Conforme pasan los días en el aislamiento impuesto por esta pandemia, mi vida en el interior de mi casa se ha vuelto una metáfora de lo que pasa en el interior de mi cabeza. Una manifestación física de los patrones de pensamiento que constantemente inundan mi mente. Aún no he logrado cambiarlos o controlarlos, pero por lo menos los estoy observando de frente. Los estoy reconociendo, y ese es el primer paso (dicen).

¿Les ha pasado algo parecido? ¿Han aprendido algo nuevo sobre ustedes mismos? ¿De qué forma los va a transformar este período de recogimiento obligado?

La metáfora

El confinamiento, dentro de las paredes de mi casa, imita el confinamiento de mi mente dentro de mi cráneo. ¡Suena muy loco, pero es así!  Les doy algunos ejemplos.

Soy una control-freak, y eso se ve agudamente expresado en la disciplina militar con la que llevo mi horario; o en el hecho de que compré treinta y dos kilos de harina por internet, porque detestaba la incertidumbre de no saber si la iba a encontrar en el supermercado.

Siempre he sido bastante insegura, y mi temor de no ser suficientemente buena está tomando fuerza ante las cancelaciones o retrasos de proyectos laborales. Me persigue la duda de si los proyectos paran por la crisis, o porque no he demostrado mi capacidad.

Incluso mi vanidad está siendo confrontada. Sin la posibilidad de ir al salón a pintarme el cabello, me ha sorprendido la cantidad de canas que tengo y que yo no sabía que tenía. Están sobre mi cabeza y, sin embargo, ¡yo no sabía que existían!

Y luego está el aspecto más difícil de manejar: la inacción, la imposibilidad de aportar. Estoy sentada observando de frente a mi privilegio y pensar en las vidas que la crisis económica va a arruinar, de quienes de por sí eran los más necesitados, me duele. Pensar en las mujeres que están encerradas con una pareja que las abusa, me desespera. Pensar en los que en este momento no tienen qué comer, me atormenta.

Semillas

Y así pasan los días, viviendo en la versión magnificada de mi cabeza, que es mi casa. También hay cosas muy buenas, como que me he acercado a amigos y familia con quienes hace rato no conversaba, he aprendido a hacer pan con masa madre, y mi esposo y yo tenemos más tiempo para disfrutarnos.

Pero una cosa sí tengo clara: ante todo, la pandemia me ha dado una lección enorme sobre tolerancia y humildad. Ha puesto de manifiesto que, a final de cuentas, todos enfrentamos las crisis (y la vida en general) lo mejor que podemos. Todos vivimos dentro de nuestra propia cabeza y aunque a veces sea difícil comprender las acciones u opiniones de otros, la mayoría somos buenas personas que estamos intentando hacer las cosas lo mejor que podemos. Voy a procurar que la bondad, la solidaridad y la generosidad para conmigo misma y hacia los otros, sean semillas que vayan germinando desde ahora, y hasta el final.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.