Conclusiones van y vienen sobre las causas que han motivado las manifestaciones de diferentes sectores estas últimas dos semanas. No es fácil determinar el origen del descontento generalizado cuando se mezclan demandas legítimas como la lucha por derechos económicos con demandas abiertamente discriminatorias y contrarias a los derechos humanos. Pero sí podemos apuntar a un indicador que impedirá que vivamos en una sociedad más pacífica: la desigualdad.
Las sociedades desiguales (aún aquellas con economías vigorosas) sufren más problemas de todo tipo que las más iguales; criminalidad, enfermedades mentales, encarcelación, embarazos adolescentes y casi cualquier mal social que se nos pueda ocurrir. No deja de sorprenderme este gráfico del profesor Richard Wilkinson y la epidemióloga Kate Pickett publicado en el libro The Spirit Level:
En lo inmediato es urgente que el gobierno habilite todos los mecanismos de diálogo a su disposición para negociar una salida pacífica a los diferentes actos de protesta. Esto es lo que exige el Artículo 9 de nuestra Constitución para la plena y profunda aplicación del principio de democracia participativa; escuchar a sectores históricamente excluidos y eliminar las injerencias desproporcionadas de élites económicas.
A mediano y largo plazo, debemos plantearnos la ambiciosa meta reducir la creciente desigualdad. Lamentablemente la aspiración de este Gobierno en su Plan Nacional de Desarrollo es apenas contenerla y mantener el coeficiente de Gini en el vergonzoso 0,511 que tiene Costa Rica en la lista de los 10 países más desiguales del mundo.
Contener la desigualdad es administrar el descontento y la crispación, no nos permitirá vivir en una sociedad armoniosa. Tampoco se sostienen los discursos liberales que justifican la desigualdad argumentando que es una característica natural de las sociedades libres. De hecho es un factor que debilita el crecimiento económico, como ha argumentando el economista Joseph Stiglitz.
¿Cómo reducimos la desigualdad? La política fiscal es fundamental para lograrlo. Durante la discusión de la Ley de Fortalecimiento de las Finanzas Públicas, el IICE publicó un estudio donde concluía que 18.000 personas caerían en la pobreza y el primer decil de ingresos sufriría la tercera carga más alta de impuestos proporcional a sus ingresos. La regresividad del Plan Fiscal posiblemente agrave el problema de la desigualdad, pero nunca es tarde para corregir los errores cometidos por el “corre corre”. Podemos volver a exonerar la canasta básica, las medicinas y los servicios de salud privados, compensando la recaudación perdida con impuestos progresivos como aumentar la tasa sobre utilidades a grandes contribuyentes (las 400 empresas más grandes del país), agregar los productos tabacaleros a la base imponible del IVA y fortalecer el combate a la evasión con medidas como una norma de subcapitalización que no deje portones para la elusión.
Pero vayamos más allá. Entre miembros y aspirantes a la OCDE, Costa Rica es el segundo país donde las personas trabajadoras trabajan más horas al año pero a la misma vez el menos productivo por hora trabajada. Pensemos entonces en reducir las jornadas laborales y descansar más. Menor estrés equivale a mayor productividad y más tiempo para dedicar al ocio, el cuido de hijos e hijas y otras actividades fundamentales para el bienestar integral. Prohibamos y castiguemos la usura que ahoga a los hogares con tasas de interés abusivas, regulemos los precios de las medicinas para evitar prácticas desleales en bienes esenciales y levantemos otras banderas de la democracia económica.
Somos una sociedad desigual, con jornadas extenuantes (para quienes no están desempleados) y sin ideas claras para reducir la pobreza. Pero no podemos perder la esperanza ni la ambición que necesitamos para solucionar desde la raíz los problemas que enfrentamos.
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