Conocí a Bernarda Vásquez Méndez el día de su cumpleaños número 87. Los del crew buscamos un pastel y cantamos con muchas velas que nunca fueron suficientes. Bernarda se divirtió con el gesto y todo aquello quedó en el documental.

Ella fue la primera mujer costarricense que votó en La Tigra de San Carlos en 1950; y un día sí y el otro también, la prensa, la gente, las mujeres de Costa Rica la buscábamos para que nos contara de ello. Especialmente durante las elecciones, la vida de Bernarda se llenaba de paparazzis.

Suerte que ya votamos las mujeres porque por ejemplo, hoy sabemos que vamos a las urnas más que los señores. Según el Tribunal Supremo de Elecciones, en San José el abstencionismo en varones es del 35%, y el de mujeres es del 28%. A nivel nacional la brecha se expande; los hombres se abstienen en casi un 38% y las señoras en un 30%.

Pero hoy quiero hablar del humilde voto municipal, que a pesar de su aparente trivialidad es un ensayo y error de nuestra incidencia política persona a persona, barrio a barrio. Son lo más parecido a poner en orden la casa, lavar la ropa, limpiar las plantas del jardín, aceitar la aldaba de la verja o cualquier tarea de cuidados que ya sabemos están feminizadas. Se trata de lo cotidiano, de lo “banal“, de los desechos y su destino, de la convivencia con la vecindad.

Lo que hacemos a diario es establecer un diálogo entre vecinos y amigas acerca de lo que queremos, de lo que no, de lo que nos gusta y las soluciones que encontramos. Pero por ejemplo si establecemos este diálogo desde el voto comunitario o las sindicaturas, concejalías, regidurías, incluso alcaldías; pues ese intercambio de vecinas y amigos se vuelve un diálogo social desde el rol político, por pequeño e insignificante que este parezca. Para ello es fundamental que nos aliemos a quienes buscamos lo mismo, no necesariamente a quienes pensamos igual, esto para que siga existiendo un tirar de pugnas a favor del colectivo.

Con la intelectualización extrema del voto municipal sucede una paradoja: si te importa poco o nada tu comunidad y tu entorno NO VOTÁS, si estás en la playa tomando birra NO VOTÁS, si nadie te representa como tu igual NO VOTÁS, si tras un sesudo análisis ninguna propuesta te convence NO VOTÁS, si te da pereza ser ciudadano y actor político NO VOTÁS. Aunque todas vengan desde personas y reflexiones distintas, de facto derivan en lo mismo: NO VOTÁS = NO PARTICIPÁS ACTIVAMENTE DEL DIÁLOGO SOCIAL. Entonces amigas, hermanas, vecinas, costarricenses: NO VOTAR como forma de protesta tiene idéntico efecto que ser abstencionista.

Pero digamos que decidís SÍ VOTAR.

Yo vengo de la extrema izquierda desde la cuna, entonces el raro placer de votar por quien me gusta y me representa no creo haberlo probado. Mis votos han sido casi siempre en contra de un proyecto político o de alguien en particular. Yo le llamo VOTO EN CONTRA, que a su vez deriva en otras clasificaciones: VOTO CASTIGO, que es el que hacés a favor del partido directamente oponente al tuyo por lo insatisfecha que estás por su gestión. También está el VOTO REJUNTADO, este voto también capitaliza tu descontento pero no necesariamente en contra, si no que te pone a pensar quién puede hacer mejor tal proyecto político o quiénes te pueden defender mejor en lo equivalente a lo legislativo, es decir el Concejo Municipal. Este es el voto que te obliga a dialogar con los que buscan lo mismo aunque no sean tus iguales y eso es bueno. El VOTO CIEGO, por ejemplo es porque responde a una tradición familiar o tribal, dónde votas por quien siempre vota tu entorno sin ejercer elección crítica.

Ahora que recuerdo, mi primer y hasta ahora único VOTO A FAVOR fue en las municipales pasadas para el alcalde de mi comunidad, y puedo entender perfectamente el por qué. Cuando una municipalidad falla las mujeres solemos ser las más afectadas: la recolección de residuos, los centros de cuidado de criaturas o adultos mayores y los malos espacios públicos, recaen siempre en trabajo feminizado. Este señor joven planteaba algo muy parecido a poner en orden la casa, el patio, el barrio. En términos de diálogo social las elecciones municipales nos interpelan a las mujeres más que a nadie.

Pero ojo los tiempos: para que Bernarda pudiese emitir ese su primer voto, nuestro primer voto en 1950; La Liga Feminista de Costa Rica peleó desde 1923. 27 años pasaron entre querer y poder igualarnos a los señores en este derecho.

Caso curioso: a Laura Chinchilla yo la voté en principio como VOTO EN CONTRA porque los partidos progresistas nunca habían tenido la osadía de colocar a una mujer en ese lugar y ese era mi descontento. También era un VOTO REJUNTADO porque a falta de más muestras, votar por una mujer nos llenaba la cabeza de tales delirios que estoy segura que muchas votamos en ese mood. Lo curioso es que de facto ese también fue un VOTO CASTIGO, por el hecho de  que su oponente era un proyecto político en el que yo creía más. Tengo certeza de que la fuerza política de Chinchilla se amamantó de nuestra tácita fantasía de reivindicación feminista.

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