Hace muchos meses tomé la decisión de no involucrarme en discusiones que pudieran rozar con temas electorales o incluso políticos de orden doméstico en Costa Rica.  He tratado de mantenerme al margen para evitar debates divisivos en momentos en que el país lo que necesita es diálogo, respeto y concordia.  Me veo obligado a romper con esa voluntad, sin embargo, convocado por dos editoriales del periódico La Nación en los que reiteradamente se acusa a la Administración Solis Rivera de haber procurado “(…) estabilidad a cualquier costo” durante su gestión. Rechazo de forma categórica tal afirmación.

Es efectivamente cierto que en el cuatrienio en que ejercí la Presidencia de la República Costa Rica disfrutó de una inusitada estabilidad.   Tras años de turbulencia y crispación social, entre 2014 y 2018 la conflictividad se redujo a cifras muy bajas que fueron subrayadas por los Informes sobre el Estado de la Nación.  También es cierto que esa tranquilidad interior fue acompañada de cifras bastante positivas de crecimiento económico (de entre 2.5 y 3.5% del PIB, casi el doble del promedio latinoamericano del momento), así como por una disminución en la pobreza y la desigualdad, una baja inflación, una reconocida estabilidad en el tipo de cambio, un aumento considerable en el turismo y en la inversión extranjera directa, y un avance importante en la construcción de obra pública. Hubo por supuesto atascos que no pudimos resolver.  Lamentablemente el crimen violento aumentó como resultado del incremento del tráfico internacional de cocaína y uno de sus peores subproductos, el narcomenudeo; no logramos concretar a nivel legislativo la reforma fiscal que mantuvo el déficit en alrededor del 5.9% del PIB (tras haber logrado reducirlo al 5.4% gracias a una mejor recaudación y automatización de los procesos en la Dirección de Tributación Directa).  Asimismo, mucha infraestructura que quedó para concretarse, se han terminado o se ejecutan en la Administración Alvarado Quesada, como no es extraño que ocurra en una democracia en donde el poder se alterna cada cuatro cortos años.

Los editoriales de La Nación sugieren que esa estabilidad se habría alcanzado de forma artificial, o que habría sido el resultado de pactos indebidos, como pudieron haber sido acuerdos gremiales negociados en contra del interés nacional (algunos de los cuales, más bien, se revirtieron). La estabilidad que el país experimentó en el cuatrienio 2014-2018 fue el resultado de políticas públicas deliberadas, ejecutadas con efectividad y no sin complicaciones y obstáculos múltiples.  Fue producto también de permanentes consultas con la gente y horas y horas de encuentros, algunos tensos, en todo el país y en la sede de la Presidencia en Zapote. Y sobre todo fue fruto del compromiso, la dedicación y la voluntad de un equipo de trabajo integrado por funcionarias y funcionarios que, desde las vicepresidencias, los cargos ministeriales, viceministeriales y las presidencias ejecutivas hasta los escritorios más humildes de los despachos institucionales, se “sudaron la chaqueta” haciendo las cosas bien.

Nunca fue práctica de mi Administración dejar de hacer por cálculo electoral o para satisfacer intereses particulares de gremios o grupos de presión e interés: hicimos campaña –contra toda recomendación técnica— clamando por una reforma fiscal; dimos continuidad a las obras y contratos suscritos por el Estado en otras Administraciones; preservamos el Estado de Derecho frente a la presión de grupos interesados en amedrentarnos.  Ya fuera para impedir reformas laborales, desquiciar el funcionamiento del transporte público, detener las investigaciones en el INFOCOOP, obstaculizar la puesta en marcha de proyectos de inclusión social y educación para la sexualidad y la afectividad, evadir la violencia en los territorios indígenas, impedir los derechos de las gentes del mar, o evitar que el agua potable llegara a las comunidades sin poner en riesgo la producción ni las inversiones turísticas,  una y otra vez hicimos lo que teníamos que hacer sin que nos faltara ni la voluntad, ni la fuerza ni el coraje necesarios.

Y ya que estamos en esto, permítaseme revelar el “secreto” de la estabilidad lograda sin los pactos ni las malas artes de otrora. Casi toda ella fue posible gracias al diálogo, a la capacidad de escuchar y a la voluntad de cumplir con lo prometido.  A la dura tarea de convencer a la gente, a toda la gente, que sus objetivos, si eran justos y se perseguían sin violencia, podían plantearse y resolverse hablando con seriedad y no en la calle, pegando gritos por muy legítimos que estos fueran.  También se realizaron muchas intervenciones preventivas –docenas de ellas- para llegarle a los problemas antes de que estos explotaran. Allí también jugó un papel muy importante Mercedes, coordinando lo propio con nuestros aliados de todos los partidos en los gobiernos locales, cuyos titulares saben que nunca les pedimos apoyo político a cambio de nuestro empeño por llevar bienestar al territorio.

Por eso se equivoca el articulista de La Nación.  No lo hicimos “a toda costa”, sino “a pesar de todos los costos”.

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