Siento que ha llegado la hora de que nos planteemos seriamente la necesidad de elaborar un plan de paz. Parto del supuesto de que nuestro pueblo sabe distinguir perfectamente bien entre escenarios de paz y escenarios de violencia que le producen intranquilidad. Puestos a elegir, mi creencia es que la nación costarricense quiere y prefiere la paz.
Hace quince años regresé al país luego de haber experimentado la singular y exótica experiencia de vivir dos años en el Ártico noruego. En el tranquilo pueblo polar de Tromsø tuve la oportunidad estudiar una maestría en Paz y Transformación de Conflictos. Jamás me hubiera imaginado que la paz era algo que se pudiera estudiar. Luego terminé convencido de que todas las naciones, comunidades, organizaciones, familias, e individuos tenemos el potencial de mejorar nuestros escenarios de paz.
Hay tres argumentos que debemos priorizar en el proceso de decisión de movilizarnos hacia la elaboración de un plan de paz. Primero, la importantísima distinción entre la armonía y la intranquilidad. Segundo, el hecho de que psicológicamente los seres humanos somos proclives a desarrollar cierta adicción por algunos conflictos, de manera que estar en una relación o en un escenario o ante circunstancias tóxicas a veces nos resulta atractivo, consciente o inconscientemente. Y tercero, que toda situación genera costos y beneficios que debemos medir para poder elegir con evidencia e inteligencia, aquellos en los que los beneficios ampliamente excedan los costos.
Respecto a la distinción entre armonía e intranquilidad, el nuestro era un país pacífico hasta hace una generación. No creo que hayamos hecho nada indebido que nos hiciera perder la armonía. Sí creo que hemos sido pobres en nuestra capacidad de gestionar recursos públicos y privados hacia elaborar nuevos escenarios de paz. En el año 2000 nadie se planteó con seriedad y autoridad la meta de construir un escenario de mayor prosperidad para el 2020. Y pues el 2020 ya llegó y algunos conflictos hoy están veinte años más maduros y complejos. Es preponderante que, si una masa crítica de costarricenses desea vivir en un entorno de mayor armonía y prosperidad individual y colectiva, debemos fijarnos metas colectivas que nos permitan, al 2040, haber construido nuevos escenarios de paz con nuevo valor para distribuir entre todos. Lanzo la meta de que al año 2040 nazca en nuestro país el primer costarricense en una Costa Rica desarrollada. Es mucho lo que podríamos hacer trabajando juntos en una misma dirección durante veinte años. Son tantas las áreas que tendrían que evolucionar para que esa meta virtuosa se cumpliera, que transformaríamos, en un par de décadas, prácticamente todo el quehacer de la nación costarricense. Absolutamente cada persona que viva en aquella Costa Rica visualizada y anhelada se habrá beneficiado con creces respecto a la Costa Rica actual.
Algunos se preguntarán, ¿y para qué fijarse esa meta? Imagino a una Costa Rica desarrollada como una nación mucho más eficaz en la toma de decisiones sobre los bienes públicos, de manera que nos permita aprovechar las oportunidades domésticas y del entorno mundial para aspirar a mayores beneficios colectivos a largo plazo. De paso, nos permitiría dejar atrás para siempre la mentalidad tercermundista del pobrecito o del facilismo que nos ancla al subdesarrollo y nos impide avanzar con agilidad y audacia hacia una mejor versión de la Costa Rica que conocemos. Sobre todo, imagino una nación costarricense que nos permitiera aumentar exponencialmente nuestra productividad a partir de la diversidad natural y cultural que poseemos, poner a buen uso nuestro ingenio y “mente de obra” para convertirnos, eventualmente, en una economía cuyo principal producto sea el bienestar de toda la población.
Respecto a la adicción al conflicto, es importante que sepamos que mientras sigamos consumiendo y difundiendo información que nos empobrece como individuos, familias, organizaciones, comunidades y como la nación que conformamos todos, seguiremos alimentando a los adictos más enviciados, que son aquellos que lucran o creen lucrar a partir de la agitación y confusión y desorden y caos en el que a veces nos encontramos. Sorprende que una nación con tanto talento y lucidez sienta el estupor de la impotencia de nuestro quehacer colectivo. Esa prueba nacional la estamos reprobando de manera estrepitosa y la factura la estamos pagando todos, y su costo solo aumentará en el futuro. Todos somos adictos en mayor o menor medida a la confusión. Apoyarnos mutuamente entre nuestros círculos de amigos y parientes a divulgar ideas y mensajes edificantes que nos cultiven como integrantes de la sociedad, y dejar atrás el drama y el susto y la quejadera, es una vía para sacudirnos de esa dependencia psicológica.
Finalmente, respecto a los costos y beneficios he aprendido una valiosa lección de gobernanza viviendo en Suiza, un país de sobra rico, culto y excelentemente bien administrado: todo en la sociedad genera costos y beneficios, y los costos se individualizan mientras que los beneficios se socializan. Priorizar la riqueza colectiva por encima de la individual ha sido el secreto del éxito de varios de los países más desarrollados del planeta, incluida Suiza. La portada del periódico ginebrino de hoy contiene una foto de una famosa escultura en la ciudad que alguien vandalizó en días pasados rayándola con grafiti. Lo que la noticia se pregunta, más allá de cómo dar con los culpables, es cuánto cuesta reparar ese daño y quién debería cubrir ese gasto. Al margen del proceso judicial, el Estado asume con responsabilidad la preocupación de cuánto costará la restauración del agravio y además sugiere que, aunque no existe un rubro estatal para ese gasto, deberá eventualmente ser erogado del presupuesto público. En Costa Rica debemos hacer lo mismo: cuantificar los costos que generan los daños provocados por la ciudadanía en perjuicio de la ciudadanía misma, y tener claro que el resarcimiento, aunque no esté presupuestado, se le cobra a las ya de por sí dolientes finanzas públicas de esta y de las futuras generaciones.
Siento que a nuestra generación le ha llegado de hora de tomar las riendas de nuestro país y proponer una visión del futuro que pueda entusiasmarnos e inspirarnos hacia el cumplimiento de metas colectivas que nos hagan una nación más próspera. Para que los frutos crezcan y podamos repartirlos, tendremos que recuperar la habilidad de fertilizar el suelo, escoger la semilla y vigilarla con celo a lo largo del proceso de siembra y germinación. De eso trata la paz. Me he dado a la tarea de crear una comunidad virtual llamada Plan de Paz Costa Rica para quien tenga gusto de participar de un proceso exploratorio que nos permita identificar necesidades y oportunidades para iniciar un proyecto que nos ayude a resolver nuestros conflictos de manera empática, creativa y sistémica y forjar la Costa Rica que imaginamos posible.
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