En el primer semestre de este año han ocurrido una serie de eventos que están afectando las relaciones internacionales; mientras que en el ámbito doméstico inciden en el Estado de derecho y la democracia, al mismo tiempo que reafirman las tendencias populistas y autoritarias de un número cada vez mayor de gobernantes. De ese escenario quiero referirme, en este comentario a tres casos, que en alguna oportunidad he mencionado en esta columna, tanto en forma integrada, como por separado. Se trata de mandatarios que buscan extender sus periodos, al mismo tiempo que obvian las relaciones armoniosas, porque estas no les garantiza ejercer el poder en las condiciones que conviene a sus intereses.
Me refiero, así en esos términos, al rey Trump, al zar Putin y al emperador Xi. Esos adjetivos se originan en las acciones del primero para constituirse en “la ley y el orden” y considerarse la máxima autoridad en Estados Unidos, como él lo afirma en su red favorita: Twitter. Esto, y el manejo caótico de su administración, lo muestra bien el libro de John Bolton, The Room Where It Happened, que le permitió a Mario Vargas Llosa referirse a la “casa de locos”, pues evidencia la ignorancia extrema y la gestión antisistema de Trump.
En el segundo caso, por el referendo para modificar la constitución rusa, que le permite a Putin perpetuarse en el poder hasta 2036, constituyéndose en un moderno zar. Bueno, si su edad (tiene 67 años) le permiten llegar a los 83 como gobernante. La jugada del referendo fue bien planificada, pues el resultado no era vinculante, de forma que, si ganaba el no, Putin podía hacer otros intentos; pero si ganaba el si —como ocurrió de forma aplastante— le daba la legitimidad para impulsar los cambios a la carta política.
En cuanto a Xi Jinping, la cereza en el pastel que consolida su régimen autoritario, y le permite convertirse en el nuevo emperador chino, fue la ley de seguridad de Hong Kong. La cual le otorga poderes a Pekín para controlar lo que suceda en ese territorio, anexándolo en la práctica 27 años antes de lo que establecía el acuerdo sino-británico de 1997 —mediante el cual Londres se retiró de ese territorio y transfirió la soberanía a China—. Con ello se puso fin a la tesis de “un país, dos sistemas” y se suma a la iniciativa de la nueva ruta de la seda, consolidando el proyecto hegemónico global chino. Desde que Xi asumió en 2013 comenzó a concentrar el poder, superando el que en su momento tuvo Mao Tse Tung, llegando hoy a equipararse casi con los emperadores de las dinastías. De ahí lo del emperador Xi.
Por tratarse de los gobernantes de las tres superpotencias con aspiraciones hegemónicas globales, lo que hagan o dejen de hacer afecta al sistema internacional. Así, hoy, el mundo se enfrenta a una confrontación entre Estados Unidos, Rusia y China, tanto en lo político-militar (que es el factor dominante y condicionante de las relaciones internacionales, contrario a lo que muchos creen), lo geopolítico, lo económico y lo social. En un segundo plano se ubican potencias como Alemania, India, Japón, Sudáfrica y otras, sin olvidar a la Unión Europea que —aunque en decadencia— continúa siendo un actor clave en la arquitectura global.
Por lo anterior, es relevante dar seguimiento a las relaciones trasatlánticas, al diferendo territorial sino-indio, a la fractura geopolítica ruso-alemana (fuente histórica de conflictos armados) y al rol de Japón en Asia Oriental. Para citar solo algunos de los “puntos álgidos” en el mundo.
Sin embargo, el principal escenario es la relación tripartita entre el rey Trump, el zar Putin y el emperador Xi, que mantienen un complejo juego de poder personalizado, que va más allá de las relaciones trilaterales entre esas superpotencias. Las acusaciones mutuas son conocidas, pero al mismo tiempo tienen acuerdos no públicos sobre temas de conveniencia. Esto recuerda la época de la diplomacia secreta que caracterizó las relaciones europeas en el siglo XIX y principios del XX.
Por ahora, hay que esperar a las elecciones de noviembre para saber si Trump consolida su reinado, o se inicia una nueva fase en esas relaciones tripartitas. Esto hace necesario dar seguimiento día a día la dinámica global.
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