El pasado miércoles 16 de octubre la Comisión de Asuntos Hacendarios de nuestra asamblea legislativa disminuyó en 255 millones de colones el presupuesto anual del Ministerio de Cultura y Juventud. Tal como lo cuenta el medio digital Delfino.cr, esa disminución se produjo como resultado de un error simultáneo de seis diputados. En otras palabras, este miércoles el plenario legislativo fue el escenario de una suerte de versión tropical del Show de los Tres Chiflados, por partida doble.

En cualquier caso, el origen del sketch cómico es una moción presentada por la diputada Shirley Díaz, del Partido Unidad Social Cristiana, que pretendía trasladar esos recursos a las asociaciones de desarrollo comunal a partir de la suposición de que las industrias culturales no participan activamente de la economía nacional.

Sobre esa insólita suposición el periodista Fernando Chaves Espinach publicó el viernes pasado un artículo en la Página Quince del periódico La Nación, titulado Contra el insensato recorte a Cultura. En ese texto, Chaves expone lo absurdo con generosa lucidez. Lo hace refiriéndose específicamente al cine, que es el área más afectada con esa medida.

A inicios de los años setenta, se publicó en castellano una recopilación de relatos paródicos del cineasta Woody Allen bajo el título de Cómo acabar de una vez por todas con la cultura. Si formuláramos una teoría conspiratoria alrededor de nuestro más reciente bochorno parlamentario, podríamos parafrasear a Woody Allen y afirmar que existen personas interesadas en acabar con nuestra cultura. ¿Es eso posible? Claro que no, salvo que les echemos una mano con algunas propuestas tan absurdas como ese supuesto propósito.

No sea bruto: vote por Chiricuto

Durante las elecciones presidenciales de 1986 en nuestro país, se popularizó un muñeco dicharachero y peleón llamado Chiricuto, que tenía voz y movimientos gracias al ventrílocuo Lico Font. Chiricuto tenía también un eslogan de campaña tan populista como memorable: “No sea bruto: vote por Chiricuto”. El recuerdo de ese eslogan detona nuestra primera propuesta.

Vote por aquellos partidos políticos que improvisen a sus candidatos. Si usted es un político, postule como diputados a sus familiares, conocidos y amigos, especialmente si son divertidos. Eso hizo Calígula, el emperador romano que nombró a su amigo Incitato como senador. Incitato no era muy aficionado a las obras de Sófocles, Aristófanes o Eurípides. Tampoco sabía leer ni escribir porque Incitato era un caballo. Literalmente. Un caballo con un puesto en el senado romano y aspiraciones de cónsul, según nos cuenta el historiador Suetonio.

Asuma que nuestros diputados sí saben leer, escribir, sumar y restar, y deje en sus manos tareas complejas como sesionar y votar correctamente. Asuma también que leyeron algunos documentos relacionados con las propuestas que deben discutir. En ese caso sabrían, por ejemplo, que las industrias culturales representan en nuestro país más del 2% del Producto Interno Bruto. El término “Bruto” no es acá una alusión a alguno de esos diputados ni al muñeco que quiso ser candidato presidencial en 1986. Tampoco alude al conspirador que participó en el histórico asesinato de Julio César. Es un simple indicador económico.

Difunda la incultura con amabilidad

Al margen del trabajo eficiente de nuestra clase política, usted también puede aportar su granito de arena al proyecto destructivo. La incultura es un virus que se contagia mediante acciones sencillas. Por ejemplo, evite los libros en la medida de lo posible. Señálelos. Incluso censúrelos. Haga lo mismo con películas, series de televisión, obras de teatro, conciertos y cualquier espectáculo cultural que presente elementos confusos o cuya integridad moral sea discutible.

Durante las conversaciones casuales lance al aire preguntas simplificadoras como ¿para qué necesitamos el Teatro Nacional si tenemos El chinamo?  ¿Para qué queremos el cine y la danza si tenemos el fútbol y los toros a la tica? Complemente esas preguntas con otras como: ¿entonces por qué dicen que todo es cultura? Y ¿cómo se puede pensar en la cultura cuando existen asuntos importantes por resolver? Concluya la conversación con palabras estratégicas como “rebuscado”, “elitista” o “incomprensible”. Nunca fallan.

Intente, de todos modos, ser empático con el enemigo. Póngase en los zapatos de los defensores culturales y recuerde que son seres humanos, que tienen sentimientos y familia. Acérquese a alguno de ellos, haga una excepción a esta regla y regálele un libro de autoayuda. Existen algunos con frases de Shakespeare, Borges o Proust que permiten resolver problemas serios en nuestras relaciones de pareja y nos ofrecen las respuestas que necesitamos cuando hay un momento tenso en la oficina. Son fáciles de conseguir. Los venden en el Automercado.

Formule la pregunta mágica

Si a pesar del obsequio del libro de autoayuda el defensor cultural apoya sus argumentos en conceptos incomprensibles como identidad, sentido de pertenencia, valor simbólico, bienes intangibles o diversidad, véalo a los ojos, llámelo por su nombre, haga una pausa dramática y pregúntele ¿para qué sirve la cultura?

No espere una respuesta. Explíquele de inmediato que la cultura no construye puentes ni resuelve el déficit fiscal del país. Añada que precisamente fue necesario disminuir el presupuesto del Ministerio de Cultura y Juventud para resolver ese problema. Intente cerrar la conversación con una frase del tipo “la cultura es el privilegio de pocos y la juventud de hoy solo piensa en el reggaetón.” Punto final.

Si el defensor cultural todavía no baja los brazos contraataque y cite al reconocido filósofo francés George Steiner, que afirmó alguna vez que “la cultura no humaniza ni sirve para hacernos mejores”. Steiner apoyaba esa afirmación en el ejemplo del jerarca nazi que escucha extasiado un concierto de Debussy y ordena después el exterminio de centenares de judíos. Esa cita es un arma diseñada para casos extremos. Se recomienda usarla sólo contra defensores culturales fanáticos.

Baricco es el demonio

Existe una propuesta que conviene formular como una afirmación: Baricco es el demonio. Por supuesto, si usted es un diligente difusor del virus de la incultura, que ha dedicado sus días a los asuntos pragmáticos e importantes de la vida, difícilmente sabrá quién es Baricco. No se preocupe: acá está el resumen.

Alessandro Baricco es un escritor italiano cuya novela más reconocida se titula Seda (1996). Ha escrito ensayos de gran influencia como The game (2019), Next (2002), El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin (2003) y Los bárbaros (2008), un análisis sobre los cambios culturales que enfrentamos a partir de la imagen de una invasión de mutantes que se acercan y acampan entre nosotros.

Baricco indaga sobre las tensiones de nuestro tiempo a partir de referencias a la música clásica, el vino y el fútbol. Revela además una nueva visión del mundo, al que nos introduce a través de capítulos que llevan títulos como “Saqueos”, “Respirar con las branquias de Google” y “Perder el alma”. Aléjese de los libros de Baricco. De todos. Prevenga también a sus seres queridos. Se trata de un escritor que aborda de forma brillante la barbarie de nuestro tiempo. Recuérdelo: Baricco es el demonio.

Post data: Estas propuestas suponen el inicio de un documento que debería ampliarse mediante aportes de diversas personas. Después de todo, está claro que estas pocas ideas son insuficientes para acabar definitivamente con la cultura.

Segunda post data: Si es usted una persona que de manera genuina se pregunta para qué sirve la cultura, existe una respuesta corta. La cultura sirve para que nadie tenga la necesidad de preguntarse para qué sirve la cultura.

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