Estamos inmersos en la revolución 4.0. El futuro ya llegó, los procesos se digitalizan transformando los modelos económicos, sociales e industriales. La cuarta revolución industrial plantea nuevas oportunidades y retos que tienen que afrontar todas las empresas, incluidas las empresas estatales, los “elefantes blancos”.

En el Estado social de derecho que vivimos los costarricenses tenemos muy arraigado ese sentimiento de la social democracia del cual germinaron instituciones como el Instituto Costarricense de Electricidad, uno de los principales logros de una generación que ya no existe y que nació con fin de cumplir objetivos que ya han cambiado. ¿Acaso no nos hemos dado cuenta? Si coinciden conmigo, ustedes, como yo, piensan que actualmente no hay claridad en términos de cuáles son los nuevos objetivos que se persiguen desde el ICE.

Basta con leer las más recientes noticias sobre el ICE para constatar que no existe un discurso consolidado en términos de cuáles son los objetivos empresariales de la entidad y eso, muy a nuestro pesar, se refleja en los estados financieros que revelan pérdidas recurrentes a partir de decisiones tan cuestionables como desafortunadas. ¿El gran perdedor? Costa Rica.

Se ha perdido la confianza en una de las instituciones más queridas del país. Las prácticas imprudentes y turbias han conducido a la crisis no solo al ICE sino a varias instituciones pilares del país, afectando precisamente a los más vulnerables, a quienes no tienen suficientes recursos para garantizarse sus servicios. Todo como consecuencia de la falta de planificación, el secretismo, la eterna complacencia de no sentar responsabilidades y al afán de mantener intereses particulares en contra del bien público.

Sin confianza y transparencia no podemos construir nada. Recordemos que un valor clave que caracterizaba al espíritu institucional era la ética, palabra que se ha olvidado a lo interno. Se ha perdido, además, la seriedad y responsabilidad en la toma de decisiones entre lo justo y lo injusto, lo solidario y lo no solidario, lo corrupto y lo impoluto. Ya ni siquiera se actúa por temor a la coacción, menos por la creencia real en los valores intrínsecos que otrora tuvo la institución como médula constitutiva.

Esta nueva revolución industrial plantea nuevos retos en materia energética que deben de ir de la mano con la responsabilidad económica, social y ambiental. Sin estos tres ejes claros y consolidados no funciona con transparencia y eficiencia una institución que se debe al país, no al beneficio de unos pocos, a la irresponsabilidad, a la ineficiancia y a la improvisación. Si el ICE es de todos entonces debe modernizarse y trabajar por y para todos. ¿Estamos a tiempo de rescatarlo? ¿A qué debe apostar el instituto en su futuro? Retomaré el tema en mi próxima columna. Hay mucha tela que cortar.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.