El préstamo de 31 millones de dólares del BCIE para el financiamiento de las intervenciones al Teatro Nacional ha desatado una serie de reacciones en diferentes bancadas legislativas de oposición, principalmente en figuras del Partido Unidad Social Cristiana y Restauración Nacional, dignas de reflexión.
Su principal argumento para oponerse al empréstito gira en torno a la viabilidad y capacidad del Estado para asumir una deuda de tan significativo monto en una coyuntura de complicadas condiciones económicas para el país. Es cierto, estamos en un momento de la historia donde la incapacidad y falta de liderazgo de los gobiernos de turno así como factores externos, han frenado el desarrollo y crecimiento de la economía. Que esto no sea motivo para escatimar en cultura: ¡Para qué tractores sin violines!
Durante muchos años lastimosamente en nuestro país se ha venido desvirtuado la labor artística y cultural como motor de desarrollo económico, prueba de ello es que para algunos la cultura es concebida como un gasto innecesario y no una inversión para el disfrute de las presentes y próximas generaciones, de ahí que suene descabellado financiarla y o solo sea prioridad cuando de recortes se trata.
Para quienes hablan de derroche de recursos en aspectos que a su criterio poco generan un aporte económico al país, bien valdría la pena que revisaran los datos de la Cuenta Satélite del Ministerio de Cultura y Juventud. Los datos revelan que para el 2012 el sector aportó 2,2% del PIB, unos ¢926.791 millones de colones, cifra nada despreciable, la cual podría crecer exponencialmente si con valentía se decidiera apostar más recursos al sector.
La administración pública continúa siendo incapaz de comprender y transformar los bienes y productos culturales en valor económico, generación de empleo y fuente innovadora de recursos para el Estado y hasta que esto no suceda, el sector seguirá siendo ninguneado por los gobiernos de turno bajo modelos de subvención que promueven la dependencia y no el fortalecimiento de capacidades para la generación de riqueza.
Se requiere de una nueva visión dentro del sector cultural para cambiar la que fuera de este se tiene. El debate debería servir para reinventar administrativa y creativamente la labor, hasta el momento, realizada por el Teatro como institución y que este responda a las necesidades de la sociedad costarricense contemporánea, cada vez más cambiante. Recordemos aquí, las palabras de don Guido Saenz: “Mucha gente piensa en pequeño. El espíritu del costarricense a veces cae en el tugurismo espiritual. Se no has tuguriado el alma, y hay que salir de eso, ver las cosas con una visión más dilatada, más ancha, más amplia, más universal”.
Es necesaria la aplicación de un modelo de negocios flexible y moderno, adecuado a las tendencias de la industria, para transformar el Teatro en un activo importante de inversiones, punto de partida ideológico para el desarrollo económico del sector cultural y motor de promoción del turismo nacional e internacional, teniendo en cuenta que según datos del Instituto Costarricense de Turismo el 9,5% de nuestros visitantes realizan visitas a museos, teatros y galerías.
Costa Rica tiene la capacidad de desarrollar exponencialmente la economía a través de la cultura pero necesitamos atrevernos a visualizarla como negocio, sin sesgos, satanismo o tugurismo espiritual, priorizar el desarrollo de la industria cultural como política pública y estimular la articulación del sector con otros más desarrollados como el turístico y el comercial.
En este sentido, proteger el patrimonio cultural con recursos como los pretendidos para el Teatro Nacional, debe ir más allá de la restauración de fachadas, acompañarse de una gestión eficiente que haga de esta inversión una manifestación viva de nuestra riqueza y sumar una apuesta importante al talento, la creatividad y al capital intelectual ya que estos son recursos naturales, limpios y renovables que inciden en una imagen positiva, favorece el clima de inversiones y puede repercutir en exportaciones.
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