“Más claro, eres uno de esos que bebió el feminismo”, fue la reacción de la Ministra de la Mujer de Costa Rica cuando le conté a fines del año pasado que era hijo de una de las primeras feministas de Ecuador, Luzmila, quien siendo delegada de país a la Primera Conferencia Mundial de la Mujer convocada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (México, 1975), desafió al delegado de la Unión Soviética y llamó al resto de mujeres a que hicieran el uso de la palabra.
Eran los años en los que los delegados hombres de las grandes potencias y otros países se creían en el derecho de tutelar las reuniones de mujeres y que sus intervenciones constituían palabra divina e incontestable, y eran también los días de julio de 1975 en los que la corresponsal de prensa, María Asunción Lazcorreta, relataba desde el teatro de los acontecimientos:
La palabra elocuente y brillante de esta joven delegada, de Ecuador, produjo en todos los asistentes, que éramos miles, primero estupor y silencio, un silencio expectante por lo insólito del atrevimiento femenino ante hombres como el delegado ruso que respondió iracundo transfigurado como un Iván el Terrible; pero a pesar de esto una lluvia de aplausos cerró su intervención, que produjo el milagro de despertar conciencias femeninas, como declaró la Delegada de Guatemala y otras representantes que pudieron hacer uso de la palabra por arte y gracia de esta inteligente ecuatoriana…la primera en romper el cerco potente durante todo el evento.
Luzmila, un año después, a mis 14, me llevó a la Asamblea de la Comisión Interamericana de Mujeres 18° (Miami, 1976), en donde a ratos yo asistía a las deliberaciones de estas combativas mujeres y en donde la vida y una de las pausas del evento me regalaron una plática con la delegada de Brasil, una octogenaria llamada María Sabina de Albuquerque, quien desde un comienzo llamó mi atención por su parecido con Indira Gandhi y su encantador portuñol con el que me acercó a las selvas y ciudades de su hermoso país. Luego descubrí que María Sabina además de feminista, era periodista y poeta con profunda y visionaria mirada ecologista como en su Canto de Fe, cuando proclama su amor por el planeta: “Creo en ti porque eres bella, Tierra mía”/“El Creador fue mucho más Artista cuando te hizo, Tierra mía”.
Varios años más tarde, cuando me propusieron ser el punto focal de género en la oficina en Ecuador del Programa de las Naciones Unidas (2006-2011) y luego en el Centro Regional del PNUD en Panamá ser el punto focal de género y ambiente (2012-2018), no me pude resistir porque hace rato que la suerte estaba echada.
Luego vendría lo que pasó en San José…
El avión aterrizó en el medio de una fría noche. Promediaba marzo de 2019 y estaba en pleno trajín de mudarme de país antes del inicio de mis nuevas funciones en Costa Rica. Había elegido a Quito –mi residencia permanente— como el centro de operaciones para mi salto desde Panamá a San José. Ir al Sur para volver al Norte, cuando aparentemente habría sido mucho más fácil mudarme directamente de Panamá a Costa Rica. Algo parecía no encajar —rendiré cuenta sobre ello en otro momento.
Mi equipaje era numeroso y particularmente pesado (cuatro maletas de 32 Kg cada una, un carry-on y una mochila). En la banda de distribución del equipaje pedí apoyo al equipo de maleteros y me tocó en suerte —nunca mejor dicho— una señora de unos 70 años, de contextura y estatura medianas. Antes de cerrar el trato, le compartí que, debido a la lesión temporal de mi hombro derecho, no me iba a ser posible ayudarle a levantar las maletas. Con una mirada serena me tranquilizó diciéndome que no me preocupe, que ella se hacía cargo de todo. Y así fue…
Juntando prestancia y fuerza, subió todas las maletas en el carrito y nos fuimos conversando como si nos hubiésemos conocido de antes. Apenas concluyó la descarga del equipaje dentro del maletero del vehículo que me transportaría hacia Quito, nos despedimos juntándonos en un abrazo que me llegó hasta el alma —aún lo siento.
Esta experiencia en Quito sacó a mi género-sensibilidad del breve letargo de los días previos a mi llegada a San José y que había coincidido con una época —ahora afortunadamente muy lejana— en la que la logística del cambio de casa y país ocupaban gran parte de mi mente.
Ese despertar fue muy oportuno. Ni bien asumía mis nuevas funciones como Representante Residente del PNUD en Costa Rica a finales de abril de 2019, me enteraba que debíamos contratar una persona para conducir el carro de la Representación. Ese momento, lo vivido en Quito —y asumo que en el resto de mis vidas pasadas— fluyó como una epifanía y me dije llegó el momento de asegurar que las mujeres tuvieran la oportunidad de competir en las mismas condiciones dentro de espacios laborales no tradicionales.
Para empezar, hubo que hacer más inclusivo al anuncio de prensa. Ahora se decía “Estamos buscando una conductora o conductor” en lugar del consabido y desabrido “Se busca chofer/a”. La idea caló en el equipo de la oficina de PNUD en Costa Rica y en una reunión general de staff se cruzaron ideas sobre cómo lograr que aplique el mayor número de mujeres posible. Se acordó usar las redes sociales, así como promocionar el anuncio en asociaciones de mujeres taxistas y escuelas de enseñanza de conducción para identificar aquellas instructoras mujeres que pudiesen tener interés en el cargo. También se aseguró que el panel que realizó las entrevistas estuviera conformado por al menos dos mujeres y un hombre, y que la prueba técnica sobre conducción la hicieran dos personas, incluida una colega mujer.
Y fue así como en el mes de diciembre de 2019, una mujer asumió por primera vez el cargo de conductora del vehículo de la Representación Residente del PNUD en Costa Rica. Margarita Cruz Chinchilla es el nombre de esta mujer pionera que vive en un país en donde solo el 50.8% de las mujeres tiene acceso al mercado laboral en comparación al 74,9% que corresponde al caso de los hombres.
Las palabras de aliento de Barbara Auricchio, entonces en el Centro Regional de PNUD en Panamá, y Rafaella Sánchez, una colega género transformadora, a todo dar, que nos apoya en Costa Rica, fueron centrales.
“Imagínate, José Vicente, las barreras que se pueden derribar si se consigue que el vehículo de la Representación Residente del PNUD sea conducido por una mujer. Eso será determinante para que más mujeres apuesten por ser conductoras. Ellas ahora podrán decir si una mujer conduce el carro de una Representación, yo también puedo hacerlo”, fueron las palabras que pronunciaron y todavía suenan con una energía que derriba estereotipos y reduce brechas…
Pertenezco a la nueva generación de Representantes Residentes del PNUD en América Latina y el Caribe, región en la que 23 personas ocupamos esa posición. Catorce (14) son mujeres y representan el 61%.
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