Caricaco y ADEN. Como todo término “de moda” la palabra emprendedor ha sido satanizada. No hay que darle muchas vueltas: se trata de abrirse camino con una idea que pueda ser sostenible y rentable. En un ambiente como el costarricense, donde cuesta tanto echar a andar pequeñas empresas, emprender es un ritual casi masoquista. Una panadería, una librería, un servicio de hotel para gatos (no me roben la idea), una cafetería estudio, póngale el nombre que quieran: cuesta.
Procuré centrar mi charla en el tema de los valores, pues considero que es otro término que se ha “comercializado” y desvirtuado. Toda empresa que se precie de seguir el 001 de administración de negocios tiene claro que debe llenar el requisito de tener una lista de valores que se lea muy bonita. Pero ¿se aplican? Casi cualquier negocio que trabaje directamente con el consumidor tiene bien señalado el servicio al cliente dentro de sus valores. ¿Cuántas veces realmente sentimos ese respeto y aprecio por nuestro dinero que no es otra cosa que producto de nuestro propio trabajo?
Escasas. Tan es así que todavía recuerdo un restaurante en Paraíso (camino a Turri) en el que en el año 94 tuvimos un incidente menor a la hora de almuerzo y el mesero fue tan amable que al día de hoy tengo presente su trato. Quería que nuestra familia pasara un buen rato durante la comida, así de sencillo. Recientemente tuve un incidente similar en un negocio de San Pedro (se dedican a vender vaporizadores). Me atendieron durante treinta minutos, aclararon todas mis dudas, me ofrecieron un servicio personalizado y desde entonces soy cliente fijo. Cada vez que voy, me encuentro con el mismo trato.
Mi punto con esto es que los valores no son corporativos: son personales. Si usted tiene clara su escala de valores (y no hay nada que sea más importante en la vida) podrá entonces aplicarla a sus relaciones interpersonales pero también a su trabajo, a su negocio, a su emprendimiento. Y se notará la diferencia.
Naturalmente errar es de humanos y todos hemos metido la pata. Nos equivocamos. Nos dejamos llevar por un momento de enojo, tuvimos un mal día, etc. Nadie está exento. Pero, ¿enmendamos? Es ahí donde ponemos de manifiesto de qué está hecha nuestra escala de valores.
Ayer, durante mi visita semanal a casa de doña Tere le recordaba que más allá de que nadie nace aprendido y nuestras madres y padres no tenían los elementos para educarnos que existen hoy en la era de la información ella había sido infalible al criarnos (a mi hermana y a mí) con un estricto código ético y moral. De pequeño, cierta vez tomé un billete de 100 colones del suelo de la cocina. No lo consideré un “robo” sino un “hallazgo” porque no estaba en el vaso de las monedas, sino en el suelo. Hoy podríamos llamarlo un… “hurto casual”. Fui al chino de la esquina y me compré tres carros de los que se impulsaban inflando un globo. Una vez que el incidente fue registrado por el comando superior (al que nunca se le escapaba nada) mi madre me persiguió por minutos alrededor de la mesa de la sala hasta poder dar conmigo para la merecida reprimenda.
Como esa, tengo decenas de anécdotas de cómo poco a poco nos fue marcando la cancha. No nos educó para ser exitosos o ambiciosos, nos educó para ser (léanlo en tono charrua) “personas decentes”. Hoy, esa, es su mayor alegría. Sabe de qué estamos hechos mi hermana y yo. Tal vez se quede esperando un nieto o una nieta, pero cuando ya no la tengamos con nosotros se irá con esa paz.
Este cuento familiar me lleva al punto de este editorial. No hay nada más importante que la reputación, el nombre, la credibilidad. Particularmente en un emprendimiento de periodismo. Esos valores personales de los que les hablo deben de integrarse a los profesionales y deben de ser parte de los integrantes de todo el equipo. Más que fijarnos en títulos y en atestados académicos en Delfino.CR hemos priorizado la calidad humana. La mano de “Doña Tere” está siempre a mi lado cuando entrevistamos a una persona a la que consideramos contratar. ¿De qué está hecha? ¿Qué intereses tiene? ¿En qué valores cree? Tenemos ateos, cristianos, católicos y agnósticos. Todos tienen en común la honestidad, la decencia, el deseo de servir al bien común. Y, afortunadamente, el amor por el trabajo.
Saben que viven de su reputación. Saben que viven del buen nombre personal y del buen nombre del proyecto. Aplican su ética personal a su labor profesional. Y aquí es donde rescato el incidente del “audio de la liga”.
Voy a empezar por decir lo que debería ser obvio: no es de recibo crucificar a la periodista ni exponerla en redes. Es evidente que el contenido del mensaje  es privado, para un grupo de su confianza. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra porque todos tenemos amigos íntimos a los que confiamos opiniones, cuentos, relatos, chismes inclusive. Ella aquí no deja de ser una víctima: es un audio privado, debió quedarse privado.
