En anteriores comentarios me he referido al desencanto de la gente con la política y la democracia representativa, lo cual está generando protestas alrededor del mundo, y aunque por momentos parecen disminuir las manifestaciones, es evidente que la gente está insatisfecha. Otro factor por considerar es el aumento en la abstención del electorado, lo cual afecta la legitimidad de origen de los gobernantes. Pero hay un tercer factor, particular -aunque no exclusivo- en los regímenes parlamentarios: el fraccionamiento del voto entre las distintas agrupaciones políticas, lo cual impide que algún grupo gane la mayoría o se requiera establecer una alianza entre varias bancadas. En buena medida es lo que sucede en España, dificultando la conformación de alianzas para establecer un nuevo Gobierno. Esto también resta legitimidad al Gobierno.
Sin embargo, el caso más evidente de ese fraccionamiento es Israel, pues fue convocada una tercera ronda electoral en menos de un año. Ante la imposibilidad de conformar Gobierno, la semana pasada el Kneset o parlamento decidió disolverse, de forma que los nuevos comicios serán el 2 de marzo, antes de la fiesta del Purim o carnaval judío, que inicia desde la tarde del lunes 9 de marzo y concluye hasta el día siguiente. Una celebración de origen bíblico y considerado uno de los días más alegres, por lo que se hacen un gran banquete y se recita la plegaria Shoshanat Ya’akov, compartiendo regalos y disfrazando a los niños y niñas. Por eso los comicios tienen que realizarse antes del Purim.
Mientras tanto, Benjamín Netanyahu se mantiene como primer ministro en funciones, a pesar de estar imputado por corrupción, fraude, cohecho y abuso de poder, de acuerdo con la Fiscalía General; ante ello el líder de Likud denunció un intento de golpe de Estado. Tal situación le ha dificultado a Netanyahu reunir la mayoría para formar Gobierno y mantenerse como primer ministro. Pero el permanecer al frente del Gobierno, aunque sea en forma provisional, le permitiría algunas ventajas frente al proceso judicial que enfrenta. Pero en su partido político hay críticos que amenazan con retirarle el apoyo si no aparta de la política y facilita la superación del bloqueo político que el país ha vivido este año.
Históricamente el parlamento israelí ha estado conformado por diversas agrupaciones, producto del sistema electoral vigente. Hay grupos políticos y religiosos, siendo los principales el Laborista y el Likud; y se suman los nacional-religiosos, ultraortodoxos, liberales de izquierda, de derecha nacionalista, árabes y el comunista. La fragmentación (en contraste con décadas anteriores) se ha hecho manifiesta en las dos elecciones anteriores y la falta de un líder fuerte y reconocido por la mayoría de la ciudadanía impide la conformación de alianzas.
Los últimos años de Netanyahu en el poder (siendo el líder israelí que más tiempo ha ocupado el Gobierno) han constituido un largo ocaso, lo cual lleva a analistas a señalar que lo único que busca es ganar unos meses para negociar un acuerdo con la fiscalía. Para ello hace cada vez más concesiones; pero la balanza no parece inclinarse a su favor.
Por otra parte, los comicios de marzo próximo no constituyen una garantía de que se superará el fraccionamiento político-electoral y algunos aluden a una maldición bíblica. Mientras no surja un líder que atraiga a un sector importante de la sociedad israelí, el panorama político no se muestra halagador.
Por ello, las calificadoras de riesgo han advertido de pérdida de credibilidad de Israel por la incertidumbre política, al mismo tiempo que crece el déficit. Y no se puede perder de vista el entorno regional, que resulta adverso para los intereses israelitas.
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