El presente artículo no es un test, ni pretende sustituir un diagnóstico hecho por un profesional clínico de salud mental —previa entrevista presencial— a alguien que a usted le parezca que pueda encajar en la descripción que se indica a continuación.

La fábula de Narciso se remonta a la mitología griega y es narrada en el tercer libro de la Metamorfosis de Ovidio (poeta romano que adaptaba precisamente los relatos griegos a la cultura latina); Narciso era hijo del dios Cefiso, protector del río del mismo nombre, y de la ninfa Liríope; era de una belleza inigualable que atrajo el amor de más de una ninfa, entre ellas Eco, a la que rechazó de mala manera. Desesperada, ésta cayó enferma y le imploró a la diosa Némesis que la vengara. En el curso de una partida de caza, Narciso hizo un alto cerca de una fuente de agua clara: fascinado por su propio reflejo, Narciso creyó ver otro ser y, en pleno estupor, no pudo ya desprender su mirada de ese rostro que era el suyo.

Enamorado de sí mismo, Narciso hundió entonces los brazos en el agua para estrechar esa imagen que era la propia. Torturado por ese deseo imposible, lloró y terminó por tomar conciencia de que el objeto de su amor era él mismo. Quiso entonces separarse de su persona, y se golpeó hasta sangrar antes de decirle adiós al espejo fatal y morir. En signo de duelo, sus hermanas, las Náyades y las Dríadas, se cortaron los cabellos. Al querer cremar el cuerpo de Narciso en una hoguera, comprobaron que se había transformado en una flor. Haga una pausa en este momento, revise su jardín y compare sus flores.

El sentido originario del término narcisismo lo acuñó el psiquiatra y criminólogo alemán Paul Näcke en 1899 para designar aquella conducta por la cual un individuo da a su cuerpo propio un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual; vale decir, lo mira con complacencia sexual, lo acaricia, lo mima. Evidentemente Freud lo incorpora al psicoanálisis, y el término continúa evolucionando hasta nuestros días.

El Trastorno Narcisista de la Personalidad, también conocido como megalomanía, es un desorden psicológico por el cual, quienes lo padecen, desarrollan actitudes de egocentrismo, exceso de autoestima, egoísmo y falta de empatía con otras personas. Se trata de personas que se creen superiores al resto de individuos, de quienes esperan que satisfagan todos sus deseos. Sin embargo, detrás de esta máscara de seguridad extrema, hay una autoestima frágil que es vulnerable a la crítica más leve.

Por lo general su trato social es diferenciado de acuerdo con criterios de jerarquía social o laboral. Tienen la costumbre de mostrarse indiferentes a los derechos y necesidades de los demás a menos que lo estimen conveniente. Por lo general aspiran, procuran o anhelan puestos de visibilidad o poder, aunque de acuerdo con la APA (Asociación de Psiquiatría Americana) puede darse en individuos de toda clase o condición. Una de las características de estos personajes es que tienden a ser muy envidiosos y manipuladores, pero, a diferencia de los psicópatas (que no son tratables a nivel terapéutico), los narcisistas sí pueden ser funcionales e incluso en varios casos, llegar a desarrollar empatía.

Una característica general de este tipo de personalidad es que tienden a minimizar a sus colegas de trabajo y a sus parejas, se alimentan de la inseguridad ajena como si fuesen vampiros de la duda ajena y tergiversan los hechos en su favor; no suelen pedir disculpas. Los expertos han señalado como factores de riesgo para el desarrollo de la personalidad narcisista, un niño criado en un entorno sin disciplina, a quien se consienten todos sus caprichos y deseos, acostumbrado a que sus padres le faciliten todo aquello que pueda desear. Los niños educados en la convicción de que sus necesidades son las más importantes, pueden llegar a desarrollar este desorden. Una vez fuera de su entorno educativo, tienen interiorizada la creencia de ser más importantes que los demás. En sus relaciones sociales, tienden a exigir sumisión a otras personas, o a manipularlas para satisfacer sus deseos personales. Estas actitudes se basan en la convicción de que el resto de individuos son inferiores y pueden ser explotados. Como consecuencia, suelen rodearse de “admiradores”, los cuales no hacen sino reforzar el autoconcepto del narcisista y sus comportamientos explotadores. Según el DSM V (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) del año 2014, se deben cumplir al menos cinco criterios de los siguientes, para un diagnóstico de personalidad narcisista:

  • Exagerada autoestima y concepto de la importancia personal desmesurado
  • Fantasías o imaginaciones frecuentes sobre la consecución de éxito, poder o riqueza
  • Convicción de ser superior al resto de personas, y rechazo a relacionarse con individuos considerados inferiores
  • Necesidad de ser permanentemente adulado y admirado
  • Mostrar la convicción de que el resto de personas deben complacer los deseos o necesidades propias
  • Tendencia a aprovecharse de otras personas o explotarlas para alcanzar las metas propias
  • Incapacidad para empatizar, poco o nulo deseo de comprender la situación de los demás o interesarse por sus necesidades
  • Frecuentes sentimientos de envidia respecto a otras personas, o creencia de ser envidiado por ellas
  • Actitud arrogante o soberbia con el resto de la gente

El trastorno narcisista de la personalidad puede responder bien a la psicoterapia, aunque las personas afectadas no se reconocen enfermas. Debido a esto, es poco frecuente que busquen tratamiento; pero pueden aparecer problemas secundarios tales como ansiedad, depresión o estrés. La terapia cognitivo-conductual es posiblemente la que mejor resultado da en el tratamiento de este tipo de desorden. Puesto que los rasgos de personalidad pueden ser difíciles de cambiar, el tratamiento puede tener una duración prolongada; sin embargo, es posible trabajar sobre las conductas de la persona narcisista, previniendo así sus consecuencias negativas, especialmente para proteger a terceras personas cercanas.

Me consta en primera persona encuentros cercanos del tercer tipo con personalidades narcisistas, desde las que siempre creen (de verdad) tener la razón, pasando por quienes —al hablar de manera prolongada— se sienten como Cicerón en el Senado romano llenos de elocuencia (aunque su discurso carezca de sentido lógico); hasta misántropos que no quieren relacionarse con sus compañeros de trabajo porque no merecemos recoger una neurona que se les desprenda por accidente. No es negativo tener una sana autoestima, y como he dicho en varios escenarios, a menudo la opinión de las personas que no quiero “me importa un pepino”, pero eso no es igual a pensar que el mundo no me merece porque probablemente me crea la solución a todos los problemas que no existen. Los narcisistas —a diferencia de los alienígenas— si están entre nosotros, la verdad está allá afuera.

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