Recientemente, leía a Cortázar, maestro indudable del cuento corto en español. Recuerdo como expresión de este autor (aunque confieso que no sé de donde) una afirmación que siempre me ha parecido extraordinaria. Decía más o menos que “el cuento y la novela son como el boxeo. La diferencia es que la novela se gana siempre por decisión técnica y el cuento por knockout”.
Lo cierto del caso, es que ese día con Cortázar, me noqueaban a la vez, uno de sus cuentos (el maestro siempre logró su objetivo), y una noticia recién divulgada. Después de recuperarme del golpe fulminante, comencé a entender, que ambos lo hacían por idénticas razones.
En su cuento “Instrucciones para subir una escalera”, el escritor argentino señala: “Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente (…) Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria”.
Bien podemos comprender que las instrucciones de Cortázar, son hermosas metáforas para transmitir de manera simple, imperativos éticos esenciales, para cualquier nueva etapa que se emprenda en la vida: siempre de frente y hacia adelante, de pie y con la cabeza erguida, nunca en sumisión, sin perder de vista la realidad que se pisa, con pausa y regularidad al respirar, aun cuando en los primeros momentos todavía se aprenda a coordinar los pasos.
Como adelanté, el knockout de ese día, también me lo propinó una noticia: los tres nuevos magistrados de la Sala Tercera de Casación Penal, habían votado por mantener al más cuestionado de los miembros de dicha Cámara Judicial, como su presidente. Mi sorpresa y la de otros, de la gente, de miembros de la judicatura y del foro jurídico nacional, de cara a tal decisión, e incluso el reproche posterior que se ha venido suscitando, son absolutamente comprensibles.
Se percibe (y por ello se reacciona), que quienes “subieron un peldaño” en su destacada carrera en la judicatura, se acomodaron de inmediato en el "más cómodo estado de las cosas de siempre"; o lo que es lo mismo: ni avanzaron de frente y hacia adelante, de pie y con la cabeza erguida, ni fueron capaces de ver la realidad, por la cual se exige y espera mucho más de ellos en ese puesto que ahora ocupan.
Esta toma de partido de los nuevos magistrados y magistrada, sean cuales sean las motivaciones que los guiaron, frustra las enormes expectativas de cambio cifradas sobre ellos, para una Sala Penal que fue el epicentro del mayor descrédito y de la crisis más importante que se recuerda en la historia del Poder Judicial de Costa Rica. De ellos se espera un cambio profundo. Y si no fuera así, ¿De qué sirve el vino nuevo, en odres viejos?
Conozco personalmente a los tres nuevos miembros de la Sala de Casación Penal: escribí con una, mi primer trabajo sobre el concurso de ilicitudes en el Derecho Penal, cuando todavía éramos defensores públicos en los años noventas de siglo pasado y le aprecio enormemente; otro ha sido mi compañero en la Academia durante décadas, hemos publicado conjuntamente en Costa Rica, otros países del orbe, y conformado órganos colegiados en la Universidad de Costa Rica; con el tercero, integré uno de los Tribunales de Apelación de Sentencia Penal de nuestro país y me unen afectos profundos de hermandad con él.
Por eso, no dudo de su estatura intelectual y moral, pero sí entiendo, como lo explica Cortázar, que en ocasiones se debe aprender a coordinar los primeros pasos, y a no perder de vista la realidad que circunda. No soy yo quien vendrá a decirles que decidieron mal, ni qué deberían hacer para devolver la esperanza a quienes le reclaman credibilidad e independencia frente a los poderes fácticos, a una Sala de Casación Penal tan cuestionada. Y no lo haré, porque sé que con sus acciones sabrán hacerlo.
A lo único que me atrevo, es a contarles de las instrucciones para subir escaleras sobre las que alguien escribió; de las que, con toda certeza, siempre habrá un descenso. Junto a ellas, siempre sigue existiendo un plano horizontal. De ahí venimos, eso somos, y no debemos olvidarlo nunca.
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