Quizá era difícil evitar que sectores democráticos terminásemos cayendo en esa finta tan burda. Pero sucedió. Y lo cierto, es que deriva que terminó tomando el "debate" sobre la UPAD es cualquier cosa, excepto favorable para los intereses populares.

Por lo pronto, pareciera que en pro de esa gran cruzada nacional que impulsamos en contra del "espionaje" gubernamental, quedó enterrada la tentativa de levantar el secreto bancario a través de una ley.

Ese debate, por lo pronto, quedó cerrado. El ambiente político no es el propicio para avanzar ni esa, ni ninguna otra ley que ayude a optimizar las herramientas a disposición del Estado frente flagelos como la evasión fiscal, el blanqueo de capitales y el narcotráfico.

Tremendo favor hicimos a esos espurios intereses. Pero así de funcionales son los principismos a la hora de hacer política. ¿Funcionales a quién? Esa es la pregunta.

Pero lo más grave, más allá de lo inmediato —que no es cosa menor—, es que terminó fortaleciéndose una matriz que estigmatiza, como tal, el uso de datos a la hora de gobernar y de hacer política. Así como suena: estigmatizar el uso de datos. ¡En plena "era de la información”!

Demonizar en este momento el uso de datos en la toma de decisiones sobre política, ni más ni menos, es algo así como hacer un llamado a volver a la Edad Media. En esa foto terminamos los sectores democráticos, y algunos de izquierda, sentados en la misma foto que Fabricio Alvarado y Crhoy. Ya dijimos que no es buena guía el principismo a la hora de hacer política.

Dicen que el camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Para el poder real que contribuye a demonizar el uso de datos a la hora de hacer política, lo que está mal, es que los datos estén a disposición del Estado. Pero si los datos están a mano del sector privado, como efectivamente lo están en nuestro tiempo, por el contrario, está todo bien.

En conclusión, somos así de ingenuos: Facebook, Google y demás conglomerados económico-informacionales transnacionales, saben más de nosotros que nosotros mismos. Con todo lo que eso supone: la CIA, la NSA. Eso nadie lo discute.

Pero nuestro aldeanismo genera el que eso no escandalice a nadie. Lo que sí nos escandaliza, y mucho, es que un tal economista de apellido Madrigal, que no lo conoce nadie, que no existe, y que es irrelevante políticamente hablando, trabaje en una oficina cruzando variables con un software en una computadora.

Dicen que en política uno debe escoger bien las batallas. Pero el nivel de la discusión es ese.

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