Imaginemos que un buen día, por culpa de un bichito diminuto, invisible e insaciable, se transforma todo aquello que conocemos: se agota el papel higiénico de los supermercados, cierran los comercios y las escuelas y desaparecen los trabajos, al mismo tiempo que todo el mundo empieza a tener miedo ante lo incierto que se avecina.

Ahora imaginemos que en ese mundo existe un vendedor de café. No es un vendedor cualquiera: tiene tiendas en muchos aeropuertos alrededor del mundo y vende dentro de sus tiendas, además de café, souvenirs, libros, chocolates, joyas y todo aquello que podría interesarle al turista que visita cualquiera de sus tiendas. A este vendedor podríamos llamarle Míster Coffee.

En el país de Míster Coffee vive también Míster Holiday, el dueño de un hotel que tiene muchos años de dedicarse al turismo y ha establecido un negocio próspero. Míster Holiday intenta atraer hasta la región distante y exótica en la que se ubica su hotel a los turistas que han pasado o pasarán por las tiendas de Míster Coffee. Aunque no se conozcan, ambos dependen del negocio del turismo que cuelga de un hilo casi roto.

Pocas horas después de la llegada del diminuto y amenazante bichito a ese país, Míster Coffee despide a muchos de sus empleados. En un proceso rápido de sumas y restas se da cuenta de que eso es lo mejor que puede hacer: no tendrá pérdidas ese año y se evitará problemas a largo plazo. Su negocio no necesita expertos sino jóvenes vendedores que sepan algo de inglés. Simplemente será cuestión de contratarlos cuando las cosas vuelvan a la normalidad, piensa Míster Coffee.

Al mismo tiempo, Míster Holiday sufre una contractura en la espalda tan severa que no logra mover sus brazos. Le cayó el mundo encima. Sabe que no podrá solamente sumar y restar para determinar el destino de su empresa. Más allá de lo que reflejan los números, el mayor valor que tiene son las personas que ha seleccionado, capacitado y transformado en seres humanos más felices y competentes dentro de su negocio. Entonces decide no despedir a nadie y asumir el impacto financiero que eso implica.

Nuestros personajes no están solos, a pesar de que las autoridades recomiendan el aislamiento para combatir los efectos indeseables del pequeñísimo bichito. El ministerio y las cámaras de turismo se manifiestan a través de diferentes comunicados y hablan de una situación de calamidad que nunca se había presentado antes. Todos, sin darse cuenta, viven en medio de una película hollywoodense. Todos son protagonistas de Contagio (2011), la película que durante los últimos días encabeza las listas de las más vistas en Netflix.

Contagio (2011) anticipa mucho de lo que vivimos a causa del Coronavirus hoy, en Costa Rica y el mundo. En esa película también desaparece el papel higiénico de los supermercados, cierran los negocios y se vacían los aeropuertos. El miedo se propaga. Contagio se concentra en aquellos lugares que antes eran secundarios: perillas, barandas y vidrios. Además, nos deja perplejos ante lo que parece una premonición, una pandemia que surge por la transmisión entre un murciélago, un cerdo y un ser humano.

Es probable que algunos conociéramos las películas hollywoodenses de Steven Soderbergh, el director de Contagio. Soderbergh ha dirigido Traffic (2000), Erin Brockovich (2000) y Ocean’s Eleven (2001) pero su trayectoria profesional incluye más de 40 películas, sumamente variadas en su estilo y presupuesto. Es asombroso comprobar cómo, durante más de tres décadas, Soderbergh ha asumido su carrera de una manera fluida y flexible, saltando entre proyectos muy diversos. La flexibilidad y la creatividad viajan siempre acompañadas. Esta asociación no debería estar ausente en ninguna empresa o negocio.

Soderbergh y Míster Holiday valoran el capital humano. Saben que algunos proyectos les harán crecer como seres humanos y les convertirán en profesionales más competentes. Estiman profundamente a las personas que les rodean y desean su bienestar, tanto como el propio. Esta solidaridad les permite transitar con mayor facilidad por momentos de zozobra y les ayuda a sobrellevar la pérdida económica. Saben muy bien que hay cosas más importantes que el dinero.

Por otro lado, Míster Coffee simplemente no tolera la posibilidad de verse en números rojos, inclusive en momentos de crisis como el que vivimos ahora. Para él, la pérdida económica es sinónimo de fracaso. Cuanto más llena sus bolsillos, más feliz está. La solidaridad es un valor ausente en su diccionario. Se mueve por las aguas de la conveniencia y se siente satisfecho al haber aprendido a sumar y restar. Sobre todo a sumar.

Míster Holiday nos enseña que la flexibilidad, la creatividad y la solidaridad son virtudes esenciales para seguir adelante en momentos de crisis. Felizmente, algunos empresarios han seguido los pasos de Míster Holiday, que a su vez parecen haber seguido los de Míster Ángel: el empresario que hace más de diez años le dio la mano a su comunidad, tras un tremendo sismo que había sacudido al país, y que continuó fabricando jaleas a pesar de las dificultades.

Parece injusto que Míster Ángel aparezca hasta ahora en nuestra historia, considerando que protegió a quienes tanto dependían de él. Al fin y al cabo esta es una historia de benefactores que se esfuerzan e incluso se sacrifican por quienes los rodean y de personajes egoístas, que piensan únicamente en su beneficio y huyen frente al primer atisbo de calamidad. Una historia de ángeles y demonios. Por supuesto que muchos estamos en esa masa gris y amplia entre ambos mundos.  A todos, a los demonios, a los ángeles y a los grises, nos corresponde contribuir con el final feliz de esta historia.

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