Continuando con la serie de artículos sobre envejecimiento que inicié en Teclado Abierto, les comparto por acá mi mirada sobre lo que implica envejecer siendo mujer ya pronto a cumplir sesenta años.

Empiezo por recordarnos que envejecemos como personas y como poblaciones es parte de los cambios y la transformación de la vida misma. Lo que pasa es que no nos detenemos a conciencializar sobre ello. Si me detengo aquí, diría que envejecer debería ser más bien una palabra sagrada, como la palabra nacer o vivir. Es la humanidad la que se ha encargado de asociarla al miedo y a lo que está acercándose, a la muerte entendida como un final.

Fue cuando pasé por una dolencia seria en la base de mi columna, a mis cincuenta y cuatro años, que por primera vez me dije: “Lili estás envejeciendo”. Fue en esta experiencia de deterioro de mi salud cuando tomé conciencia que, desde el punto de vista biológico y genético, estaba yo en un proceso natural de cambios en mi masa ósea, en la plasticidad de mi cerebro, en el decrecimiento de mi fuerza muscular, en los cambios hormonales, en el debilitamiento de mi cuero cabelludo y mi capacidad visual. Y luego las preguntas derivadas: ¿Qué estoy haciendo mal para que mi cuerpo anticipe deterioros? ¡Este es otro gran tema!

En el envejecimiento todo cuenta: la genética familiar (más o menos resistente al deterioro corporal); la nutrición; el nivel de estrés asumido; las condiciones del ambiente externo; el desarrollo de los potenciales para un buen vivir. Hay personas y poblaciones que envejecen más rápido que otras, cada persona —y colectivo— lo hace de una manera particular, por eso se ha insistido mucho en los enfoques de la CEPAL y la OMS de que el envejecimiento es un proceso global donde lo físico, lo psicológico y lo social están profundamente entrelazados.

En el envejecimiento ciertamente confluyen tres tiempos: el tiempo cronológico (cantidad lineal de años); el tiempo psicológico o “tempo” (de cuántos años me siento) y el tiempo social (la manera en que una sociedad programa la instalación de la condición de vejez y todos sus estereotipos asociados). Esto es interesante, porque envejecer significa cosas distintas para cada persona: en tiempo cronológico “lineal” una persona puede tener 65 años, pero su “tempo” es de una persona de 40 años y socialmente puede estar siendo vista como alguien que entra en la categoría de Persona Adulta Mayor.

¿Cuándo soy una persona “vieja”? En este punto pienso que la biología, la subjetividad y la programación social nunca podrían coincidir en una definición. Biológica y físicamente hablando, con lo que cada persona se encuentra es con un proceso natural de deterioro que tiene rasgos comunes: cambian los potenciales óseos, visuales, cardíacos, auditivos, memorísticos, etc. Los etcéteras tienen perspectiva de género y diversidad según étnia, grado de satisfacción de las necesidades básicas, perfil socioambiental del contexto y genética familiar. Yo digo que ahora, a mis casi sesentas, estoy viviendo una transición donde todavía no conozco la sensación de una “vejez física” —por así decirlo—. No puedo definir qué es para mí estar en un cuerpo que ha perdido potenciales, al punto de verme afectada para movilizarme, percibir por mis sentidos de escucha y vista, ingerir mis alimentos de forma autónoma, tener funcionalidad memorística, en fin… No sé en qué tiempo cronológico estaré cuando esto suceda.

Por otra parte, desde la perspectiva del “tiempo social”, la Convención Interamericana de Protección de Derechos de las Personas Mayores me diría que en julio ya soy Persona Mayor y la institucionalidad en Costa Rica me diría que dentro de cinco años soy PAM (Persona Adulta Mayor por la ley 7935). En 30 años, si llego a los 90, seré parte del colectivo de personas adultas mayores en Costa Rica que conformará la quinta parte de la población del país.

Mirando más de cerca nuestra cultura, ¿qué se nos enseña sobre el envejecimiento y la vejez? Pues, continúa asociado a lo desechable y desvalorizado; prevalece la falta de reconocimiento, de respeto y gratitud hacia las personas mayores, alimentado por un manejo cultural lleno de estereotipos y descalificaciones. El mensaje del inconsciente está allí: ejez significa bastón, dependencia, tristeza, mal humor, soledad, demencias, depresión, infantilización, enfermedad, pobreza, ¡ser una carga!

