Este 21 de abril de 2019, Luis Barahona Jiménez cumpliría 105 años. Se impone recordarlo y no encuentro mejor forma que a través de su pensamiento, desde que el principal recuerdo que atesoro de mi abuelo, es en su biblioteca, detrás de su escritorio, leyendo y escribiendo.

Lo que no sospechábamos ninguno de los dos, era que esa veintena de libros señeros que le tomaron toda una vida de trabajo académico comprometido y práctica política íntegra, serían nuestro enlace, mientras nos volvemos a reunir.

Yo lo quería mucho, porque era un abuelo cariñoso y siempre noté el trato respetuoso y dilecto con su primogénito, mi padre. Posiblemente, el que más se le parecía. Pero, además, porque siempre quiso mucho a mi madre. Y para un niño eso es muy importante.

Pero nunca me admiré cuando al llegar a su casa en Moravia, nos pedían a los nietos hacer silencio porque el abuelo estaba atendiendo visitas importantes. Que bien podían ser presidentes de aquí y de allá, académicos cuyos nombres me sonaron familiares después, cuando entre a la Universidad y empezaron a reverberar, solo que esta vez, en mis libros de texto, y como leyendas doctrinarias o referentes de nuestra historia regional. Y claro, ministros de Estado, diputados o magistrados que habían sido sus discípulos. De cuando en cuando, también algunos jóvenes que acudían a él como si visitaran al mismísimo oráculo.

Todos esos brillos, para alguien que no alcanzaba los diez años, eran irrelevantes. Incluso, eran algo fastidiosos, no solo porque me distraían al abuelo, a quien habíamos ido a visitar, sino porque para colmar mi desgracia de niño inquieto, me mandaban a silenciar. Y a decir verdad, mi abuela, una española cáustica, hija de la revolución, no era muy dada a los nietos, lo que tornaba al abuelo en imprescindible para nosotros. Pero lo que realmente me impacientaba, era que para colmo de males y para terminar de desgraciarme el día, a veces salía de su despacho privado, al retirarse su última visita, directo a su sillón, donde lo esperábamos después de entretenernos en los guayabales, para seguir los noticieros que, según decía, eran un mal necesario.

Así que la mejor forma de disfrutar sus historias y poder divertirlo al tiempo con nuestro bombardeo de preguntas insolentes e ilimitadas, era llevárnoslo a pasear, en familia, como todos los domingos acostumbraban mis padres y a él parecía encantarle. Siendo las montañas y los buenos almuerzos los que mejor lo motivaban, ya entrado en sus setentas.

Cuando empecé a interesarme por la filosofía y la ciencia política, en la Universidad de Costa Rica, me reencontré con él a través de su pensamiento. Y ahí empecé a admirarlo y ya no solo a respetarlo. De ahí, que con orgullo, le dedique estas mínimas letras, que lo evocan y se dan por pagadas si al menos motivan a los jóvenes de nuestro tiempo, a descubrir a un pensador del que lamentablemente la academia ha prescindido regresivamente y la política vacua abjuró hace mucho tiempo, intimidada por su genio incontestable y amenazada por su ética inaplazable.

En justicia histórica, ha de rescatarse su ideario, siempre adelantado para su tiempo y vasto, como él, en su humanidad solidaria.

Al escribir “Juventud y Política”, fue insistente en que “la juventud actual debe estudiar mejor la historia para no caer en los errores que cometieron sus padres o antepasados, uno de los cuales es el conformismo, sea por pereza o por negligencia. Porque en Costa Rica se han hecho muchas cosas buenas, a pesar de que la mayor parte de la población no mostró nunca interés en ellas. Me pregunto cuántas otras cosas no se han logrado, sencillamente, porque las gentes no las han pedido o no han sabido exigirlas a quien correspondía” (1972).

Idea que martilló siempre, colocando incluso como corolario de su Gran Incógnito: “Para terminar, unas palabras a la juventud: vosotros tenéis el corazón, los músculos y la voluntad de la patria; sostenedla, defendedla y hacedla cual la soñáis. Pero antes pensadla, proyectadla a la luz de una sana tradición, con los ojos puestos en el presente que es la realidad insoslayable que hemos de modelar, pero sin dejar de mirar hacia el futuro donde siempre se renueva la fe y la esperanza. En el futuro está siempre latente el modelo o proyecto de lo que hemos de realizar; procurad que ese modelo sea obra vuestra y no una imposición extraña impuesta a nuestra debilidad a nombre de los varios imperialismos que hoy circulan por el mundo. Sed revolucionarios pero sólo en la medida precisa e inteligente (en) que se debe ser costarricense y latinoamericano. Y si la generación de vuestros padres no mueve un dedo para realizar los cambios urgentes, hacedlo vosotros antes que el edificio se caiga encima. Si no cumplís con este deber, es porque no sois jóvenes ni patriotas” (1975).

¡Luis Barahona sigue vivo!

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