Hace algunos días Teletica publicaba una nota sobre el vergonzoso aumento de casos de abuso sexual infantil que el 2019 nos deja (y ni siquiera ha terminado el año), y ese dato solo refleja los que llegan al Hospital Nacional de Niños, que según su directora Olga Arguedas son solo aquellos donde hay un nivel de gravedad —y de violencia agrego yo— muy evidentes. Estos datos tienen una doble cara, hay muchos, muchísimos más casos que están ocultos.
Leí varios comentarios en redes criticando el titular de la televisora, pero sinceramente creo que es justamente lo que es, un vergonzoso aumento, deberíamos sentirnos todos indignados, avergonzados y profundamente tristes de saber que nuestros niños y niñas, ¡Sí, nuestros! Vecinos nuestros, que vemos todos los días en la calle y a quienes sonreímos, están siendo violentados de una forma tan cruel y atroz.
La violencia no debe tolerarse contra ningún ser vivo, pero es tanto más atroz contra aquellos que son completamente indefensos, y que según nos dice la experiencia mundial, son violentados en un alto porcentaje por una persona en la que confían plenamente, alguien con quien conviven, a quien aman y por supuesto, alguien que se aprovecha de esto para intimidarles.
Según la Fundación Aprender y Crecer, que se dedica a atender la problemática del abuso sexual infantil en el país, durante el 2017 se recibieron más de 8 mil denuncias por delitos sexuales en el Poder Judicial, es decir, prácticamente, una denuncia por hora. De estas denuncias en el 67% de los casos las víctimas son personas menores de edad, a lo que la Unicef nos recuerda que:
La verdadera magnitud de la violencia sexual está oculta, debido a su naturaleza sensible e ilegal. La mayoría de los niños y las familias no denuncian los casos de abuso y explotación a causa del estigma, el miedo y la falta de confianza en las autoridades. La tolerancia social y la falta de conciencia también contribuyen que no se denuncien muchos de los casos.
Estos niños y niñas no están siendo protegidos en sus más esenciales derechos; y usted y yo debemos ser conscientes y movernos para disminuir estas horribles estadísticas.
¿Qué podemos hacer? Bueno, la Unicef es clara, la tolerancia social y la falta de conciencia contribuyen con estos delitos, así que no queda más que hacerle frente: empecemos a hablar abiertamente de esto, digamos fuerte y claro que repudiamos el abuso, los tocamientos, los besos, la violación y cualquier otra forma de violencia sexual contra nuestros niños y niñas, apoyemos a las personas valientes que denuncian, y exijamos a nuestras autoridades un abordaje respetuoso, que no revictimice y que brinde ayuda psicológica y médica a las personas que denuncian, a quienes se atreven a romper el ciclo, e incluso a aquellas que 20 o 30 años después encuentran el valor o el espacio necesario para gritar que fueron abusadas.
Para los abusadores el lugar más cómodo se da siempre en silencio de las víctimas, pero también, tenga claro, el silencio suyo y mío, aquel que prefiere evitar el tema y mirar para otro lado, porque es incómodo y doloroso pensar en ello.
Volvámonos activistas: digamos en todos los espacios que condenamos el abuso, que no estamos dispuestos a tolerarlo en nuestros círculos familiares y sociales, y seamos la voz para toda la niñez que hoy, está siendo violentada en los círculos en los que deberían ser protegidos.
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