Debido a la actual pandemia por COVID-19, Costa Rica se enfrenta hoy ante una de las peores crisis de su historia. Y, para bien o para mal, depende sólo de nosotros que podamos superarla o, por el contrario, que nos hundamos en la anomia, el caos y el empobrecimiento acelerado.
Lo primero que debemos tener claro es que no existen soluciones mágicas y que la salida de esta crisis no provendrá de supuestos textos sagrados ni de entidades sobrenaturales. La historia nos ha demostrado una y mil veces que cuando hay pandemias debemos confiar siempre en la opinión de los científicos y de los expertos en salud, incluyendo a la hoy atacada y vilipendiada Organización Mundial de la Salud (OMS).
Hoy más que nunca debemos desconfiar de aquellas voces que pretenden desautorizar la opinión de los expertos difundiendo “noticias” de dudosa procedencia o absurdas teorías conspiracionistas, como las que abiertamente divulgan los grupos antivacunas. Esto no significa que los expertos no puedan fallar o equivocarse (“Errare humanum est”). Lo que distingue a la ciencia como saber no es que sea infalible, sino que es un saber verificable que aprende de sus errores.
Otro tema preocupante es la búsqueda de chivos expiatorios y la exacerbación de la xenofobia. Como acertadamente señalan autores como Carlos Sandoval y Alexander Jiménez, la identidad costarricense se ha construido históricamente a partir de una supuesta condición “blanca” y “pacífica” que nos diferenciaría de los demás países de la región, en especial de nuestros vecinos nicaragüenses, quienes son percibidos como Otros amenazantes. En el contexto de la crisis actual, estos prejuicios son utilizados demagógicamente por grupúsculos de extrema derecha y mediocres aspirantes a influencers. Los genocidios del siglo pasado nos muestran las terribles consecuencias que puede tener este fenómeno.
Por último, pero no por eso menos importante, está la cuestión de quiénes deben pagar por los costos de la crisis económica que está ocasionando la pandemia. Aunque no soy economista, tengo claro que lo peor que puede hacer el gobierno es no hacer nada. Lo más lógico es que paguen más aquellos que reciben ingresos más altos, tanto en el sector público como en el sector privado. Lo que no se vale es decir “yo no pago hasta que paguen ellos primero”. En ese sentido, tanto las agrupaciones empresariales como los sindicatos deben entender que la profundización de los antagonismos nos conducirá a un escenario donde todos perderemos y donde el barco en el que todos viajamos inexorablemente se irá a pique. ¿Tendremos la madurez suficiente para estar a la altura de las actuales circunstancias?
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