Estamos con los reclamos justos del estudiantado de secundaria para construir una sociedad más justa y solidaria. No con los discursos de odio y discriminación.
En la zona norte se inició una lucha estudiantil que, -como pólvora-, se ha ido extendiendo al resto del país, sobre todo a las zonas rurales, fuera del Área Metropolitana. Esto no es, para nada, casualidad. Son las zonas históricamente abadonadas por quienes han dirigido este país e impusieron el centralismo de años. El modelo económico impuesto desde los años 80 terminó privilegiando a un pequeño sector vinculado con el capital internacional a través de la especulación y el comercio (exportación e importación de bienes y servicios). Esos fueron los grandes ganadores. Ese modelo privilegió también la ubicación de sus operaciones en la Gran Área Metropolitana, por el más fácil acceso a los servicios públicos. Aumentó entonces la ya fuerte brecha existente con el resto del país para dar las condiciones mínimas necesarias para la nueva actividad económica.
Por supuesto que en ese modelo económico no cabía la agricultura pequeña y mediana para nuestra propia alimentación, ni la pesca no industrial para consumo interno. Tampoco interesaba la producción nacional de bienes y servicios para el mercado nacional. Lo importante era la gran pesca industrial arrasadora de todo el lecho marino y los grandes monocultivos para exportación; todo, con mano de obra barata y explotada y la destrucción de nuestros bienes naturales, al punto que se compromete nuestra propia supervivencia como especie.
Lo que vemos hoy es la consecuencia de este modelo que hizo que en cuestión de 30 años, Costa Rica pasara de ser uno de los países con más equilibrado reparto de la riqueza, a encabezar la lista de los países más desiguales de uno de los subcontinentes más desiguales del planeta. Hoy esa desigualdad se sufre con mucho mayor rigor en las zonas costeras y los campos de nuestro país.
Aquellos vientos de desigualdad han empezado a cosechar estas tempestades. Por eso los reclamos, aunque confusos, tienen ese común denominador: rabia y frustración acumuladas. Ambas, malas consejeras, pueden terminar haciendo daño a quienes menos culpa tienen de todo esto. Es nuestra obligación aportar a la discusión, en el sentido de que claramente el problema no son los baños neutros; no es la política antibullying a la población sexualmente diversa; no es la política en favor de la educación para la sexualidad y la afectividad. Esas son políticas afirmativas para sectores de la sociedad que también han sido históricamente discriminados, marginados y atacados. Por eso no debemos permitir que ciertos intereses políticos se infiltren para usar este enojo contra otros sectores golpeados y marginados. La gente en la lucha debe estar muy pendiente de evitar esos reclamos y discursos cargados de machismo, odio y discriminación.
Es justo el reclamo a este gobierno por haberse aliado con los sectores más privilegiados del país y cargar sobre la pequeña y mediana empresa y contra la clase trabajadora pública y privada. Es justo el reclamo contra la decisión histórica de quienes han dirigido el país, de abandonar nuestros campos y nuestras costas. Por dejar a su suerte a nuestras pequeñas y medianas agricultoras y agricultores. Por ver por encima del hombro a nuestras pescadoras y pescadores artesanales. Por abandonar la defensa de Nuestra Madre Tierra a cambio de unos dólares más.
Es justa la rabia y la indignación por tanto abandono acumulado; por tanta desigualdad y marginación económica y social; por tanto centralismo que hace que en la mayoría de los casos, la educación en las zonas fuera del área metropolitana sea de tercera o cuarta categoría.
Que todo esto nos lleve, como país, a construir un nuevo modelo económico y social que permita revertir estas injusticias y volver a ser un país mucho más justo, inclusivo y solidario. Otra Costa Rica sigue siendo posible.
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