Dicho esto, dado que el contenido es de interés público (la polémica del año en Liga Deportiva Alajuelense) no tardó en viralizarse y en convertirse en un escándalo. De tal modo que de pronto, Pablo Antonio Gabas, otrora capitán líder y referente de Alajuelense quedó expuesto como una especie de dictador del camerino que hacía y deshacía a placer de acuerdo a sus intereses particulares.
No es tema menor, se trata de uno de las figuras más admiradas, respetadas y consagradas de la institución. No tardó entonces Gabas en publicar un mensaje en sus redes sociales donde da cuenta de su nivel profesional y personal. Podrá uno tener las diferencias que sea con su ideología política, con su religión, con su estilo de juego, pero no cabe duda de cuál es su escala de valores. La misma que le conocimos a lo largo de su carrera.
Me es irrelevante si en algún momento “metió mano” en decisiones deportivas o si tuvo “favoritos”. No se le puede exigir que sea perfecto y ciertamente no es nada que no suceda en cualquier camerino. Sea como sea no tengo cómo probar que lo que dijo la periodista es cierto o es falso. Es la reacción de Gabas lo que quiero rescatar.
Lo primero que hizo fue contactar al la persona que hizo los comentarios y lo siguiente comprender que cualquiera comete un error: “La llame y me comentó que se sentía responsable y apenada. Le dije que yo no era nadie para juzgar, es más cualquiera se puede equivocar”. Ya ahí tenemos una clara lección de humanismo y, nuevamente, de escala de valores.
Pero hay más. Escribe Gabas: “Sin embargo cuando le dije: ¿bajo qué criterio emitís ese falso y de qué fuentes?, me dijo: “Me lo contaron unos conocidos”. Ahí es donde me preocupé, porque una persona, cualquiera que sea, para salir a decir algo así debe ser certera y veraz, sino termina siendo un chisme, palabras huecas, sin sentido y nunca algo confiable”.
De nuevo, escala de valores. Gabas pide la fuente de los comentarios y el sustento de  las aseveraciones. No la recibe (es comprensible que la periodista no quiere quemar a sus fuentes pero no deja de ser cierto que estamos ante un Escencial Tiquicia 001: tirar la piedra y esconder la mano).
En efecto, si no hay alguien que esté dispuesto a poner la cara y defender la certeza de los “chismes” lo dicho no es otra cosa que lo que escribe el tico-argentino: palabras huecas sin sentido. El problema es que esas palabras pueden hacer muchísimo daño. No dudo que no existió una mala intención de la colega, pero cuando se reproducen acusaciones falsas sin corroborar la fuente y el sustento es necesario detenerse a preguntarse una vez más: ¿cuál es mi escala de valores?
Atención. Nadie aquí está diciendo que la periodista está por encima de equivocarse: todos hemos metido las patas y lo que le pasó a ella le pudo pasar a cualquiera. No se trata de juzgarla, precisamente ese es el primer mensaje de Gabas, quien con toda seguridad ya la perdonó, como corresponde. Se trata de hacer el ejercicio honesto de preguntarnos: ¿cuántas veces he hecho yo lo mismo? ¿tuve después la decencia de disculparme y rectificar?
No podemos escapar a la naturaleza humana. Si alguien nos dice que Pemberton saboteó la titularidad de Alvarado se nos va a escapar un “iiiiii maeeeee” y vamos a pedir más detalles. Pero cuando nadie valida la acusación, cuando nadie muestra evidencia alguna, no podemos alimentar linchamientos públicos ni calderas digitales amparados en “palabras huecas”.
Tenemos que entrar en conciencia de hasta dónde puede llegar una difamación o una calumnia sin sustento. No sabemos a quién estamos dañando y no sabemos a quién estamos sirviendo y no sabemos a quiénes estamos afectando de rebote porque créanme que para la familia de los afectados este trance no es nada bonito. ¿A cuenta de qué?
Así llegamos al fin del cuento. Gabas, una vez más, nos recuerda de qué está hecho. Nos recuerda cuál es su reputación. Nos recuerda cuál es su escala de valores. Y concluye: “Hagamos el ejercicio. No sé si todos tengan la posibilidad, pero si la tienen pregunten a los últimos 10 técnicos de mi carrera, a 200 jugadores que hayan formado plantel con mi persona, unos 20 directivos y 30 personas administrativas que me conozcan, solo en este país… y escuchen que responden. Ahí si tienen dudas, podrán saber quién soy”.
Todos nos equivocamos. No pasa nada. No podemos perder de vista que la propia periodista es una víctima, la engañaron y traicionaron su confianza. Ella es y seguirá siendo una excelente profesional. Pablo es y seguirá siendo un notable ser humano, un líder y un referente positivo para el deporte costarricense. Tomemos las lecciones que tenemos que tomar y pasemos la página, como corresponde.
Y por amor de Dios, ¡que la Liga gana la treinta!]]>