades.
Su formación profesional de psicóloga le dio las claves para llegar al alma y la mente de incontables víctimas de cotidianas atrocidades, las de hoy y las de siempre.
Al abrazar la ética y los principios de los derechos humanos, los instrumentos para concebir, desarrollar, dirigir y apoyar, programas que, a lo largo y ancho de Costa Rica y del continente, llevaron alivio y esperanza a miles de seres humanos.
Su clara inteligencia, su inconfundible sonrisa, su tenacidad infatigable, le permitieron abrir mentes y puertas hostiles. Conoció éxitos, pero también fracasos y pérdidas. Sufrió injusticias. Enjugó lágrimas propias y ajenas.
Si su credo enseñaba que todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, la realidad le mostraba que la violencia y la discriminación impiden la libertad y niegan la dignidad a millones, pero ella sentía que su misión era luchar sin tregua porque se cumplieran esos ideales.
Nunca se cansó. Jamás se rindió. Siempre estuvo presta a tender sus manos generosas, a abrir sus brazos cálidos, a ponerse en el sitio de quienes nada ofrecían porque nada tenían más que dolor. Llegó a donde la necesitaban y trabajó sin tregua, sin horario, sin intenciones de figurar ni recibir reconocimientos.
A la Corte llegó a abrir espacios para las víctimas, a proponer programas, a trabajar por la niñez y sus derechos tan postergados. A contribuir con su experiencia en prevenir y sancionar el acoso y la violencia que aparecen en toda colectividad humana.
Trajo su generosidad y su rica experiencia en organizaciones nacionales e internacionales donde dejó huellas indelebles para ayudarnos. En corto tiempo Gilda se hizo parte de la historia de la Corte, dedicada a sus mismos valores e ideales.
Inesperadamente su luz se apagó. Para su familia, que tanto quiso, para sus amigas y hermanas de la vida, para las mujeres y la niñez, para los hombres solidarios, para sus planes y proyectos. Pero la antorcha luminosa de su vida y su ejemplo, su compromiso y su lucha, seguirán alumbrándonos el camino a seguir.
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