Solo por... probar. Nada más por hacer el intento de ver qué resultados nos ofrece un poquito de cabeza fría. Porque parece que a la luz de toda esta discusión que ha surgido a partir del escándalo de la UPAD, hay un elemento que se nos está escapando: estamos perdiendo todos. Está perdiendo el país.

Cuando el fanatismo nos lleva al impulso y el impulso a decir cualquier cosa las consecuencias suelen ser infelices. Lo peor es que el río está revuelto y los pescadores parecen todos sacados de una pesadilla de Burton, casi puedo ver sus dientes rechinando, gozosos.

El caos es generalizado. Ya son tantos los frentes abiertos que no sabe uno si doña Zoila está peleando con Villalta y Villalta con Steller y Steller con la prensa y la prensa con el Gobierno y el Gobierno con la oposición y la oposición con la institucionalidad y la institucionalidad consigo misma.

Como país, estamos haciendo el papel. Se dice que el que peca y reza empata pero Costa Rica ni lo uno ni lo otro, así que solo pierde. Una y otra vez. Ejemplos de cómo la discusión ha perdido su norte por completo sobran. Lo peor es que tan siquiera sugerir que nos centremos en lo que importa ya implica que la horda deseosa de sangre pierda la cabeza, asuma lo inasumible y defienda lo indefendible.

Poco importa, hay que insistir. Ya lo hemos dicho antes citando a Sampedro: las batallas hay que darlas por el solo hecho de darlas. Y la batalla en defensa de la prudencia y el sentido común no se puede abandonar nunca. Porque si así lo hacemos terminamos todos perdiendo la cabeza y comprometiendo el futuro de la nación.

Si la prensa nos falla y si la institucionalidad nos falla la última fila siempre vamos a ser nosotros: los ciudadanos. No podemos fallar también. Tenemos que exigir más. Sin aflojar un solo paso, sin ser puestos al camino, sin pecar de inocentes. Pero ejerciendo el privilegio de la ciudadanía costarricense con responsabilidad, no con resignación.

Meditemos por un segundo. Si la casa está en llamas, primero apagamos el fuego. Después contamos las pérdidas, asignamos responsabilidades y planificamos la reconstrucción. Pero no se nos ocurriría ir a traer gasolina para lanzarla a las llamas en medio incendio. ¿Cierto?

Prudencia. Como en cualquier otra discusión lo que debe orientarnos son los hechos. Una y otra vez he hablado en este espacio de la importancia del control político y de  exigir rendición de cuentas y eso es precisamente lo que, afortunadamente, se está encaminando en está pasando en este momento. Ya se activó todo el protocolo institucional para que así sea. Aquí es evidente que, como mínimo, hay una secuencia de errores inadmisibles y absolutamente reprochables que ni siquiera caben dentro de la palabra “negligencia”. Y eso en el mejor de los escenarios. En el peor, que está todavía por establecerse, hablamos de hechos mucho más serios con consecuencias mucho más serias que un despido o una renuncia.

Pero hay que confiar en la institucionalidad y hay que permitir que el debido proceso siga su marcha mientras nuevos elementos siguen (y seguirán) surgiendo. Así, a medida que surge nueva información corresponde analizarla, revisarla, e informarse. Entender bien qué pasó y qué implica y separar todo lo especulativo de lo que podemos dar por comprobado.

Solo así podremos retomar la cordura y recordar que sí, tenemos mucho tiempo subutilizando todos los datos que tiene este país. Necesitamos trabajar con esa información, pero trabajar bien, con rigurosidad, con seriedad, a derecho, para el beneficio y bienestar de todas y todos. Que así sea... y cuanto antes.