Para las mujeres, el contexto implica una discriminación múltiple, como le llama la Convención Interamericana de Protección a las Personas Mayores en su artículo dos. Si sos mujer, el “combo” puede llegar a ser tremendo para la psiquis femenina, porque son muchos los miedos alimentados por una cultura patriarcal marcada por el afán de complacer, seducir y cuidar a los hombres. Entonces las arrugas, las canas, el sobrepeso, la caída de esto y aquello, la pérdida del “control” aparecen para martillarnos con mensajes devastadores. Pero también están las mujeres que tienen que asumir el cuidado de familiares que les violentaron o abandonaron de pequeñas; están las mujeres mayores cansadas que tienen que hacerse cargo de sus nietos(as) y hasta de la manutención familiar; está la violencia que se vive en el volante cuando se escucha el gripo “abuela deje de robar oxígeno”; están las mujeres mayores que sufren maltrato físico y psicológico en sus propias familias; están las agresiones sexuales sufridas por muchas mujeres con discapacidad cognitiva; también, están las mujeres mayores que no tienen casa, una pensión mínima o que sufren discriminación en el ejercicio de sus derechos económicos y de participación; están las grandes mayorías de mujeres mayores de cincuenta años usuarias de servicios de salud expuestas a personal con un manejo totalmente limitado sobre el significado de la “mas pausa” —así llamamos a la menopausia— y con actitudes mojigatas sobre la sexualidad.

Quisiera referirme finalmente a la vivencia del tiempo/edad subjetiva, que es tan diverso como diversas las personas que vamos envejeciendo. En mi caso, hay días que amanezco sintiéndome de 90 y hay días que la alegría baila en mi cuerpo como si tuviera 20. No tengo registros de mi niñez con imágenes desvalidas de la vejez: por el lado materno, mis recuerdos se asocian a la alegría y las risas: ¡mi abuela amada! Y por el lado paterno, mis referentes fueron un papa y unas tías con una excelente salud. Y mi madre, a sus 80 años tiene más energía que la que escribe. Será por este regalo familiar, que me he mantenido con una actitud positiva hacia lo que significa envejecer. Me gusta cumplir años y me siento contenta de ser Persona Mayor, en el reconocimiento de mis vulnerabilidades como ciudadana que todavía tendrá que trabajar buen rato en la generación de recursos para concretar el sueño de vivir en una Ecocomunidad.

Hay algo que sí me ha quedado muy claro después de pasar suficientes veces “por donde asustan”, como dice una amiga: lo clave que es envejecer desde una experiencia de vida reflexionada, consciente. Antes yo tenía como la idea fija de asociar vejez con sabiduría, ¡pero no es así! Es necesario pasar las vivencias por el tamiz de la humildad y del trabajo autorreflexivo y consciente sobre nuestro ser interior. ¡Y esto sí que es un combate, una lucha, una revolución permanente! Envejecer es una experiencia iniciática.

Soy activista social y defensora de derechos de las mujeres desde 1987, cuando fundamos la Colectiva Pancha Carrasco. En estas tres décadas he visto envejecer a las organizaciones, los movimientos y las liderezas. He sentido, junto a muchas otras mujeres de mi generación y afines a mis procesos sociales, la necesidad de expresar lo que estamos viviendo y por eso, en el año 2017 participé, junto a Gisella Galliani, en la co-creación de un canal de tv digital y una aplicación de celular, denominada Planeta Interno, dirigida a mujeres que pasamos los cincuenta años, la cual dimos a conocer el 31 de octubre del año pasado en un bello evento que se realizó en el Instituto de México. Resuena aún en mí la fuerza y el entusiasmo colectivo de ese día y con estas palabras de la bienvenida de este evento concluyo:

Hoy somos en Costa Rica más de seiscientas mil mujeres mayores de 50 años que podríamos aportarle mucho más a la sociedad! (…) las mujeres que avanzamos en edad tenemos a nuestro favor una cosa muy importante: el sabernos parte de un tejido muy poderoso, de una enorme fuerza porque todas, en el fondo, nos sabemos más cerca del regreso a la Madre Tierra y más lejos de lo banal y lo superficial; más cerca de lo simple y lo sincero y más lejos de los egos que echan a perder las cosas y las relaciones; más cerca de la libertad y más lejos de todo lo que ata y reprime.

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