Mi hijo está por cumplir 5 años. Cuando yo tenía esa edad recuerdo que veíamos programas de televisión en los que se hablaba de animales que algún día se iban a extinguir, si no dejábamos de cazar y contaminar… En ese tiempo, los problemas parecían estar muy lejos, en la tundra, en la Antártida, etc. El término globalización lo empecé a escuchar hasta la universidad: la idea de que la contaminación y la explotación no solo se sufría donde se daba, sino también en algunos países al otro lado del mundo. Ahora, yo diría que a más tardar desde que mi hijo vive, hace unos 5 años, todos nos damos cuenta de que los problemas resultantes del cambio climático ya no son un problema de alguna especie animal, o para algunas poblaciones puntuales en el planeta, no, son muy concretamente nuestro problema. Las sequías más prolongadas, el faltante de agua, la contaminación de alimentos, las inundaciones, en fin, el desbalance cada vez más severo con resultados más difíciles de pronosticar, se está poniendo a la orden del día.

El tema no es nuevo, de hecho es “tan viejo” que se nos hizo parte del paisaje, para todos los grupos sociales y todas las generaciones, y se acepta, como quien sabe que se le está cayendo el muro de contención de la casa, pero, bueno, “me quedaré mientras aguante”…

Hay una pequeña luz de esperanza en cuanto a la reacción a esta tendencia. En Suecia nació con una joven estudiante de secundaria, un movimiento ya multitudinario, llamado Fridays for Future. Estos estudiantes que ya se hicieron representar en prácticamente todo Europa y otros países del mundo, están demandando, a través de huelga —en su caso, no presentándose a clases los días viernes— que se tomen medidas drásticas e inmediatas para atenuar la velocidad con la que se está dando el cambio climático, por supuesto, provocado por nuestro patrón de consumo y vida. Estas medidas, si han de tener algún futuro, deben ser tomadas desde el Estado, regulando temas de transporte, combustibles, uso de recursos naturales, empaques, etc. Estas personas jóvenes que se unieron siguen una lógica tan sencilla como contundente: lo que hay que hacer se definió cuando ellos nacieron, y como no se ha hecho nada significativo al respecto, ahora se van a hacer escuchar hasta que las cosas pasen.

Aunque no puedo estar más de acuerdo en que es indispensable que se tomen medidas políticas importantes, quiero dejar claro aquí que es necesario que todos nos cuestionemos qué hacemos en nuestra vida cotidiana para contaminar menos y usar mejor los recursos.

Me parece que hay que evitar aquí dos tentaciones: primero, la falacia del huevo de tortuga, es decir, el famoso pensamiento de para qué dejo yo de consumir huevos de tortuga, si en todo caso habrá miles de otros que los siguen comiendo, ya que evidentemente solo puede funcionar partiendo de un esfuerzo individual. La segunda tentación por evitar es que nos abrumemos pensando en que debemos ser absoluta y radicalmente diferentes en nuestro día a día para que nuestras acciones tengan sentido. No, el secreto es probablemente cambiar cosas factibles y relativamente pequeñas del día a día, en dirección hacia un patrón sostenible. Pensemos todos en qué es posible para mí, y para mi familia cambiar, y no hay que inventar el agua tibia aquí, ya está dicho qué tiene efectos positivos en este sentido.

Ejemplos de acciones cotidianas posibles hay muchos. Reciclar; reducir el tiempo en el baño y solo una vez al día; compartir el carro para ir al trabajo con otro colega; comer menos carnes rojas; usar el carro solo para distancias largas; caminar y usar más la bici no solo por deporte, sino para no usar el carro; usar transporte público; apagar las luces; comprar productos con menos empaques y usar empaques reusables; llevar las bolsas al super, no aceptar plástico, etc. A veces pienso que algo tan sencillo como apagar el motor si estoy esperando que salga mi hijo del kínder y me sorprende que eso no pase más.

Los principales científicos a nivel mundial dedicados al estudio y dimensión del impacto que está teniendo el cambio climático —no solo a nivel del incremento de la temperatura, sino lo que se está dando a nivel de cambio en el comportamiento en las grandes corrientes marinas que determinan la velocidad y vehemencia con lo que se dan los fenómenos climáticos— han dicho claramente lo siguiente:

  1. La meta de incremento de 1.5 grados Celsius que se fijó en consenso de las Naciones Unidas puede reducir sustancialmente los riesgos de descontrol absoluto de los fenómenos climáticos.
  2. El logro de esa meta implica cambios radicales, y acuerdos políticos mucho más allá de lo que se ha logrado hasta el momento.

Tres medidas que estos científicos han promovido y que el movimiento de Fridays for Future acogió como exigencia inmediata para deponer la huelga son tres: el abandono de generación eléctrica fósil hasta máximo 2030, una economía neutra en contaminación hasta 2035, 100% energía renovable hasta 2035. Estas metas en Europa son muy retadoras pero toda una oportunidad para un país como Costa Rica.

No nos engañemos, el mundo está en fase de transición a un periodo de calor que va a traer cambios que todavía inimaginables para nosotros, los que tenemos empezando a tener hijos, y no queremos ni pensar en el mundo que les va a tocar a ellos vivir. ¿Qué creemos hoy que significa un sacrificio? ¿Qué será un sacrificio mañana? ¿O en el 2040? Yo no tendré cara para ver a mis hijos a los ojos y decirles que estaba muy ocupado en el 2019, o que en todo caso qué diferencia iba a hacer. Señoras y señores, estamos 5 para las 12, o pueden ser ya las 12 pasadas. ¡Es hora de actuar!

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